Ontología pura: una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Una cosa es que veinte músicos (en estado de aprendizaje) se pongan a grabar un disco junto a sus maestros para sacarle una foto sonora al resultado de tal interacción, y otra es que dos seres, casi de la misma especie, se junten después de un concierto, se tomen un vino, jueguen a tocar y alguien diga: “Estos tipos tienen un dúo y no se dieron cuenta”. Pero siempre hay un punto de unión, una encrucijada en que dos cosas, en principio incompatibles, se unen para formar una. En este caso, un mismo productor y una intención: “Nos largamos a la aventura y la condición fue estar enamorados de cada uno de los discos que queremos sacar. Con lo difícil que es hacer un disco hoy, el amor es ‘la’ condición”, señala el nexo entre ambas cosas, Ignacio Varchausky. Con la misma tozudez batalladora que lo llevó a fundar hace veinte años la Orquesta el Arranque, enfrentar al macrismo cuando éste intentó cortarle los víveres a la Orquesta Escuela Emilio Balcarce o impulsar la creación de la asociación civil TangoVía, con el objeto de preservar y difundir el folklore porteño, Varchausky vuelve a tirarse a la pileta, para jugarse con dos ediciones under. “Si se dice que el tango es off, entonces esto es como el off del off”, se ríe él, en un intento por enmarcar el riesgo que conllevó la doble edición, a cargo de Los Años Luz Discos y la misma TangoVía.

Una cosa, para ir más al punto, es Mistonguero. Se trata de la tercera muestra en formato de disco que ofrece la Balcarce, vigente desde el alba del siglo con el fin de formar tangueros, y que lleva en su sino la misma dinámica del origen: hacer confluir el interés de las nuevas generaciones con la sabiduría de los maestros. Dirigidas por uno de ellos (Víctor Lavallén), ambas generaciones se unieron para recrear no sólo el tema que da nombre al disco, sino perlas curriculares (“Tierra querida”, de De Caro; “Bandoneón arrabalero”, de Deambrogio-Contursi, o “Villeguita”, de Astor Piazzolla), y no curriculares, como “Febril”, del gran Eduardo Rovira. “En este disco, el tronco está en lo pedagógico. Van quince años de proyecto y han egresado como 300 alumnos. No hay orquesta o espectáculo que gire por el mundo que no tenga un egresado de la escuela”, señala Varchausky, contrabajista y militante todoterreno del tango.

La otra cosa es Tango y criollismo, la pata restante de una colección que seguirá en el futuro. Se trata del disco que grabaron Juan Villarreal y Marco Antonio Fernández (voz y segundo bandoneón de El Arranque, respectivamente) y que nació, dicho está, entre mates y copas en momentos muertos de entregira. “Como Marco toca chamamé, y mi viejo cantaba algunas cosas folklóricas en casa, se nos ocurrió que podíamos hacer una pieza litoraleña en vivo... ¡y la rompimos!”, señala Villarreal, sobre una de las piezas piloto que terminaron formando parte del disco: “Recuerdo de Ypacarai”. “No sabíamos qué íbamos a grabar: descartábamos cosas porque no nos cerraban, y poníamos otras que nos cerraban enseguida. Le pusimos todo el sentimiento”, agrega Fernández, sobre el trabajo que el dúo estrenará en público hoy, a las 21, en el Café Vinilo (Gorriti 3780).

Tango y criollismo es, tal como su nombre sugiere, un mosaico de músicas populares argentinas que contiene tangos (“Tú” y “Absurdo”, entre ellos), tanto como géneros que se desmarcan de la urbe: como “El carcal”, de Tránsito Cocomarola, o “Zamba del ángel”, de los hermanos Díaz y Ariel Petrocelli. “Es un disco rutero”, sentencia Villarreal. “Totalmente. Yo pensaba: ‘Estos tienen un dúo y no se dieron cuenta’ y la verdad es que dan mucho espacio a la interpretación. Juan y Marco conversan sin hacer ningún esfuerzo, y pasan de un género a otro con la naturalidad de quien camina y respira al mismo tiempo, un talento tan puro como exótico”, agrega Varchausky.