Domingo, 6 de abril de 2014 | Hoy
CINE › SANTIAGO PALAVECINO, JUAN MARTIN HSU Y HERNAN ROSSELLI
Los tres directores argentinos que concursan en la Competencia Internacional presentan sus películas, expresan sus diferencias y reflexionan sobre el festival porteño. “No existe ‘la película Bafici’. Cada año se trata de descubrir qué hay.”
Por Oscar Ranzani
El más experimentado de los tres cineastas argentinos que presentarán sus películas en la Competencia Internacional del 16º Bafici es Santiago Palavecino. Este egresado de la carrera de Letras dirigió dos largometrajes antes de Algunas chicas (que tendrá su première en el festival porteño): su ópera prima, Otra vuelta, participó en el Bafici 2004, mientras que su opus dos fue La vida nueva. Palavecino conoce con detalle el mundo Bafici. Los otros dos realizadores, Juan Martín Hsu y Hernán Rosselli, recién se asoman al universo cinematográfico con sus óperas primas: La Salada y Mauro, respectivamente, que completan la tríada del cine nacional en la competencia internacional de esta edición. De modo que Hsu –graduado de la carrera de Diseño e Imagen de Sonido de la UBA– y Rosselli –que estudió montaje en la Enerc y guión en el Cievyc–, son novatos pero conocen el Bafici desde hace muchos años, porque lo disfrutaron como espectadores. Palavecino toma la posta a la hora de hablar sobre el lugar que ocupan los films argentinos que pasan por la muestra porteña: “El festival logra hacer convivir películas muy diferentes. No sé si después de tantos años se ha consolidado algo como ‘la película Bafici’. Me parece que, por el contrario, una de las cosas que le siguen resultando atractivas a la gente es que las películas son muy diferentes y que, más bien, cada año se trata de descubrir qué hay”. Los tres explican en esta entrevista la esencia y los aspectos más relevantes de sus producciones.
Algunas chicas nació como una suerte de experimento que Palavecino les propuso a cuatro actrices: Cecilia Rainero, Agostina López, Agustina Muñoz y Ailín Salas. Y consistió en entregarle a cada una la novela Entre mujeres solas, del escritor italiano Cesare Pavese. “Quería ver qué efecto producía en ellas”, cuenta el director. La consigna era bastante libre: “Podían leerla, no leerla, odiarla, llamarme o no llamarme, querer hacer algo con ella, según si les gustaba o no”, recuerda el mentor. Las cuatro se impactaron mucho con la historia que narra. A partir de ese entusiasmo del cuarteto femenino, las actrices comenzaron por tener charlas con Palavecino, después pasaron a realizar ensayos que no estaban vinculados con la novela ni tampoco en base a un guión (que el cineasta iba escribiendo paralelamente). La idea era conocer los aspectos del texto que habían funcionado como disparadores de sensaciones en estas mujeres. “Y yo me dedicaba a observar porque me parecía que era una película de mujeres, sobre mujeres, pero hecha por un hombre que tenía que partir de la base de que no entendía mucho lo que sucedía. No quería traducirla a nuestra lógica masculina, sino respetarla en su singularidad”, cuenta Palavecino. Ese proceso duró seis meses y recién después de ese medio año comenzaron el rodaje de Algunas chicas. La película no es una adaptación de la novela sino que “finalmente fue otra cosa”, explica el director.
Así como Palavecino quiso saber qué les despertaba la novela a estas actrices, la pregunta obligada es qué le interesó de ese texto al director para probar este experimento cinematográfico. “Yo partía de la siguiente base: había algo del universo femenino que me fascinaba y, al mismo tiempo, me parecía como muy cargado de misterio. Entonces, inevitablemente, pensé en Pavese, que como escritor y como persona siempre se hizo cargo de ese desconcierto, pero que, sin embargo, tuvo la valentía de escribir una novela en primera persona narrada por una mujer, como si supiera”, detalla el realizador. Y el método de trabajo de Palavecino fue similar al de Pavese. Y ese juego lo hizo “como si lo entendiera o asumiendo la extrañeza”. De esa especie de gesto inicial de semejante coraje “me dio coraje a mí”, reconoce el director. “Y además me dio una especie de impulso inicial que fue muy fuerte. Ese disparador que fue la novela, alimentó un proceso que necesitó de mucha energía durante muchos meses porque fue muy sostenido.”
El film indaga de manera libre en los estados de ánimo de mujeres que están solas. “Cada una está sola a su manera. Aunque constituyen un grupo, cada una tiene su forma particular de soledad. Y esas idas y vueltas se atraviesan a lo largo de la película y, por otra parte, marcan un rasgo de imprevisibilidad. Cada una es imprevisible en su recorrido y también lo son las relaciones que van trazando entre ellas: a veces se pelean, a veces se amigan. En el interior de una escena se arman alianzas y peleas que son completamente variables. Aunque la película toca zonas oscuras, hay algo de esa cosa azarosa que fue muy divertida de filmar y de vivir para nosotros y muy fascinante de ver mientras sucedía en el rodaje. Algo de ese placer se percibe un poco en la película”, admite Palavecino. Y reconoce que esa sucesión de experiencias intensas, si se las piensa como estructura, “es un cuentito bastante clásico y todo está muy enrarecido por las cosas que suceden”. Pero en palabras del director, “hay un molde clásico conteniendo cosas muy poco clásicas”. También entiende que el problema de muchas de las cosas que les suceden a los seres humanos es que no se pueden nombrar. “Uno de los problemas que tienen las chicas y que tenemos nosotros en la vida, en general, es que muchos de los malestares e incluso las alegrías son difíciles de nombrar. Y me interesaba tomar aquellas cosas que con el cine tampoco las puedo nombrar pero sí rozar apenas”, concluye Palavecino.
Juan Martín Hsu conoció la Feria de La Salada a través de unos amigos coreanos y recuerda que hace muchos años iba hasta allí a comprar ropa. Bastante tiempo después, cuando decidió que era hora de lanzarse a realizar su primer largometraje, encontró en ese espacio algo que le resultaba muy interesante para filmar. “Y después, encontré pequeñas historias que fui viendo ahí, básicamente de inmigrantes.” Decidió, entonces, hacer una ficción con tres historias que tienen como epicentro ese sitio donde conviven personas de diferentes nacionalidades que compran y venden de todo. Una es la de un joven taiwanés que debe adaptarse a vivir en un lugar muy pequeño. La otra historia es la de un inmigrante boliviano que llega a La Salada con su tío y busca trabajo y un lugar donde dormir. La tercera es la de una chica coreana que se ve sometida a las decisiones familiares. “Casi todas están inspiradas en la realidad y muchas de las situaciones que experimentan los personajes me pasaron a mí o a gente cercana que fui recordando y anotando a lo largo de los años”, cuenta Hsu. “Yo tenía una experiencia personal que necesitaba bajarla de alguna manera y la iba ubicando en estos personajes. Eran pequeñas historias muy sencillas que yo las pude cargar de situaciones más complejas”, explica el cineasta sobre el modo de trabajar su película.
Esa fue la partida, pero el film fue mutando. “Lo difícil fue descubrir qué era lo que quería contar yo. En eso tardé mucho tiempo: era la angustia, la soledad y la melancolía de estos personajes y toda la película pasaba por las emociones de estos personajes. En el proceso, la historia pasó de una comedia hasta un policial porque en esa feria pasan tantas cosas que uno va un tiempo y todo parece interesante y eso dispersó mucho el camino para ver qué era lo que importaba de la historia; por eso se tardó mucho tiempo”, relata Hsu sobre esta película que tiene una estructura coral.
Hsu no pretendió realizar un registro documental de la feria sino que La Salada “aparece siempre en torno de estos personajes. Después de filmar, nos dimos cuenta de que la feria era solamente el lugar donde reunía a estos personajes y no era la protagonista de la película, aunque tenga el nombre. Esa fue una de las maneras de darnos cuenta de que la feria aparece más bien fuera de foco”. Pero a la vez, Hsu admite que su historia no podría suceder en otro lugar. “Es el lugar en particular que reúne a estos personajes”, afirma. Otro tema a resolver era cómo reflejar la diversidad de nacionalidades presentes en La Salada. En ese sentido, el cineasta remarca que las colectividades que aparecen “son taiwanesas, coreanas y bolivianas y cada colectividad tiene su idiosincrasia y sobre todo en Buenos Aires adquieren ciertas costumbres que son diferentes entre sí”.
Hernán Rosselli cuenta en Mauro la historia de un “pasador”; es decir, del que deambula comprando cosas en la calle para pasar billetes falsos. Mauro, el “pasador”, decide que es hora de pensar a lo grande y junto con otro hombre decide montar un taller de serigrafía para falsificar billetes. El protagonista de la ficción es, en la realidad, Mauro Martínez, amigo íntimo de Rosselli desde la infancia. “Lo conozco de chico y él me decía: ‘Filmemos algo...’”, cuenta. Como si se hubiera propuesto un nuevo diseño de producción, Rosselli filmó, acumuló material y fue editando a la par. “Filmamos una ficción, pero logramos mucho material sin que las escenas tuvieran un lugar claro en la estructura. Y muchas veces modificamos escenas que yo tenía escritas, al charlar con los actores en el rodaje. Entonces, nació antes que de una historia, de ciertas ideas sobre el ritmo y la elipsis”, sostiene Rosselli.
El dilema a resolver era cómo pensar la forma de su producción. “Había dos tópicos que quería evitar: uno era el de la dramaturgia clásica (“el pasador que falsifica billetes y simula sentimientos”). Y el otro era un tópico del cine moderno: la falsificación como metáfora de la ficción, que yo quería evitar. Y la forma de evitar eso era mantenerme a la altura de los personajes, estar cerca de ellos.” En ese sentido, Rosselli define al personaje principal como “un poco opaco”. La idea era que las motivaciones del personaje fueran ambiguas, que tuviera una cierta psicología porque al estar muy cerca del personaje “aparece todo el tiempo la psicología, pero no aparece determinado por esa psicología; no hay una relación causal entre lo que pasa y lo que el personaje vivió, pero está siempre presente. Y es alguien que tiene problemas para relacionarse con los demás”, apunta Rosselli.
El director define a Mauro como una película sobre la familia. “Entonces, el personaje está como medio perdido sobre la búsqueda de identidad y es una suerte de relato de formación, pero tardío porque todos tienen como treinta años.” La idea del taller de serigrafía se combina de cierta manera con el tema de la familia, según el cineasta: “La falsificación pone en imágenes el tema de la construcción de identidad porque el billete es algo poco material, que está cargado de representaciones. Se ve la relación con su madre pero los padres están bastante ausentes. Entonces, es como una familia medio endeble”, entiende Rosselli.
El realizador encuentra más diferencias que similitudes con El dinero, uno de los clásicos de Robert Bresson. “La película de Bresson es mucho más abstracta y no tiene un personaje y; la mía se llama Mauro porque está muy centrada en el personaje. Yo no quise ponerme sobre el personaje para representarlo. El film de Bresson es una obra maestra y a él le funcionó. Creo que Mauro quizá tenga más que ver más con las primeras películas de Bresson, que es algo que me gusta porque la primera etapa de Bresson es menos pesimista. Las películas están centradas en los personajes y también tienen finales más optimistas porque El diablo probablemente, El dinero y sus últimas películas son mucho más pesimistas”, concluye Rosselli.
* Algunas chicas: 8 de abril a las 22.30 y 9 de abril a las 17 en Village Recoleta. 11 de abril a las 15.40 en Arte Multiplex Belgrano.
* La Salada: hoy a las 20.10 y mañana a las 17.20 en Village Recoleta. 10 de abril a las 18.05 en Arte Multiplex Belgrano.
* Mauro: hoy a las 16.30 en Village Recoleta. 8 de abril a las 17.50 en Arte Multiplex Belgrano.
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