Viernes, 29 de noviembre de 2013 | Hoy
MUSICA › BANG ON A CAN ALL STARS INTERPRETARA MUSIC FOR AIRPORTS
Este ensamble norteamericano es una suerte de grupo de cámara que hace rock o algo parecido y se convirtió en referencia entre las últimas tendencias compositivas. Hoy cerrará el ciclo de música contemporánea del teatro San Martín y mañana tocará en la Usina.
Por Diego Fischerman
Bang On A Can es un grupo de música de cámara que hace algo, a veces, parecido al rock. O un grupo de rock dedicado a algo que no es rock en absoluto, aunque en ocasiones se le parezca. O ninguna de las dos cosas. Es, en todo caso, uno de los fenómenos musicales más notables de los últimos veinticinco años. Fundado en 1987 por Julia Wolfe, David Lang y Michael Gordon, tres compositores estadounidenses que rondaban los 30 años, el sesgo generacional –y el norteamericano– resultan fundamentales para definir su perfil. Formado con el rock como banda de sonido, con las vanguardias de los ’50 y los ’60 entendidas ya como material de estudio, y con el minimalismo y sus secuelas, de Steve Reich (a quien tomaron como faro), al holandés Louis Andriessen (asumido como tradición), Bang On A Can irrumpió en la escena neoyorquina y se convirtió en referencia dentro de las últimas tendencias compositivas norteamericanas.
“Grupo salvajemente agresivo, que combina el poder y la fuerza de una banda de rock con la precisión y la claridad de un ensamble de cámara”, según The New York Times, este combo que en su nombre apela a la idea de golpear (o de causar una explosión) en una lata produjo, además, una discografía profusa, sumamente infrecuente en el campo de la música actual de tradición académica. Y uno de sus discos, en 1998, definió como pocos los límites del territorio abarcado. Para ese entonces, ya contaban con tres ediciones discográficas con material grabado en vivo (de 1992, 1993 y 1994) y tres discos de estudio: Industry (1995). Cheating, Lying, Stealing (1996) y Lost Objects (1997). Y entonces llegó la formidable (y casi imposible) transcripción para grupo de cámara de la fundante Music for Airports, compuesta por Brian Eno. En todo caso, si algo pone en escena este ensamble es, precisamente, la dificultad para establecer genealogías puras, lo que explica que los medios musicales más rígidos, en Francia y Alemania, y en una Argentina fuertemente influida por sus designios estéticos, no terminen de aceptarlos como uno de los suyos.
Tal vez por eso reviste una singular importancia el hecho de que el cierre del ciclo de conciertos de música contemporánea del teatro San Martín los tenga como protagonistas. Es, eventualmente, un gesto que marca una nueva apertura. No es que se reemplace lo anterior. Allí estuvo Feldman. Y los admirados Salvatore Sciarrino, Gérard Grisey y Helmut Lachenmann. Allí estuvo el descomunal Prometeo, de Luigi Nono –en una producción del Teatro Colón–, y la extraordinaria, refinadísima y avasallante escritura musical de Marcos Franciosi para su Gran Teatro de Oklahoma. Pero allí estarán, también, los iconoclastas de Bang On A Can haciendo, precisamente, la Música para aeropuertos, de Eno, junto a algunos de sus hits: Cheating, heating, lying, stealing, compuesta en 1995, por David Lang, For Madeline, de Michael Gordon (2009), Believing, de Julia Wolfe (1997) y la creación que funciona casi como un himno del grupo, Workers Union, escrita por Louis Andriessen en 1975.
Hoy a las 21, en la Sala Casacuberta del San Martín, Bang On A Can All Stars –uno de los apéndices del grupo, al igual que la Asphalt Orchestra– actuará por primera vez en la Argentina. Integrado por Ashley Bathgate en cello, Robert Black en bajo, Vicky Chow en piano, David Cossin en percusión, Ken Thomson en clarinetes y, en guitarras, Mark Stewart, el ensamble se juntará con músicos argentinos para la obra de Eno, y dará también un concierto el día siguiente, a las 20 y en la Usina (Pedro de Mendoza y Caffarena), dedicado a varias de las obras incluidas en el proyecto Field Recordings (grabaciones de campo), una serie de encargos par que distintos músicos compongan a partir de “sonidos encontrados”. Músicas de infancia, fragmentos de discos antiguos –o no tanto– son los disparadores a partir de los cuales Julia Wolfe escribió Reeling, en 2012, Florent Ghys creó Open Cage, en ese mismo año, o Johann Johannson compuso, en 2013, HZ. El resto del programa Fade to Slide, de Christian Marclay (2012); Seven Sundays, de Todd Reynolds (2012); Maximus to Gloucester, de Bryce Dessner (2013); Gene Takes a Drink, de Michael Gordon, para un film de Bill Morrison (2012), Unusued Swan, de David Lang (2012), A Wonderful Day, de Anna Clyne (2013); The Cave of Machpelah (extracto de The Cave), de Steve Reich; en arreglo de Michael Gordon (1993/2013), Casino Trem, de Tyondai Braxton (2012), y Real Beauty Turns, compuesta el año pasado por Nick Zammuto.
Más allá de las obras que Wolfe, Gordon y Lang han escrito por separado y de otras en que han realizado arreglos de distintas secciones de una misma composición, como en el caso de Música para aeropuertos (a ellos se agrega frecuentemente, en esa faceta, el excelente clarinetista y compositor Evan Zyporin), hay una serie de composiciones conjuntas en las que las partes realizadas por cada uno se mantienen en secreto, como The Carbon Copy Building una ópera comic, con textos y dibujos de Ben Katchor, o el oratorio Lost Objects, con libreto de Deborah Artman y una suerte de mezcla entre música barroca –con los instrumentos originales de Musica Antiqua Köln– y paisaje sonoro contemporáneo, con cuatro instrumentos electrónicos, tres cantantes solistas, un coro y la remezcla en vivo producida por DJ Spooky. Bang On A Can también cuenta en su haber con varias obras multimedia, entre ellas The New Yorkers y Shelter. Por otra parte, han encargado y estrenado piezas de autores como Steve Reich, Terry Riley, Michael Nyman, John Adams, Somei Satoh, Iva Bittová, Roberto Carnevale, Ornette Coleman y Donnacha Dennehy and Bun-Ching Lam.
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