Mar 15.10.2013
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MUSICA › RICARDO SOULé Y YODI GODOY HABLAN DEL REGRESO DE VOX DEI

“La gente va a ver a la banda en su madurez y su plenitud”

Hoy, en el Luna Park, los creadores de “Azúcar amargo” celebrarán un reencuentro especial: el regreso de Godoy, que se fue de la banda después de grabar La Biblia. La nueva versión tendrá a los hijos de Willy Quiroga y Rubén Basoalto alternándose en la batería.

› Por Cristian Vitale

Sutil, Ricardo Soulé se levanta de la silla y ensaya una coartada: “Los dejo un rato, ya vengo”, se ríe, con cierta picardía, y deja a Juan Carlos “Yodi” Godoy solo, solísimo, frente al grabador, un par de cigarros y este cronista. El otro guitarrista del Vox Dei hora cero tenía que responder por qué se fue cuando se fue: aquella tarde, entre los carnavales de 1971, mientras el por entonces cuarteto estaba terminando de grabar su obra más trascendente: La Biblia. No está Willy Quiroga, con una gripe brava; tampoco Rubén Basoalto, que Dios lo tenga en la gloria. Está Godoy, momentáneamente solo, y tiene que dar cuenta de la crisis más profunda que atravesó el grupo en su larga e intensa historia. “Fue un momento en que nos ocurrían cosas muy fuertes –arranca–. No teníamos herramientas para manejarnos con las negociaciones internas, y todo explotó. No sé si la vida corría muy rápido o nosotros hacíamos que la vida tomara velocidad, pero llegó un punto en que hubo cortocircuitos fuertes, insalvables. Hicimos terapia de grupo, pero volvimos loco al terapeuta y al que nos llevó... Eramos cuatro personalidades fuertes, con mucha convicción, y bueno: primero se quiso ir Ricardo, dijimos que no; después Rubén, dijimos que no, porque era el corazón de la banda y no se podía ir; y el tercero fui yo. Chau, me fui yo... Estaba demasiado enojado y me inmolé por Vox Dei, digamos. La verdad es que fui incapaz de sentir lo que ellos me querían, o me amaban. Pensé que estaba todo perdido, como un matrimonio al que los compromisos externos le quitan la intimidad, y esos compromisos eran la fama, los shows llenos, la prensa... No comprendí el momento”, desarrolla el repuesto Godoy, en trance de revivir un trauma. Se le nota.

Reincorporado a la mesa, Soulé escucha la última parte de la explicación y no adhiere. Aún no entiende. “Cuando tuvimos que presentar La Biblia, él ya no estaba y para nosotros fue un problema muy grande... No sé, ya había grabado casi todos los temas y tuvimos que improvisar otras cosas para presentarlos sin él. Fue doloroso desde lo sentimental, porque nunca entendimos por qué se fue. Nunca lo supimos y aún hoy no entiendo lo que me dice, pero bueno, el destino fue así y tuvimos que aceptarlo... El proyecto era más fuerte”, se sincera Soulé, que duró dos años y cinco discos más (Jeremías pies de plomo, Cuero caliente, La nave infernal, Es una nube y Vox Dei para Vox Dei) y también terminó dando el portazo, pero con destino Londres, para ir y volver varias veces (Gata de noche, 1978; Tengo razones para seguir, 1988, y algunas más). “Vox Dei tuvo muchísimas separaciones, sí, pero yo me fui una sola vez”, retruca Godoy y la cosa queda entre amigos. Queda ahí. Tan ahí que pasaron cuarenta y dos años y el milagro obró en positivo para que Willy Quiroga –que junto a Basoalto mantuvo a Vox Dei en actividad ininterrumpida durante casi cinco décadas–, Ricardo Soulé y Juan Carlos Godoy vuelvan a juntarse con el fin de dar un recital junto a Simón Quiroga (hijo de Willy) y Javier Basoalto (hijo de Rubén) en batería, hoy a las 21.30 en el Luna Park (Bouchard 465).

“El reencuentro fue muy peculiar, por lo natural –explica Soulé–. Nosotros tuvimos un vínculo durante estos cuarenta y dos años, en el que no tuvieron nada que ver la parte física y el contacto verbal, sino los medios sutiles... los de la música. En la misma medida en que Godoy estuvo vinculado a Vox Dei, a Rubén, a Willy y a mí, los tres estuvimos vinculados a él, aun sin proponérnoslo. El vínculo no se alteró, sí en el hablar, el vernos o el tocar, pero en la parte más profunda, la espiritual, nunca dejamos de estar juntos, sobre todo porque para el público estuvimos juntos. ¿Qué voy a decir yo, que Godoy es un desconocido? Nadie me creería. La idea central es mostrarles a los rockeros de hoy lo que es Vox Dei.” “Sí –cuela Godoy–, la gente va a ver a Vox Dei en su madurez y su plenitud, con mi cosa anárquica y autodidacta como en los ’70, y con un baterista increíble.” “Pusimos a Simón –reengancha Soulé– porque es el tipo que más cerca estuvo de Rubén en estos cuarenta años. No creo que haya otro tipo que haya escuchado tanto a Rubén como Simón... Fue su maestro directo, y a eso se le va a agregar Javier Basoalto y lo emotivo que ello implica, ¿no?”

–¿El repertorio se va a restringir al período en que estuvo Godoy o lo van a extender a todas la épocas?

Ricardo Soulé: –A todas las épocas, claro. Y fue más difícil sacar temas que poner. Es un repertorio que escogimos minuciosamente para un público que nos viene bancando hace más de cuarenta años. Es justo complacerlos con los temas que más nos pidieron en la historia. Es un repertorio extenso y muy explícito.

Ambos, Soulé y Godoy, están cómodamente relajados en el barrio que los vio nacer, el Villanueva de Quilmes Este. La sala de ensayo en que aceitan y reviven viejas canciones es amplia, calma y lumínica. Se fuma y se toma cerveza. Hay árboles y en el patio se cuela el sol por todos lados. “Hoy el barrio creció, hay muchas casas, muchos autos y muchas calles, pero cuando nació Vox Dei, a mediados de los ’70, esto era barro, caballos, zanjas y baldíos. Y nosotros, en ese entorno, estábamos contactados directamente con Londres, teníamos el Soho en nuestras cabezas, aunque no teníamos ni idea de lo que era –se ríe otra vez Soulé, cuya memoria luce intacta–. En ese contexto, Rubén (Basoalto) que era una aplanadora en envase chico, en envase de perfume, se había conseguido una batería que, para esa época y en ese contexto, era una animalada, algo atípico. La primera vez que fui a su casa, la habitación estaba cubierta por un pedazo de batería alucinante. ‘¿De dónde salió este tipo?’, pensé. Para la humildad de nuestro entorno, era llamativo. Y cuando tocó dije ‘Mamma mía, vamos para adelante’.”

Vox Dei hora cero, entonces: Soulé y Basoalto. Uno de conservatorio, instruido; el otro con el rock en las venas. El del rock en las venas, además, tenía los contactos para tocar y ya había vendido un cuarteto en algunos clubes del barrio. “Pero nos faltaban dos guitarristas”, agrega Soulé, que por entonces tocaba el bajo. El primero en aparecer fue precisamente Godoy, con una guitarra Morgan Telecaster –que después suplió por una Strato– en una mano y un amplificador en la otra. El segundo, la pieza que faltaba, Willy Quiroga, un joven mucho mayor que ellos –diez años, al menos– que llegó al grupo por intermedio de una prima de la novia de Basoalto. “Nos mandamos a buscarlo a Berazategui, recuerdo. Vimos una mujer muy linda, y era Susana, la novia de Willy. Por intermedio de ella llegamos a él, en el Bar Capri de Berazategui”, evoca Soulé.

–Quiroga tocaba folklore, cuenta la historia...

Ricardo Soulé: –Sí, era guitarrista de folklore, pero no del tradicional, sino de la onda de los Huanca Hua, y metía unas armonías impresionantes, el loco... El folklore, además, era su manera de buscarse la vida, porque cuando llegó el día del ensayo con nosotros, se manifestó como un beatlemaníaco pleno. Se sabía los acordes y los temas de Los Beatles en inglés, de verdad. Eso nos mató. Empezamos tocando temas de Los Beatles y Yodi también sabía de eso.

El inglés fue la lengua madre del primitivo Vox Dei, que entonces se llamaba Mach 4. “Nos daba no solo para hacer temas de Los Beatles, sino de Animals, del Spencer Davis Group; en fin, esa música, hasta que probamos con temas nuestros”, recalca el guitarrista y compositor. En ese tren, el del proceso de creación de temas propios, fue que Willy y Ricardo trocaron instrumentos: Quiroga se quedó con el bajo y Soulé pasó a la guitarra. “Siempre dije, en círculos íntimos, que lo que me deslumbró en ese momento fue cómo tocaba el bajo Soulé... El mundo se perdió un gran bajista. Era una pared, el fondo de un cuadro –interviene Godoy– No solamente brillaba en los cambios de una nota, sino en trabajar las diferentes cadencias en una misma nota. Mucha variedad, sí.”

–¿Nunca llegó a tocar el bajo en vivo, en Vox Dei?

R. S.: –No. No tuve tiempo, porque además íbamos detrás de una idea y no en pos de la gloria de una instrumentación, de “qué genial que soy tocando”... nada que ver. Lo nuestro era una idea musical y no nos importaba hacer un enroque, sino el resultado final.

Como Mach 4, cuyo significado era algo así como la velocidad del sonido multiplicada por la cantidad de integrantes, la banda duró un par de años, lo suficiente como para presagiar la estética rockera y cultural que fundaría con su impronta a Vox Dei. “Willy, que era más o menos diez años mayor a todos nosotros, se enganchó porque se dio cuenta de que algo pasaba. Hablábamos de sinfonías, de Beethoven más que de Palito Ortega o Leo Dan... Hablábamos de Eric Burdon, de The Kinks, cuyos discos nos llegaban por el lado de Uruguay. Había todo un curtir, que los Almendra también cuentan. Ellos decían que el tercer tiempo era casi donde se terminaba de cocinar la música. Se hablaba de cine, de literatura, de las cosas que hablan los muchachos a esa edad, y eso creaba un vínculo de reconocimiento y de identificación mutua muy importante, en un marco económico y tecnológico muy humilde. Digamos que nosotros salimos como un bombazo”, evoca Soulé.

El primer recital de ese proto Vox Dei fue en el Club Villanueva, a cuatro cuadras de la sala donde transcurre la charla con Página/12. “Se llevaron a una chica desmayada entre la gente, se ponían todos locos”, reseña Godoy. “El repertorio aún era de covers, con ciertos temas propios, pero en inglés. Los únicos que cantaban en castellano eran los del Club del Clan, y también Los Iracundos o Los Gatos Salvajes. Era muy bueno lo que hacía Nebbia, pero nosotros éramos más bluseros, más infecciosos, más venenosos”, dice Soulé. “Y el elemento potente, que nos impactó mucho, fue Manal. Nos voló la cabeza. De hecho, hay grabaciones viejas en las que yo intento imitar la voz de Javier Martínez”, vuelve Godoy.

–Bueno, el disco debut de Manal y Caliente, el primero de ustedes, que después se reeditó como Cuero caliente, se grabaron el mismo año: 1969.

R. S.: –Sí, con unos meses diferencia. Pero lo que había en ese momento era una herramienta de comprobación empírica. Comparábamos a través de la experiencia: íbamos al teatro Payró y veíamos a Manal, a Moris y a los Almendra, y nos explotaba la cabeza. ¿De dónde salían esos tipos? Después veníamos acá y nos poníamos a laburar, hasta que llegó el episodio tan famoso de Luis Alberto Spinetta, cuando vino al camarín y nos dijo: “Che, qué bocinas tienen, pero es una lástima que canten en inglés”. Primero no nos gustó mucho lo que nos dijo, pero después pensamos “el flaco éste tiene razón”. Había un público desesperado por escuchar su propio idioma y su propia problemática, porque estábamos oprimidos por un sistema político y social estúpido y opresor, y una sociedad totalmente pacata, que buscaba el confort como único proyecto de vida. Lo nuestro, con aquellos grupos, fue una onda de hermandad que nació de manera espontánea. Ibamos a vernos recíprocamente. Me acuerdo de que Javier Martínez proponía un sistema de monitoreo que era con un vidrio puesto adelante del micrófono para que la voz pegara contra el vidrio y volviera para atrás, impecable.

Yodi Godoy: –Porque no teníamos monitoreo, loco, y entonces nos guiábamos por las cuerdas vocales... Nos pasaba la percepción por la garganta y Javier después de un recital en conjunto propuso ese monitoreo.

–¿Cómo funcionaba entre ustedes dos la cuestión de los “roles” guitarrísticos?

R. S.: –Fue intuitivo, porque buscábamos, como dije antes, un resultado final y no una idea prevalecedora. Juan siempre tuvo gran capacidad rítmica, de acordes, y acompañaba eso con una coreografía muy interesante en escena. Era un personaje mezcla de inspirado y endemoniado que surtía mucho efecto en el público... La gente se enardecía al verlo poseído por una música caliente.

Y. G.: –Y a veces terminaba cubierto de sangre.

R. S.: –Le daba a unos ritmos con las seis cuerdas, que le valió el seudónimo de La Biela Humana (risas).

Y. G.: –Inclusive Willy, gran dibujante, una vez me dibujó con un remolino en la mano y un cartelito en la nariz que decía “pinchapapeles” (risas). Volviendo al tema, yo admiraba de Ricardo el vibrato de sus solos.

Ya como Vox Dei, con temas propios, calientes y en castellano, y el disco debut en ciernes, Soulé abandonó la carrera de ingeniero y una promisoria trayectoria como futbolista. “Llegué a jugar en la reserva de Quilmes, sí, y mis viejos no querían saber nada con estos locos, estas ‘lacras’”, se ríe Soulé. “¡La pinta de Rubén cuando tocó el timbre por primera vez en mi casa! Yo estaba en el fondo de casa, tomando mate con mi vieja, salió ella y me dijo ‘Te busca un muchacho medio raro’. Era Rubén con un pantalón Astronauta, que era una submarca de la marca Far West, de corderoy marrón, una botita beatle y el flequillo stone. Así, le dice a mi vieja ‘Yo soy baterista’... ¡Impecable!”, epiloga Soulé sobre aquellos primeros años cuando, como pocas veces, los Vox Dei fueron cuatro... igual que hoy.

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