Miércoles, 2 de agosto de 2006 | Hoy
MUSICA › UN EXTRAÑO CRUCE ENTRE EISENSTEIN Y EL DUO TECNO INGLES
La ciudad de Segovia fue escenario de una proyección de El acorazado Potemkin con el dúo y una orquesta de 26 músicos.
Por Fernando Iñiguez *
Cuando Serguei Eisenstein dirigió, en 1925, la aclamada película El acorazado Potemkin, en el cine estaba prácticamente casi todo por inventar. De la música, en 2006, no puede decirse lo mismo: muchas cosas ya están inventadas. Acaso sea ésta una reflexión a plantearse antes de ver ese peliculón clásico, con la banda sonora ideada 80 años después por el dúo británico Pet Shop Boys, acompañados por la Dresdner Sinfoniker, una orquesta de cuerda compuesta por 26 virtuosos instrumentistas y dirigidos por Torsten Rasch.
Desde el principio, la propuesta sonaba extraña pero interesante: el dúo es abanderado de la vanguardia musical electrónica desde hace más de dos décadas y el film se trató siempre como el más innovador de su época. Cine de vanguardia imitado, y copiado, durante casi un siglo, reflejo de una época de revueltas, de sueños de libertad, que narra el caso real del amotinamiento de la tripulación del acorazado. El marco elegido acentuaba la fascinación previa: los hermosos y versallescos jardines del palacio de la Granja de San Ildefonso en Segovia, uno de los símbolos de las monarquías del siglo XVIII.
Así que más de veinte mil personas se desplazaron la noche del sábado hasta la tranquila localidad segoviana para ver la única representación que de ese espectáculo iba a hacerse en España, dos años después de haberse estrenado en la londinense plaza de Trafalgar y haber pasado luego por la Plaza Roja de Moscú. Una peculiar velada de cine de verano al aire libre, sin pago de entrada, con el dúo de Neil Tennant y Chris Lowe en vivo y una enorme pantalla que proyectaba entera, y en muy buen estado, esa joya del cine mudo.
El acorazado Potemkin marca un hito en la historia del cine: por mucho que se aprecie a los Pet Shop Boys, no se le puede adjudicar a su música ese calificativo, aunque sí pueda entrar en los anales del pop art. Lo de menos, en cualquier caso, es ponerse a hacer odiosas comparaciones. Cine y música son cosas distintas. Cuando ambas artes se unen bien, el espectáculo es formidable. Se comprobó en La Granja: el Potemkin volvió a navegar. Las famosas escenas de la cinta de Eisenstein, tan emocionantes como cuando el pelotón de ejecución se niega al fusilamiento de compañeros, o tan trágicas como la del carrito del niño cayendo por una escalera del puerto de Odessa, elevan su impacto gracias a Pet Shop Boys. La película se cuenta sola, y si ni apenas necesita que se traduzcan los insertos de texto típicos del cine mudo, basta un gesto, una mirada, una mueca, un puño apretado o una sonrisa para entender lo que el director pretende, menos requeriría de un acompañamiento musical.
De ahí el mérito de lo que aporta Pet Shop Boys: la película recobra grandeza. Y dramatismo. No es que alguna vez los perdiera, pero es que relegada a los circuitos del cine de culto, parecía sólo para eruditos e intelectuales. Pet Shop Boys ayudan a verla con los ojos de 2006. A devolverla al lado popular que en su origen tuvo. Dicen que Eisenstein dijo una vez que le gustaría que su película tuviera una banda sonora nueva cada década. Si hubiera estado en el concierto, posiblemente habría aplaudido la que proponen para la primera del siglo XXI.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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