Se cumplieron diez años de la salida de La argentinidad al palo. ¿Qué era para ustedes, en ese entonces, la argentinidad?

–Se había producido un exilio económico muy fuerte y, andando por el mundo, vimos que los exiliados se habían argentinizado. El dulce de leche era una deidad. La bandera argentina no era la insignia de un país, sino los únicos colores que anhelaban volver a ver. Llegabas con una soda y se ponían a llorar. Ahí descubrimos cómo esa cosa del ser nacional está aferrada a ciertos fetiches, valores y costumbres, y empezamos a indagar en eso. “La argentinidad al palo” es una canción dinámica que tranquilamente podría hoy tener otra letra y funcionar perfectamente. Es como un modelo para armar, porque somos dramáticos, exagerados, necesitamos inventar problemas todos los días, nos victimizamos, necesitamos de un enemigo imaginario para poder vivir... eso es ser argentino. El tema podría tener una letra distinta cada día, tendría que estar en los noticieros con los nuevos personajes, los nuevos inventos. Todavía somos un país niño, nos falta crecer mucho, se ve infantilismo en la política, en las relaciones humanas, en todos nosotros. A mí me encanta ser argentino, pero mucho más me gusta vernos, porque así puedo sentir orgullo por lo que soy, y no por lo que imagino de mí.