Viernes, 4 de agosto de 2006 | Hoy
MUSICA › RATAPLAN, UN GRUPO DE PERCUSION AL BORDE DE SU DECIMO CUMPLEAÑOS
Integrado por quince percusionistas y una bailarina, el grupo se fogueó en la calle, donde no le faltaron problemas. Abrevando en ritmos de todo el mundo, prepara su show aniversario.
Cuando llega la hora de los tambores, el ritmo manda las palabras al rincón: no hay oración que transmita el relámpago de los primeros golpes. Retumba el ensayo, y la casa que alquilan los integrantes de Rataplán baila a pesar de las goteras. Entonces, quince percusionistas y una bailarina empiezan a meterse en los festejos por los diez años de la banda, que tendrán una primera celebración el 9 de septiembre a las 20 en el Centro Cultural Julián Centeya (San Juan 3255). Rodeados por el frenesí, Lucas Helguero, Diego Gosiker y Santiago Lemos salen un rato del bailongo para describir la sensación que aparece cada vez que sus compañeros ponen a latir parches y maderas.
“Inicialmente, esto era una juntada de los sábados”, sonríe Helguero, director general del ensamble. Candombe y batucada fueron los géneros de la primera época; pero el tiempo, los viajes y la experiencia acercaron también otros sonidos. “Empezamos a meter cajones peruanos y hasta lateríos y elementos no convencionales”, agrega el artista. La versión 2006 de Rataplán presenta un equipo de profesionales concentrados en explorar a partir de la percusión y el trabajo vocal, con un segundo disco a punto de salir y una actitud callejera que se conserva intacta desde el principio. Helguero no lo duda: “Hemos tocado en la vereda, en el Rosedal, donde fuera, siempre a la gorra. Y aunque después estuvimos hasta en el Luna Park, nos gustaría que el aniversario se celebrara tocando otra vez a la gorra”.
–¿Cómo hacen 16 artistas para compartir tanto tiempo sin tirarse los tambores por la cabeza?
L. H.: Respetamos los intereses de cada uno. Todos tenemos voz y voto. Como las inquietudes de cada integrante lo llevan por distintos caminos de investigación, nuestro espectáculo es muy variado y cada momento tiene su director. Siempre nos pasa que algún integrante viaja a Brasil, Colombia, Perú o Cuba, por ejemplo, y va trayendo cosas para que todos aprendamos.
S. L.: Hay gente que se dedica a timbales, congas, repiques, campanas, redoblantes, zurdos...; entre tantas personas con vidas, viajes y estudios tan diversos, uno tiene la certeza de que va a salir nutrido. Eso garantiza el respeto. Además, ¡siempre hay alguien yéndose o viniendo! (risas).
–¿Ven algún sentido político en el hecho de ser casi una multitud tocando y bailando?
L. H.: Es un trabajo político en el sentido de que cuando tocamos lo hacemos porque tenemos cosas para decir, lo que no significa que tengamos una bajada de línea. Nos interesa difundir una cultura de los tambores, que en algún momento fue corriente y se perdió después de las décadas del veinte y del treinta. Todos sabemos lo que se hizo en este país con los carnavales y la murga. Lo que quedó como instrumento de percusión argentino por excelencia fue el bombo, que se toca casi siempre de manera solitaria. Por eso, si bien nosotros no somos una murga, rescatamos esa actitud de ir en banda fuera de las casas para expresarnos.
S. L.: Junto con Chile, éste debe ser el único país de América en el que vos hacés sonar un tambor en una esquina y a los quince minutos te cae la policía. Viene la cana porque alguien se quejó, o simplemente porque hay un bullicio que rompe con la normalidad. Armar un grupo como el nuestro abre la posibilidad de mostrar que la calle puede ser un lugar de disfrute para mucha gente.
D. G.: En el verano 2001/2002, cuando había movilizaciones todos los días, nosotros anduvimos muchísimo. No buscábamos hacer acción partidaria, sino que usamos nuestros instrumentos de la misma forma que las señoras usaban sus cacerolas. Hacíamos bailar. Eso es fantástico. Ver que la gente baila con lo que hacés es encontrar alimento espiritual para un mes. Si bien los miembros de Rataplán son figurita conocida de los carnavales, y han estado junto a las Madres de Plaza de Mayo en las Marchas de la Resistencia, también se los puede escuchar repiquetear cualquier noche, por el puro placer de lo espontáneo. La experiencia de los tamborileros locales, sin embargo, dice que es difícil salir a la vereda si no hay un reclamo de por medio. En alguna oportunidad, Rataplán empezó un recital y, casi inmediatamente, un móvil de la policía dobló la esquina para preguntar a qué se debía “la manifestación”. “Cuando les contestamos que no es una protesta –relata Helguero– nos responden muy rápido: ‘Entonces no pueden seguir’.”
–Frente a tantos grupos de percusión, ¿qué característica distingue a Rataplán?
D. G.: Tenemos una gran variedad de estilos e instrumentos...
L. H.: Sí, en este momento hay muchos grupos de percusión buenísimos, pero están dedicados exclusivamente a un estilo. Nosotros elegimos un camino que va desde la santería cubana tradicional a las latas y lo urbano, tachos, caños... En una hora de show tratamos de llevar todas esas atmósferas diferentes, con mucho respeto por el clima específico que genera cada una. En Rataplán hay vueltas, coreografía, música vocal, relevamiento documental, danza. Hay trabajo.
S. L.: Tratamos de aprender yendo a las raíces, viajando a conocer los lugares en donde se tocan esos ritmos, contactándonos con muchas personas de otros países e invitándolas a nuestros ensayos. Ese espectro tan amplio que marca nuestra identidad tiene que ver con la investigación.
Un rasgo que define el momento de la agrupación es el intercambio musical enorme que habilita Internet. En este sentido, buena parte de los integrantes reconoce trabajar sobre la síntesis entre elementos ancestrales y sonidos bajados de la web. Sus más de treinta instrumentos sirven como herramientas para transportarse a distintas partes del mundo, desde Perú, Colombia, Brasil y Cuba hasta el Africa profunda. Al mismo tiempo, el público está acostumbrando el oído a lo nuevo. “Ahora, los que van a ver percusión conocen varios géneros y exigen mucho más que antes. El percusionista ya no es, como hace diez años, ‘un tipo haciendo bochinche’. Hay una atención distinta, con comparaciones y referencias permanentes. Sin duda algo está cambiando”, concluye Lemos.
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