Domingo, 6 de abril de 2014 | Hoy
MUSICA › MARTIRIO PRESENTA DE UN MUNDO RARO, CANTES POR CHAVELA EN EL TEATRO SHA
La cantante española grabó junto a su hijo Raúl Rodríguez parte del repertorio que interpretaba Chavela Vargas, pero en clave de flamenco. “Cada vez que salía una de las maravillosas canciones que cantaba ella, todo se iluminaba”, explica.
Por Cristian Vitale
María Isabel Quiñones Gutiérrez –Martirio, para los amigos– se considera una “arqueóloga musical” y el argumento para justificarlo es su inclinación a investigar canciones que son como piedras preciosas. “Se pueden dar a conocer como nuevas con arreglos actuales, porque son joyas clásicas, intemporales y no trilladas y, por lo tanto, merecen volver a oírse”, comparó ella hace unos días, desde algún lugar de España, en la previa del recital que dará junto a su hijo Raúl Rodríguez, hoy a las 21.30 en el Teatro Sha (Sarmiento 2255). Es una manera directa, sintética, de entrarle al contenido previsto para tal concierto: mostrar por primera vez en Buenos Aires De un mundo raro, cantes por Chavela, disco homenaje a la gran cantante costarricense, basado precisamente en una original revisión de parte del repertorio que cantaba Chavela Vargas, pero en clave de flamenco. “Con Raúl teníamos ganas de hacer un disco los dos solos y empezamos a mirar canciones que yo quería cantar, y cada vez que salía una de las maravillosas canciones que cantó Chavela, todo se iluminaba”, sostiene la cantante y actriz nacida hace sesenta años en Huelva.
–Sin dificultades para pasarlas a lenguaje flamenco, dado lo que expresa el disco.
–Fáciles de trasladar, sí. No son copias, digamos, y pudimos darle nuestra expresión. Y teniendo en cuenta cómo la conocíamos, la queríamos y admirábamos a Chavela, pensamos que nada nos daba más gusto que dedicarle un disco. Ella decía que el quejío flamenco tenía que ver con su expresión y yo la imagino perfectamente cantando por seguirillas.
–¿Por qué De un mundo raro?
–Es como pienso que era ella y cómo somos los que creemos en la magia que llevamos dentro, en las conexiones, en lo que no se ve, en el amor, en la verdad, y en el ser antes que en el tener. De ese mundo raro, hablo.
Martirio sabe de lo que habla porque la conexión con Chavela Vargas es una data matriz en su vida. La conoció en la mismísima casa de Morelos, México –país que cobijó a Chavela desde su infancia hasta su muerte–, donde fue a parar cuando la llamó para participarla de La luna grande, disco homenaje a Federico García Lorca. “Hizo una rueda de prensa poseída por la poesía y terminamos todos llorando cada vez que abría la boca, con esa sabiduría y ese humor. ¡Qué mujer valiente y libre! ¡Que espíritu fuerte!”, evoca la cantante, que participó de los multitudinarios conciertos en el Distrito Federal de México, y en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde Chavela dio el último recital de su vida. “Ese lugar donde Federico y tantas almas evolucionadas de grandes poetas y artistas habían dejado su estela, sí, y ella quería despedirse allí, donde tantas veces se había recogido e inspirado. Fue una noche inolvidable”, recuerda Martirio.
–¿Cómo y en qué circunstancias conoció a Vargas y de qué manera fluyó la relación entre ambas en lo humano y en lo musical?
–Conocí su música a los 17 años y me encantaba, porque estaba viviendo esa adolescencia en que los sentimientos están a flor de piel... y esas canciones me mataban, claro. Luego, pude verla en directo en su vuelta a España en 1993, en la Sala Caracol, y seguí viéndola siempre que venía. Tenemos amigos comunes y hemos estado actuando juntas, comiendo, riendo, cantando y charlando muchas veces. Ella veía cómo me llegaba porque mi cara de arrobamiento era un poema cuando la tenía cerca: enseñaba siendo y estando.
Al margen de su lazo con Vargas, Martirio lleva un largo trayecto como cantora y actriz. Su primer disco solista, Estoy mala, data de 1986, pero hay experiencias previas, como su paso por el grupo Jarcha, al que considera como su “escuela escénica”, o sus historias junto a Kiko Veneno y Pata Negra, en el grupo Veneno. Un antes y un después signado por la constante intención de renovar la copla española. Y también indagar en el jazz, la bossa nova, el tango, el flamenco y el rock, géneros que pueden oírse, salpicados, en sus catorce trabajos discográficos a la fecha. “De todos, me quedo con el flamenco por el estado de ánimo que me proporciona, la pasión que me despierta y el reto que supone. Después diría la copla, porque en ella me siento cómoda, puedo teatralizarla de forma natural y llevarla al siglo XXI sin prejuicios, y el tango porque me entra en la piel, me gusta cantarlo, oírlo y verlo. Siento una nostalgia vívida en algún sitio de mí y un arrebato muy apasionante.”
–¿Y a quiénes nombraría como referentes inevitables?
–A Kiko Veneno, Chano Domínguez y Raúl Rodríguez.
–Su trayectoria ha sido como un péndulo: pura inquietud. ¿Hay algún concepto que la resuma?
–La idea de libertad. De hacer en mi carrera lo que la intuición me dicte y seguir llevando las riendas. Aprender a través de las músicas que incorporo a mi repertorio, los músicos que voy conociendo, las amistades que me traen los viajes y los contactos, la que me emociona y me da una luz para seguir una idea, y el afán de descubrir y descubrirme en muchas facetas. La entrega, en este sentido, sigue intacta.
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