Viernes, 25 de agosto de 2006 | Hoy
MUSICA › A LOS 77 AÑOS, MURIO AYER CARLOS CARABAJAL
Forjó una tradición musical santiagueña. Compuso “Desde el puente carretero” y “Entre a mi pago sin golpear”, entre otros.
Por Karina Micheletto
El cantautor santiagueño Carlos Carabajal, conocido como “el padre de la chacarera”, murió ayer, dos semanas después de haber sufrido un accidente cerebrovascular, complicado con un cuadro de neumonía.
Orgulloso vecino de La Banda, Carlos Carabajal había nacido en esa localidad, pegada a la capital santiagueña, en 1929. El puente que une Santiago con La Banda lo inspiró para una de sus creaciones más famosas: “Desde el puente carretero”. A través de sus años de carrera creó y actuó en grupos como Los Carabajal, Los Manseros Santiagueños, Los Changos Banderos y Los Santiago Manta. Además de esas formaciones que en su momento marcaron al género, y que continuaron a lo largo de los años con diversos integrantes, Carlos Carabajal es autor de temas emblemáticos del cancionero como “Entre a mi pago sin golpear”, “Ciudad de La Banda” y “Domingo santiagueño”. “A la sombra de mi mama” (dedicada a su madre, María Luisa Paz) fue grabada por Sandro, y antes por Leo Dan, en un disco que vendió más de tres millones de unidades.
Carlos Carabajal fue una de las cabezas destacadas de una familia con linaje folklórico que se multiplica en ramas artísticas a través de las generaciones. Era hermano de Agustín y Cuti Carabajal, padre de Peteco, Demi y Graciela y abuelo de Roxana y Camilo Carabajal. También era tío de Roberto, Musha y Jorge Luis, entre otros Carabajal que continuaron con la tradición familiar de intérpretes y compositores y que hicieron que dentro del folklore el apellido Carabajal se transformara en sinónimo de chacarera.
Su casa de La Banda era el lugar de reunión familiar, un espacio que invitaba a la guitarreada casi automática. Don Carlos la había planeado así: quien llegaba a su casa entraba directamente a una cocina gigante erigida como espacio central, desde la que se divisaba el típico patio de tierra santiagueño. “Aquí podría haber construido tres o cuatro habitaciones, pero yo quise hacer mi casa así”, explicaba a Página/12 en una de sus últimas entrevistas, en julio pasado. “Siempre fue mi sueño tener una cocina bien grande para reunir a la familia y los amigos.” Por entonces, en los festejos del aniversario de la ciudad de Santiago del Estero, los homenajes a Carlos Carabajal se multiplicaron, y el músico llegó a estar presente en el show principal, rodeado de su familia.
En la década del ’50, como tantos provincianos, Carlos Carabajal había llegado a Buenos Aires con la guitarra al hombro. A diferencia de otros, lo que hizo fue esperar a ganar reconocimiento, un poco de dinero y una familia musical encaminada, para pegar la vuelta al pago. Eso fue en 1974. Desde entonces, Carlos se había transformado en uno de los próceres vivos que conservaban los santiagueños, más allá de las críticas que siempre esgrimieron algunos coprovincianos, con quejas que apuntaban al eclipse que provoca el apellido Carabajal, aun a cientos de kilómetros de distancia.
Carlos contaba que en Buenos Aires hizo de todo para ganarse la vida: trabajó en una fábrica de galletitas, hombreó reses en un frigorífico, cargó bolsas en el puerto, fue albañil. Contaba, también, que aquellos años en que de día trabajaba en una obra en construcción y de noche en los grandes teatros de la calle Corrientes, aprendió que aceitarse las manos antes de empezar a trabajar era la única forma de sacarles rápido la cal, para ir de un trabajo al otro. Con la ropa era más fácil: sólo tenía que guardar el mameluco en un bolso y ponerse el traje que dejaba colgado en una pared de la obra. “En esa época estaban de moda Los Chalchaleros y Los Fronterizos y en las compañías me pedían que cantara como salteño. ¡Cómo iba a poder cantar como salteño!”, recordaba.
Antes de eso, tampoco le había sido fácil sostener su vocación de músico: su padre le desafinaba la guitarra, empeñado en impedir que su hijo saliera músico. “Es que en ese tiempo ser músico era cosa de borrachines, de gente de mal vivir, así se pensaba en la sociedad de la época”, contaba Carlos. Pero el joven Carabajal no se dio por vencido: ayudado por su hermano Agustín, descubrió una forma de afinar su guitarra: el sonido del tren Central Argentino, que pasaba todas las mañanas hacia Tucumán, le daba todas las mañanas la nota con la que aprendió a guiarse.
Carlos Carabajal no sólo seguirá vivo en sus canciones. También en una familia en la que parece asegurada la supervivencia del linaje musical, y en encuentros como el Festival Nacional de la Chacarera (impulsado, en su momento por él) y el cumpleaños de la abuela María Luisa Paz, que cada 17 de agosto sigue convocando a una fiesta, aunque la cumpleañera ya no esté. Quizás el tiempo imponga otra fiesta de cumpleaños en la cocina de Carlos, ésa que el músico soñó para reunir a los amigos.
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