Viernes, 4 de abril de 2014 | Hoy
MUSICA › RED HOT CHILI PEPPERS PUSO EL BROCHE A LA PRIMERA EDICION DEL LOLLAPALOOZA ARGENTINO
Pixies, Johnny Marr, Savages y el agite de Perry Farrell como DJ calentaron la segunda jornada, que se desinfló algo con Soundgarden, pero llegó a su pico cuando los californianos liquidaron su show con una arrasadora versión de “Give It Away”.
Por Yumber Vera Rojas
Al igual que esas polaroids que ayudaron a contar la historia del rock, el Lollapalooza se despidió de la Argentina en la noche del miércoles con la memorable postal de Red Hot Chili Peppers desenvainando “Give It Away”. A pesar de que el mega hit del grupo californiano es inamovible de sus shows, en esta oportunidad cobró un significado reivindicador, pues apareció en 1991, el mismo año en que debutó el festival que desembarcó esta semana por primera vez en el país. Al tiempo que se transformó en uno de los himnos de cabecera de la Nación Alternativa: ese momento del rock henchido por el existencialismo ad hoc que contuvo no sólo al cuarteto comandado por el cantante Anthony Kiedis o a la eucaristía musical manufacturada por Perry Farrell, sino a Soundgarden e incluso a Pixies, las otras dos agrupaciones más esperadas de la segunda jornada del evento.
Aunque el final apoteósico de la presentación de Arcade Fire el martes contrastó con el caos suburbano que provocó la vuelta de 55 mil espectadores a casa, por lo que los que no pagaron los 100 pesos del Lollabus (autocar onda city tour que la organización puso al servicio del público), los 100 de bondis piratas o 200 del estacionamiento, tuvieron que hacer dos horas de cola para desenfundar la Sube, nadie quiso perderse la segunda fecha. Una vez en el lugar que albergó sendos días de ceremonia musical, Red Hot Chili Peppers, en el sondeo panorámico por los alrededores del estadio de la zona norte bonaerense, ganaba lejos la competencia de remeras, secundado por Soundgarden, y más atrás por un mix de Pearl Jam, NIN (tocó el día anterior) y Nirvana.
Si bien la tarde pintaba un cielo gris y nublado, el calorcito ciclotímico desestimaba cualquier chance de lluvia inmediata. Así que tras dejar atrás la entrada y el primer puerto de merchandising (el gran hit fue el “Lollabolsito”, con la cajita con forma de radio reproductor que lo contenía), y antes de llegar al Kidzpalooza (área de los rockers sub-10), los ingleses Savages, en el Alternative Stage, daban la bienvenida con uno de los shows más viscerales del festival. El novel combinado de post punk, liderado por la cantante Jehnny Beth (alumna distinguida de la escuela de Siouxsie), fue toda una revelación, pues no rankeaba entre los mayores atractivos de la programación. El cantautor italiano Jovanotti tuvo que ponerle paños fríos a tamaña euforia tempranera con una performance enarbolada sobre la base del carisma y de la efectividad del éxito radial, lo que consiguió con “L’ombelico del mundo”, al que le precedió un a capella del estribillo de “Mariposa tecknicolor”, de Fito Páez.
Si Savages y Jovanotti simbolizaban la dicotomía entre la novedad musical y la lucha de los ’90 por no tornarse sonido de museo que dejó entrever la grilla del Lollapalooza argentino, Johnny Marr estuvo más allá del bien y del mal. El ex violero de los Smiths se convirtió en el tercero de los integrantes del grupo mancuniano en actuar en el país (además de Morrissey vino el bajista Andy Rourke, pero como DJ). Y valió la pena la espera. Pese a que su arribo a Buenos Aires sucedió al tiempo que presenta su debut solista, el estupendo The Messenger, este guitarrista fundamental del rock británico de los ’80 brindó un set generoso y emotivo en el que no sólo compartió su flamante repertorio (por su condición de hincha del Manchester City, “Generate! Generate!” se lo dedicó al Kun Agüero), sino que repasó los clásicos de su ex banda (“para los viejos amigos y los nuevos”), recordó a su proyecto Electronic, y hasta probó con un cover de The Crickets (vía The Clash): “I Fought the Law”.
Mientras Marr invocaba la elegancia en el Mainstage 2, el padre del Lollapalooza arengaba al descontrol en el espacio erigido en su honor: Perry’s Stage. Aunque esta vez no trajo a Jane’s Addiction, el neoyorquino no se quiso perder el festejo, por lo que armó un menjunje electrónico en el que cantó, bailó, se tiró al público e incluso franeleó con su mujer Etty, quien lo acompañó al igual que el DJ Joachim Garraud. Poco luego de que Farrell acabó su show en el escenario, que centró a una nueva generación de exponentes de electrónica y rap, Vampire Weekend amenizó una cátedra de música afro en tiempos del hashtag. El cuarteto estadounidense atravesó sus tres discos de estudio ante el fervor de una audiencia que se duplicó tras su debut en Buenos Aires en 2011, y la mirada atónita de un invitado inesperado: Skay Beilinson, quien frente a la pregunta de qué le parecía el combinado capitaneado por Ezra Koening, no dudó en responder: “¡Me encanta!”.
Lo de Pixies también fue encantador. Demasiado. Durante poco más de una hora, el hoy trío de Boston se mandó un cancionero que embelesó incluso a los que no lo conocían. Sin pocos gestos más que la presentación que hizo el cantante y guitarrista del grupo, Frank Black, de la bajista argentina Paz Lenchantin (la nueva componente al menos en esta gira, que trató gallardamente de suplir el lugar de Kim Deal), a quien introdujo a la audiencia extendiendo sus brazos hacia ella, apenas subieron al Mainstage 1, la leyenda estadounidense del indie evolucionó en colores e intensidades a medida que recorría un repertorio agrupado en ese orden. Luego de abrir con “Bone Machine”, Pixies se adentró en un viaje del que destacaron clásicos del temperamento de “Caribou”, “U-Mass”, “Hey”, “Isla de Encanta” y “Where Is My Mind?”, rarezas de la hermosura de “Ana”, novedades como “Andro Queen” y “Bagboy”, y hasta un par de covers: “Head On”, de The Jesus and Mary Chain, e “In Heaven”, de David Lynch.
Al promediar su recital, y sobre todo tras su interpretación de su éxito “Black Hole Sun”, Soundgarden, que en 2012 regresó al ruedo con el disco King Animal, no logró remontar un espectáculo con olor a espíritu quinceañero. Y es que al combinado de Seattle no sólo le costó demostrar la contemporaneidad de su sonido, sino que su show se diluyó entre agudos y excesos de volumen. Una pena. Incluso, Illya Kuryaki and the Valderramas, quienes coincidieron en horarios con el grupo de Chris Cornell, fue mucho más solvente en su actuación, en la que le dedicaron el tema “Aguila amarilla” al “número uno” Luis Alberto Spinetta. No obstante, al momento de Red Hot Chili Peppers, el Hipódromo de San Isidro parecía un área devastada por un tsunami: las 70 mil personas que acudieron a la segunda jornada atendieron a la despedida de una celebración para el recuerdo. Y es que ya para esa hora, y tal como manifestó Anthony Kiedis, quedaba claro que “Lollapalooza es una cosa bella”.
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