Martes, 28 de julio de 2015 | Hoy
MUSICA › ANTOLóGICO CONCIERTO DE MARTHA ARGERICH Y DANIEL BARENBOIM
En ese punto donde dos maneras muy diferentes de tocar se unen, Argerich y Barenboim encontraron un fraseo, una respiración y un impulso que convirtió cada interpretación, como la de la Sonata que Bartók escribió en 1937, en inolvidable.
Por Diego Fischerman
MARTHA ARGERICH-DANIEL BARENBOIM
Dúo de pianos
Obras de Robert Schumann, Claude Debussy y Bela Bartók
Teatro Colón. Domingo 26.
Por algún motivo las imágenes resultan bastante apocalípticas. Un viento arrasador. Una explosión de energía. Una tormenta incontenible. Y es que no hay muchas maneras de hablar de la música, esa otra lengua. Y mucho menos cuando lo que sucede es la memorable intepretación de la Sonata para dos pianos y percusión de Béla Bartók ofrecida por Martha Argerich y Daniel Barenboim. Si del arte se espera, aún, y en medio de las múltiples discusiones sobre su naturaleza que pueden tener lugar, un cierto poder de conmoción, una capacidad de inquietar, es decir de sacar de la quietud, lo sucedido este domingo a la tarde en el Teatro Colón cumplió el cometido con creces. Y, de paso, puso en escena una de las cuestiones más misteriosas –y más maravillosas– relativas a la música de tradición académica. Cómo es que una obra compuesta hace muchos años, y tocada tantas veces, puede sonar como si fuera la primera –o la única– vez.
Los dúos de pianistas suelen ser hermanos (Alfons y Aloys Kontarsky, Katia y Marielle Labèque) o matrimonios (Pascal y Ani Rogé). Las parejas de estrellas son más inusuales, pocas veces exceden unos pocos conciertos y, en general, sus interpretaciones suelen estar tan llenas de brillo como vacías de esa clase de comunicación mágica que logran quienes tocan juntos desde siempre (o casi). Argerich, por su parte, ha conformado uno de los grandes dúos de la historia junto a Nelson Freire. Y Barenboim tocó, en su juventud, muchísima música de cámara. No obstante, a primera vista no podría haber dos pianistas más distintos. Y, sin embargo, donde se unen, de una manera incomparable, es en sus contradicciones. Barenboim, reflexivo, racionalista, teórico, otorga, sin embargo, una importancia central a la personalidad del intérprete, hasta el punto de ir en contra de la partitura o de las prácticas de interpretación establecidas (como en su manera de encarar a Bach) si eso es lo que siente que la música le está pidiendo. Argerich, impulsiva e intutiva de una manera casi animal, se maneja, no obstante, con un rigor absoluto en relación con lo escrito y, en particular, hace de la precisión rítmica, un credo. En ese inexacto punto exacto donde dos maneras de tocar se unen, ellos encuentran un sonido, un fraseo, una respiración y un impulso que convierte cada interpretación en valiosa y algunas, como la de la Sonata que Bartók escribió en 1937, respondiendo a un encargo de la Sociedad para la Nueva Música de Basilea, para tocar con su esposa, Ditta Pasztori, en inolvidable.
El piano a cuatro manos ocupó un lugar protagónico en la música hogareña –y en la industria editorial– durante el siglo XIX. Johannes Brahms transcribió casi toda su obra, incluyendo sinfonías, conciertos y cuartetos, quintetos y sextetos para cuerdas, para esa conformación instrumental. Robert Schumann, en cambio, transitó por esa forma particular del dúo muy ocasionalmente. Sus exquisitos Estudios canónicos Op. 56 fueron escritos en homenaje a su maestro Johann Gottfried Kuntzsch y fue Claude Debussy quien los transcribió para dos pianos, una disposición que eligió, a su vez, para tres obras propias, Lindaraja, Seis epígrafes antiguos –que parte de la transcripción de algunos números de sus Canciones de Bilitis– y En blanco y negro, compuesta en 1915 e inspirada, al menos lateralmente, por la Gran Guerra. Es, de hecho, una de sus obras más osadas en el campo armónico y la utilización de violentos contrastes le sentó de maravillas al dúo.
La primera parte del concierto (Schumann y Debussy) ya había sido adelantada en el concierto de la noche anterior, que se había completado con parte de lo que ya había sonado en la apertura del viernes, la Sinfonía de cámara de Arnold Schönberg –en una interpretación que destacó el gesto romántico, à la Richard Strauss– y la deslumbrante –deslumbrantemente tocada, además– Sur Incises de Pierre Boulez. El festival Barenboim continuará este miércoles y jueves con la participación de la Orquesta West-Eastern Divan haciendo la Sinfonía Nº 4 de Tchaikovsky y, con Argerich como solista, el Concierto Nº 2 de Ludwig van Beethoven. El domingo 2 y el lunes 3 la orquesta, conducida por Barenboim actuará nuevamente en el Colón, pero para el ciclo del Mozarteum Argentino. En el mismo escenario, los solistas de la orquesta actuarán el martes 4 y los días 7 y 8. A ello habrá que agregar los tres conciertos en sedes religiosas porteñas, el 1|, 5 y 6 de agosto.
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