Vie 21.11.2014
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MUSICA › GUSTAVO CORDERA, ANTES DE UN NUEVO LUNA PARK

“El envejecimiento verdadero es no aceptar los cambios”

Aunque admite que el final de su viaje en Bersuit dejó muchas cosas sin resolver y que tuvo que atravesar un período de aislamiento, el músico señala que “es un regalo enorme de la vida tener una nueva banda, que la gente me haya regalado una oportunidad”.

› Por Mario Yannoulas

En un piso alto del edificio de su compañía discográfica, Gustavo Cordera habla por teléfono mientras da vueltas por una gran pecera. Y cuando la puerta se abre, desviste esa inconfundible voz de osito Teddy: está, una vez más, contestando preguntas. El intenso período de exposición pública al que se somete cuando el evento a promocionar es grande lo sostiene en la baraja durante varias semanas, con veredictos concluyentes acerca de la relación entre Estado y cultura, o sobre la belleza que puede guardar el asalto a un supermercado. Pero el batifondo no lo altera. A sus espaldas, la enorme vidriera trasparenta tanques de agua y terrazas chetas de un Palermo Hollywood manso que espera por otra noche de coctelería. Corta el teléfono y atiende con entusiasmo el trabajo del fotógrafo: “¡Qué bueno, loco! ¡Qué buena foto!”.

Cordera asume con naturalidad el rol de líder, del que puede discutir las formas, pero jamás su sustento. Ahí, asegura, radicó la problemática que derivó en su tempestuosa salida de Bersuit Vergarabat, y es la razón por la que sus ex compañeros, que retomaron el grupo y hasta le dedicaron un tema, lo rechazan. Mientras tanto, el cantante trasladó su libido artística al desarrollo de La Caravana Mágica, banda con la que acaba de lanzar Cordera Vivo, un CD más DVD registrado en La Trastienda el último junio, entre cuyas canciones no hay rastros concretos de su pasado musical, sino abundancia de lo testimonial y el autoanálisis; es decir, aquello que va desde Suelto (2009) hasta En la Caravana Mágica Volumen 2 (2012). El repentino e inesperado éxito del último año lo depositará hoy a las 21 en el primer Luna Park de esta nueva etapa. “Va a tener el condimento de todas esas pasiones, de ese desencuentro amor-odio, nacimiento y resurrección, con ese Corderita bebé que ilustra la tapa del disco, con toda la vitalidad sobre un escenario. Es un regalo enorme de la vida tener una nueva banda, que la gente me haya regalado una oportunidad y que yo me la haya regalado también. Estamos vivos”, diagnostica.

Es el Luna Park número veintiséis de su carrera, pero por los pasillos de esa calva cabeza corretean las emociones: ansiedad, miedo, orgullo, duelo, sentimiento de venganza, y más. “Tomo contacto con la frescura de un nuevo nacimiento. A veces, con el momento del año pasado en que evalué la posibilidad de abandonar todo. Tomo contacto con todos esos muchachos que me acompañan desde hace seis años, porque La Caravana ya es una banda con historia que se ha ganado un lugar en el corazón de la gente, y eso es algo inédito en la Argentina, casi un milagro. Tomo contacto con aquellas voces que decían que estaba finadito, por eso Cordera Vivo”, concede. “Y también con una hermosa historia. No porque no sea triste, dolorosa, sino por lo hermosa que es la experiencia de vivir, por encima de si sos o no feliz, de si encontraste la verdad, de si fue justo, si sos libre, y todos esos anhelos que son sólo ilusiones. La historia me regaló muchas sorpresas en estos años, pude ver cómo se comportan los seres humanos conmigo frente al éxito y al fracaso, independientemente del resentimiento que te dan aquellos que estaban en el éxito y se fueron cuando viniste al fracaso, los que te acompañaron y los que no, toda esa perorata dramática que tenemos los argentinos. Más allá de eso, cuando uno cambia, su entorno también. Estoy viviendo una experiencia muy rica que va más allá del éxito o del fracaso social”.

–¿Qué pasaba por su cabeza cuando evaluó no seguir? ¿Qué le faltaba?

–No venía la gente. Habíamos hecho cinco conciertos: Salta, Tucumán, Olavarría, Bahía Blanca y Buenos Aires. Es raro que recuerde lugares, fechas y todo, pero en cada uno de éstos tuve la sensación de que era el último. Veinte personas, treinta, una gran confusión. No había más sostén económico para el proyecto, había gastado todos mis ahorros. No había confianza en los productores ni en la gente. Dentro del grupo los chicos me acompañaban, pero el núcleo duro, que eran Fideo y mis amigos de aquella época de Bersuit, empezó a cuestionar mi arte. Daba la sensación de que todo se terminaba. Esto quizá se comentaba, pero a uno sólo le llegan los obsecuentes. La poca gente que me seguía tampoco quería verlo: el traidor estaba cumpliendo su condena, como tantos otros. A Cerati le dieron diez años, a Vicentico ocho. A mí el rock me condenó a seis años de soledad y exilio, y yo acepté la condena, independientemente de lo que ocurrió en el seno de Bersuit para que nos separáramos. A nadie le interesó eso, porque cuando una banda se disuelve, se condena al líder, y punto. No importa si al tipo le estaban cogiendo a la familia, le estaban robando, le pegaban todos los días, lo forreaban. Lo importante es condenar a la cabeza, al alma, y no sólo recibí esa condena, sino que me rebelé contra mi público.

–¿En qué sentido?

–Le dije que no viniera más a verme, que los iba a echar de los conciertos, que no compraran más los discos, porque quería hacer libremente mi nueva experiencia musical. Yo peleo con el público, me enfrento, no me gusta que sean obsecuentes conmigo, ni yo con ellos. Me gustan las relaciones reales. Entonces la gente no vino más. Después de eso empecé a hacerme preguntas, trabajé no sólo con terapia, también con rituales de ayahuasca, seis meses de ataques de pánico, llanto, crisis de pareja, crisis personales de todo tipo, soledad total. Estuve en el desierto, conocí a todos los personajes ilustrados por los arquetipos: cabras con dos cabezas, dragones que escupen fuego, Dionisio presentándome toda clase de tentaciones. Eran mis propios fantasmas. Descubrí por qué había regalado el nombre de Bersuit Vergarabat, que me pertenecía desde los quince años y formaba parte de mi universo fantástico, y por qué había dejado de tocar las canciones que eran mías. Cuando descubrí que para defenderme de un gran dolor utilicé omnipotencia y culpa, me di cuenta de que había entregado un pedazo muy importante de mi vida y que tenía que recuperar mi lugar en el mundo sin sacarle nada a nadie.

–¿Y entonces?

–Entonces yo soy Bersuit tanto como ellos, y también ésas son mis canciones, salieron de mi corazón. Decidí volver a integrar mi obra de treinta años de composición, desde “Mi caramelo” a “Soy mi soberano”. En ese momento, antes de hacerlo público, teníamos el último concierto en el Teatro Cantegril de Maldonado. Yo había ordenado por contrato que la producción no usara ninguna canción ni nombrara a Bersuit para convocar a la gente, y así lo hizo. La sorpresa fue que, cuando llegué, el lugar estaba lleno con 700 personas. Ya había ido a ese concierto sin sonidista, iluminador, plomos ni asistente. Sin nada. Y el auto que llevó los equipos desde La Paloma hasta Maldonado, que era el de Lele, el guitarrista, se rompió ocho veces en el camino, tardó seis horas en llegar. Se le salió el techo, tuvo problemas de frenos, perdió todo el gasoil, reventó dos gomas y otras cosas que no recuerdo. Hacía cuarenta grados de calor. Llegaron los equipos sobre la hora, el lugar explotaba de gente y no podía explicar por qué. Ese día hice “Mi caramelo”, “Un pacto”, empecé a reversionar, y demás. Ahí comprendí algo muy fuerte: cuando me integré como persona y le entregué ese obsequio a la gente, se abrieron a escuchar las canciones nuevas. Antes, eso estaba cerrado de la misma manera que se le cerró a Cerati en 2005, cuando lo vi en un concierto que hizo gratis en el Promusica de la calle Florida para quince personas. Después de haber visto cómo padecía la condena de la gente a ocho años de haberse separado Soda Stereo, sabía a lo que me atenía cuando se disolvió Bersuit. Así que imagine lo que pasa por mi cuerpo y mi cabeza cuando la gente levanta la sanción y empieza a venir nuevamente. Hacemos una Trastienda, la llenamos; después llenamos tres, cuando jamás habíamos llenado ningún lugar. Desde ese momento la banda sólo creció, y la gente pide perdón, acepta que no sabe por qué depositó tanto odio sobre mí. Porque lo que pasó para que Bersuit se disolviera queda guardado bajo la intimidad de todos no-sotros. A mí me gustaría alguna vez poder hablar cara a cara con mis ex compañeros acerca de qué nos pasó, qué nos llevó al éxito y qué a la disolución, al fracaso, de qué puso cada uno para que eso pasara. Es una charla necesaria para poder continuar cada uno su camino libremente, y también para liberar a la gente.

–En “No es que sea viejo” juega con la cuestión de la edad, ¿el paso de los años influyó en esa crisis?

–De ninguna manera. A mí me encanta envejecer. Es la primera vez que tengo 53 años, lo vivo como una experiencia nueva. Tampoco tuve 70 y me encantaría tener esa experiencia. Me encantaría que el rock trascendiera la barrera de los 33 años, y para que eso pase tengo que ser honesto con mi mirada a los 53: rockearla ahora, no hacerme el pendejo, porque eso es síntoma de vejez. ¿Cuál es el envejecimiento verdadero? No aceptar el cambio, el paso del tiempo. Aferrarse a un momento de la vida, querer tener 33 siempre. No me interesa en absoluto tener 33 años, no cambio ni en pedo mis 53 años por los 33 para rockear. Aun menos viéndolo a Paul McCartney con 71 años en el Centenario. Ahí dije “Guau, loco, esto es rockear. Esto es crecer, profundizar. Esto es un verdadero rocker, un revolucionario, un ejemplo de transformación”. Me falta un tiempo para ser el rockero que pretendo, con contenido, con fuerza, sensibilidad, sacando capas de adentro, con menos caretas, menos miedos, más cerca de la muerte pero con más ganas. Para que la muerte sea un regalo, tengo que hacer de la vida una gran aventura. A esta edad siento que la vida está siendo una maravillosa aventura, y para mí eso es rockear.

–Hablaba del precio del liderazgo. En esta etapa también es líder...

–Sí, pero establecí un vínculo nuevo con los muchachos. Ellos son responsables de sus vidas y están agradecidos de lo que les pasa. Para mí, es un salto evolutivo muy importante. No se están colgando de mi fuerza para su propio beneficio, están trabajando para construir su lugar. Y saben lo que pienso sobre lo que tiene que poner cada uno para construir, hablamos mucho sobre la entrega y la generosidad, que tienen que ser totales, porque es la única forma en la que se van a sentir dueños de lo que están haciendo. Si no, van a sentir que soy yo, y cuando la gente va a un concierto lo único que ve es al que se entrega, y yo me entrego. Ellos están aprendiendo a entregarse. No me van a responsabilizar por ningún fracaso. Si fracasamos, fracasamos todos; si tenemos éxito, lo tenemos todos. No es que si tenemos éxito son ellos, y si hay fracaso soy yo. Ellos no van a condenarme en una reunión inquisidora por lo que digo en las notas, por los problemas que se generan políticamente hablando. Tienen fe en lo que digo, saben que me hago cargo, y eso antes no pasaba. Aprendí a dejar ser, a no proteger ni hacer todo yo, a delegar, a no controlar, a no ser un líder de características tan peronistas. Estoy tratando de disolver el patrón de relación peronista y paternalista con mis compañeros, que forma parte del patrón de relación general en la Argentina: el padre generoso y cariñoso con sus hijos, pero severo cuando no le responden, mientras ellos esperan que muera para poder ocupar su lugar. Ya formé parte de ese modelo, ése fue mi lugar en Bersuit. Estoy tratando de construir relaciones de manera más consciente.

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