Martes, 10 de febrero de 2015 | Hoy
MUSICA › CUATRO NOCHES DE CHACARERAS, BALADAS Y CUMBIA EN EL FESTIVAL DE LA SALAMANCA
El mayor encuentro folklórico de Santiago del Estero tuvo exponentes regionales como Raly Barrionuevo, Los Manseros Santiagueños y el Dúo Coplanacu, entre otros, y también de otros géneros, como Axel y Carlos Baute. La brecha obliga a un análisis.
Por Pablo Donadio
Desde La Banda, Santiago del Estero
Nada es puro en sí mismo: basta una sola visita al psicoanalista para derribar la inocencia. Pero cabe preguntarse qué busca un festival folklórico al convocar a un abanico de artistas lo más amplio posible, pasando de la cumbia al rock y del pop a las baladas. ¿Se puede ser completamente inclusivo? ¿Está mal intentarlo? ¿No es acaso el folklore en su sentido más acabado la reunión de expresiones artísticas? Algo sí es concreto: desde el jueves pasado no hay lugar para el descanso en La Banda. Desde el mediodía, las Siestas Salamanqueras en la casa de la abuela Carabajal, en el legendario barrio Los Lagos, armaron tardes interminables de polvo y zapateo, hasta que la noche y los artistas llegaban juntos al Estadio Sarmiento, sede por vigesimocuarta vez del Festival de la Salamanca. Al cierre de esta edición, tras cuatro noches que terminaron en día, aún faltaban las actuaciones del emblemático Chaqueño Palavecino, del virtuoso violinista Leandro Lovato y figuras de otro palo como Karina “La Princesita”, con los que se prometía convocar el promedio de 15 mil personas que tuvo cada noche.
Sopla una brisa pasajera, un remanso para los 42 grados que azotaron hoy La Banda. Son casi las nueve, y el club ve llegar de a poco a las familias con reposeras, conservadoras y un ramillete de changuitos colgando. Los vendedores de espuma y lucecitas de colores respiran aliviados al fin. En estas noches se vio, como ocurre en La Chaya o el Festival Nacional del Chamamé, más jóvenes que adultos; pero en los viejos, sobre todo, la expectativa es enorme, y se les nota en el rostro. Y es que si bien aquí siempre hay peñas y guitarreadas, cada año el festival es un disparador de artistas, de noticias y regresos artísticos a ese patio de la infancia que ha sido tierra fértil para tantas chacareras, zambas y gatos.
A esta altura ya pasaron Los Manseros Santiagueños, Soledad, Los Huayra, Bruno Arias, el dúo Coplanacu, Marcelo Toledo, Roxana Carabajal, el dúo Orellana Lucca y muchos otros. En breve estará el Chaqueño Palavecino, aunque los carteles luminosos anuncian el inicio en sólo un mes, y sobre este pasto castigado que los jugadores de Sarmiento han de padecer, La Salamanca Rock. ¿Llegarán Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat o Juan Luis Guerra? Difícil. ¿Qué busca entonces un festival de folklore al convocar a un artista masivo como Axel o uno internacional como Carlos Baute? ¿Cuál sería el límite a la cartelera, si es que está bien poner uno? El carisma de Axel en el escenario se vio la primera noche y no se discute, como tampoco su aporte permanente frente a problemas sociales y ecológicos. Quizás el tema a discutir sea su pertenencia a una suerte de paquete del pop listo para consumir. Tampoco es una crítica hacia Baute. El venezolano hizo lo suyo y lo hizo bien, al menos así lo atestiguaron las miles de personas que deliraron con sus temas. Se trata, sí, de entender qué hace a un artista, artista, si es que un festival con un presupuesto importante y tantos nombres propios sirve para desenrollar alguna idea y no sólo para saltar y gritar.
Horacio Banegas y Mario Alvarez Quiroga son tipos grandes, pero siguen de ida, y siempre dejan retazos imperdibles para pensar y discutir el arte. “Todos hemos querido vivir de la música cuando nos iniciamos. Pero yo he sentido que antes había una responsabilidad de vivir para la música. No puedes quejarte del mercado si antes no tienes en la espalda una obra que defender, un trabajo que te sostenga. Admiro a los jóvenes que se animan a hacer cosas distintas, como yo sentí en su momento que debía incluir la guitarra eléctrica, pero portando una raíz genuina. La canción al ranchito y al horno de barro, que ya no existen, no tiene sentido. Es como si yo le hubiese cantado a las carretas como lo hizo Julio Argentino Jerez o Andrés Chazarreta”, dijo de movida el creador de “El color de la chacarera”. En tanto, el autor de “A don Ata” –que popularizó una joven Soledad– aseguró que a él no le interesa sacar discos como chorizos, y que siempre recuerda el slogan en la portada de los viejos discos de pasta. “Ahí decía clarito: ‘El disco es cultura’. Esa idea la llevé siempre conmigo a la hora de componer, por eso tengo 8 discos y no 25 como el Chaqueño. Y no me interesa tirar harina, ni sacudirme para que la fiesta siga. Quiero pensar en la gente que me va a dejar entrar en su casa, que va a tomar mi música como parte de su día: no la puedo subestimar.” Para los dos autores, un disco es entonces la conclusión de una búsqueda, un trabajo que expresa un momento propio, pero también social. Y no se trata de ser siempre testimonial, ni cultor de mensajes encriptados, sino de buscar la simpleza en la complejidad, de resumir como en la poesía o en una tintura madre la esencia de un proceso artístico. Eso mismo ha hecho Raly Barrionuevo con Rodar. Si bien el friense desplegó en la segunda noche salamanquera un exquisito repertorio de chacareras propias y ajenas (“El olvidao”, con el propio Duende Garnica como invitado), su clásico homenaje a Jacinto Piedra y su versión rockera de “Hasta siempre”, en honor al Che Guevara, puede decirse que su último disco recupera en parte la inmigración árabe que pobló su tierra natal. Quizá no sea lo más brillante de su obra, tal vez se vea con el tiempo. Pero sigue indagando, probando sonidos, colores y combinaciones que expresen su camino actual, y una identidad que no pierde el hilo invisible que lo une a la historia.
Históricamente, como sucede con Rosario y Santa Fe, La Banda y Santiago capital han disputado autores y honores. Pero pocas veces se vio una contienda política tan profunda, “peor que en los tiempos de Juárez”, según afirmó uno de los artistas destacados de la segunda noche. La vigente pelea entre el ex gobernador Gerardo Zamora y el ex intendente bandeño Héctor Chabay Ruiz (preso actualmente por un supuesto abuso) llegó al escenario. Incluso el dúo Coplanacu, Los Manseros Santiagueños, Horacio Banegas y otros músicos lo mencionaron. “A los bandeños... hábleles a los bandeños y no tanto a los santiagueños”, le pedía un conductor a uno de los cantantes, mientras agradecía la ovación del público. Desde la apertura, que tuvo la presencia de varios representantes a nivel nacional del Frente Renovador que llegaron “en apoyo al actual intendente Pablo Mirolo”, el festival coqueteó con las internas políticas, poniendo en discusión también el rol de la política partidaria dentro de la política cultural. También estuvieron presentes los chistes en ese sentido, en la voz y las imitaciones humorísticas de Pochi Chávez y Miguel Angel Cherutti, celebrados por la multitud. Lo que no abundó, curiosamente, fue la danza. Apenas un par de números y una brillante aparición en el tercer día de Juan Saavedra, el “bailarín de los montes”, que presentó un nuevo espectáculo a la altura de sus tiempos como integrante del Cirque du Soleil, incluyendo a sus hijos y recordando a su hermano Carlos, eximio zapateador.
Más allá de lo ocurrido en el Club Sarmiento, y en la Siesta Salamanquera, otra propuesta complementaria de excelencia fue la de los hermanos Lugones, también músicos del pago. Al igual que años anteriores, no se han dedicado sólo a tocar sino a promover su mirada sobre la cultura. Este año organizaron de forma paralela (invitados por el propio festival para difundirlo) el regreso de los carnavales populares, “no de las comparsas o la puesta en escena sino de la fiesta familiar que se ha perdido aquí en Santiago”, afirmaron. La idea es generar conciencia, juntar firmas y llegar a las autoridades para que se consolide su promoción. Una buena iniciativa, como ocurrió hace dos años con la problemática de contaminación que vive el río Dulce. Así, La Salamanca es apenas un ejemplo de la enorme cantidad de fiestas provinciales que recorren el país y que, bajo su aparente siesta apacible, reviven y agitan las discusiones sobre el ser cultural.
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