Jueves, 4 de junio de 2015 | Hoy
MUSICA › EL BALANCE DE LA 17ª EDICION DE LOS PREMIOS GARDEL
Andrés Calamaro, el dúo Cutaia/Melero y Escalandrum fueron algunas moscas blancas de una premiación que, cada vez más, celebra casi exclusivamente lo que sube en los rankings antes que lo artístico. Axel fue el gran ganador, gracias a Tus ojos, mis ojos.
Por Joaquín Vismara
Parecía un paso de comedia guionado, pero no lo era. Cada vez que el maestro de ceremonias Roberto Pettinato mencionaba los nombres de Axel o Lali Espósito, la respuesta instantánea era un griterío eufórico por parte de sus fans. El formato estímulo-respuesta se dio reiteradas veces a lo largo de la decimoséptima entrega de los premios Gardel, e hizo que el ex saxofonista de Sumo clavase la mirada en las primeras filas de la platea (donde estaban, entre otros, Andrés Calamaro, Rubén Rada y Los Auténticos Decadentes) y lanzase una frase tan cortante como cierta: “Sí, chicos. La música ha cambiado”.
Si algo quedó en claro el martes por la noche en el Gran Rex es que, quizás hoy más que nunca, la industria se mueve y sostiene gracias a figuras de música pop del calibre de las ya mencionadas. De hecho, el melódico Axel era el artista con más nominaciones y fue quien se llevó a su casa tres de las estatuillas más codiciadas: Artista masculino pop, Album (lo que significa además el Gardel de Oro) y Canción del año. Todas ellas producto de su último trabajo Tus ojos, mis ojos que, como bien reparó la co-anfitriona Catarina Spinetta, fue Disco de Oro a sólo 24 horas de llegar a las bateas el año pasado.
No se trata de un pecado mortal ni un secreto a voces. Al igual que otras entregas de premios a escala mundial en las distintas ramas del arte (los Grammy, los Oscar y los locales Martín Fiero, por citar sólo tres ejemplos), la dinámica de la ceremonia es la industria premiándose a sí misma y siempre fue así. La variable que inclina la balanza hacia uno u otro potencial ganador es en definitiva el gusto masivo, más allá del mérito artístico. Son contadas las excepciones de artistas jóvenes que acceden a alzar la estatuilla del zorzal criollo. En esta jornada, ese lugar lo ocuparon Lali Espósito y Agapornis, dos de los pocos artistas sub 30 en ser galardonados, pero los únicos que cuentan con un importante apoyo por parte de una discográfica multinacional.
La velada sirvió también para revalidar la figura de varios artistas de extensa trayectoria. El primer galardonado de la noche fue Andrés Calamaro, un abonado vitalicio a los Gardel gracias a su obra prolífica y caudalosa. De hecho, el ex Abuelos de la Nada salió ganador en la terna Album artista de rock, en donde competía con Fito Páez... y con él mismo, ya que figuraba en la nómina con dos de los tres álbumes en vivo que publicó el año pasado. En su discurso, Calamaro homenajeó a Adrián “Toto” Nievas, el fallecido ex líder de Adicta, y comenzó a enumerar una lista cada vez más larga de agradecimientos a sus colaboradores hasta sincerarse con un “porque no sé con cuál de los dos discos ganamos”.
Como en todo evento masivo, hubo lugar para la divulgación de las causas nobles, aunque los matices fueron delimitados con brocha gruesa. De un lado, Adriana Varela y Verónica Condomí invitando a los espectadores a ser parte de la marcha Ni una menos mientras recibían sus respectivos trofeos; del otro, la presentación en vivo de Axel con la canción “Somos uno”, con un discurso plagado de lugares comunes sobre la eliminación de las diferencias entre personas. Quizá para amortiguar el impacto de escenas como ésta, Pettinato plagó su monólogo inicial con comentarios de abundante incorrección política, como cuando sentenció: “Para que no digan que no somos inclusivos, tenemos a las Bandana de mozas y a los Wachiturros de valet parking”. Hubo lugar también para los reconocimientos. Media hora después de recoger la primera estatuilla de su carrera, Jairo recibió un premio por su trayectoria. Más cerca del final, se realizó un homenaje post mortem a Leopoldo Federico, con una selección de su obra complementada con una coreografía a cargo de Hernán Piquín y Cecilia Figaredo.
Y como el tiempo en TV es tirano y la ceremonia se adaptó al ritmo televisivo, varias de las categorías más destacadas se entregaron por la tarde, cuando el teatro todavía no estaba abierto al público. El merecido galardón a Carlos Cutaia y Daniel Melero por su disco en colaboración y las dos estatuillas que levantaron, respectivamente, Octafonic y Escalandrum (una de ellas, nada menos que la de Producción del año) pasaron inadvertidos por quienes se apersonaron en el Gran Rex a la hora señalada en la invitación, mientras que su mención en la pantalla chica fue más que fugaz. Es un detalle a tener en cuenta para futuras entregas. No está mal que Capif cuide a quienes rinden en términos de cantidad, siempre y cuando eso no vaya en desmedro de una palabra que suena parecido, aunque muchos se ocupan de posicionarla en el otro extremo de la balanza: calidad.
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