MUSICA › GRAN APERTURA DEL FESTIVAL DE JAZZ CON LA ICP
› Por Diego Fischerman
Hay ocasiones en que el dibujo cuidadoso de los contornos de un mapa no alcanza para imaginarse un territorio. Sus espesores, sus grietas, sus colores. Podría hablarse de las tradiciones en las que la Instant Composers Pool (ICP) se inscribe. Del humor (un humor ingenuo, casi típicamente holandés), de las referencias a Monk y, también, a los viejos grupos de dixieland que proliferaron en el norte de Europa; del experimentalismo de fines de los sesenta, en el jazz, o de esa extraña amalgama entre virtuosismo y frescura que caracteriza a mucho de lo mejor del género. Y sería insuficiente para dar cuenta de la fantástica actuación con la que esta orquesta legendaria abrió el miércoles la sexta edición del Festival de Jazz de Buenos Aires desde que lo dirige el pianista Adrián Iaies.
Conducido por su baterista Han Bennink y, en ausencia, por el inclasificable pianista y compositor Mischa Mengelberg –que, debido a su salud, no fue de la partida pero cuyo sello inconfundible estuvo todo el tiempo presente–, este grupo varía de conformaciones según cada tema. Va desde su encarnación como improbable big band –los arreglos suelen remitir a la historia de ese subgénero e, incluso, a las vertientes más asociadas con el baile y los usos “de salón”– hasta los pequeños grupos de improvisación, integrados por dos, tres o cuatro instrumentistas. La ICP está integrada por Bennink –octogenario y vital como pocos–, Guus Jansen en piano (reemplazando a Mengelberg), Ernst Glerum en contrabajo, Michael Moore en saxos y clarinete, Tobias Delius en saxos, Thomas Heberer en trompeta, Wolter Wierbos en trombón, Tristán Honsinger en violoncello y Mary Oliver en violín. Varios de ellos están en el grupo desde hace tiempo y unos cuantos –Moore, Wierbos, Honsinger, Olivier– exhiben trayectorias envidiables, desde la formación de recordables grupos propios, como el Clusone Trio fundado por Moore, hasta su participación en proyectos de músicos de la talla de Cecil Taylor o Henry Threadgill.
Jansen es un pianista notable a quien se le nota, también, en la precisión de un fraseo siempre abundantemente ornamentado, su trayectoria como clavecinista. Wierbos es un trombonista excepcional y fue una de las estrellas de la noche, junto a Glerum, de una firmeza e imaginación destacables, además de un sonido homogéneo y corpóreo, y Bennink, claro, que no dudó en sentarse en el piso, percutir en él, primero con sus baquetas y luego con las manos, y, en un alarde de la acústica de la sala de la Usina pero, también, del silencio y respeto del público, jugar con el sonido de sus palillos rodando por el escenario. Tanto Oliver como Honsinger fueron fundamentales en el sonido de la orquesta, tanto en los momentos más camarísticos como en esa especie de furibunda banda de baile de los años cuarenta cuyo fantasma la ICP se complació en convocar. La pluralidad de fuentes va desde el blues y el jazz más tradicional –a la manera en que fueron traducidos por las bandas europeas, en los comienzos del siglo XX, y en que consolidaron una tradición en las manos de grupos como la Dutch Swing College Band, fundada en 1945 por Peter Shilperoort–, la sombra decadente de valses de salón y un experimentalismo que abreva tanto en ciertas líneas del jazz –Monk, Herbie Nichols, Mingus, Cecil Taylor– como en la música académica.
Algunas de estas vertientes logran una intersección muy lograda, como la introducción sobre un bajo de pasaccaglia para “Baltimore Oriole”, un viejo tema de Hoagy Carmichael, rescatado alguna vez por George Harrison, que lo grabó en su disco Somewhere in England, de 1981. Pero, sin duda, lo mejor del grupo tiene lugar cuando se internan, como en el poderoso y sutil arreglo de Mengelberg para “Criss Cross”, de Monk, en las zonas de armonía más densa y de rítmica más libre. La clase de jazz mostrada por la ICP, en todo caso, está lejos de ser frecuente y en ese sentido conviene resaltar no sólo el acierto de elegir una apertura de festival con estas características, sino la absoluta complicidad de un público que colmó la bellísima sala de La Boca y que despidió a la orquesta, después de varios bises, con una estruendosa ovación.
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