Un aria extraordinaria. Algunos pasajes grupales logrados con gran oficio. Lucimiento vocal (al fin y al cabo se trata precisamente de bel canto, ese subgénero de la ópera caracterizado por las ornamentaciones virtuosas y las coloraturas veloces). Con esos atractivos, El elixir de amor, de Gaetano Donizetti, conserva, 184 años después de su estreno, un lugar preferencial en el gusto de los fans. Y hoy a las 20 vuelve al Teatro Colón, en una puesta de Sergio Renán, con dirección musical de Francesco Ciampa y un elenco encabezado por Adriana Kuèerová, Ivan Magrì y Giorgio Caoduro, quienes alternarán los papeles principales con Paula Almerares, Santiago Burgi y Omar Carrión.

El argumento, al gusto del público burgués de la época, es el de una comedia de enredos donde se ridiculiza la simpleza de un campesino y se idealiza su pureza. Un amor no correspondido, un supuesto elixir, y poco más que eso. Un desafío, en todo caso, para Renán, quien no le teme a la comedia como posible vehículo para expresar emociones complejas. El director cinematográfico y teatral viene, por otra parte, integrando elementos multimediáticos ya desde su versión de Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk, de Dmitri Shostakovich (presentada en el Colón en 2001), y ha trabajado, en sus dos últimas puestas en ese teatro (La flauta mágica de Wolfgang Mozart y La cenicienta, de Gioacchino Rossini), e incluso en la pieza teatral Incendios, de Wajdi Mowawad, que estrenó en 2013, con un equipo de colaboradores estable que resulta fundamental en la estética visual de sus espectáculos y que conforman el videoartista español Alvaro Luna y el notable escenógrafo Emilio Basaldúa. A ellos se suman, en este caso, el vestuarista Gino Bogani y el iluminador Rubén Conde.

Con funciones, además de la de esta noche, mañana (con otro elenco), el domingo 10 (única vespertina, a las 17), el martes 12 y el jueves 14, la lista de intérpretes se completa con Simon Orfila y la excelente Jaquelina Livieri (quien tuvo una actuación deslumbrante en la última Werther presentada en el Colón) y, mañana, con Lucas Debevec Mayer y Victoria Gaeta. Estrenada en 1832, El elixir de amor fue una especie de pastiche y tanto su libreto, prácticamente copiado del de otra ópera, como su música, hecha con pedazos de otras anteriores del propio compositor, dicen bastante acerca de las condiciones que rodeaban al género de entretenimiento más exitoso de su tiempo. El libreto, de Felice Romani, traducía casi palabra por palabra el de Le philtre, escrito por Eugène Scribe para una ópera de Daniel-François Auber estrenada el año anterior y que, a su vez, plagiaba la pieza El filtro, de Silvio Malaperta, traducida al francés por Stendhal. “La crítica de La Gazetta es demasiado buena. Demasiado”, escribía Donizetti en una carta a su maestro, Giovanni Mayr. Tal entusiasmo no resulta extraño, si se piensa que la ópera se representó durante 32 días consecutivos y que, a partir de ese momento, jamás salió del repertorio.

Eventualmente, allí está “Una furtiva lagrima”, el aria que Nemorino canta, ya cerca del final, para sostener esa vieja fascinación. Y es que ese pasaje, además, tiene una historia propia. No sólo es uno de los más bellos del repertorio sino que, gracias a la temprana grabación de Enrico Caruso, en 1902, cambió para siempre los modos de interpretación. Hay allí una pequeña cadenza: la orquesta deja de tocar y el cantante improvisa un pasaje que lleva a la conclusión. Es decir, improvisaba. A partir de Caruso, y de su cadenza, de los más de 200 cantantes que posteriormente registraron “Una furtiva lagrima”, sólo cuatro hicieron algo diferente de lo que el célebre tenor había cristalizado. Es más, mucho del público considera que se falta a la tradición (y a la partitura) si se cambia lo que Caruso inventó ese día.