Martes, 18 de agosto de 2015 | Hoy
MUSICA › LA CANTAUTORA LILA DOWNS, ANTES DE SUS SHOWS EN BUENOS AIRES
La artista mexicana presentará su nuevo CD, Balas y chocolate, en el que reafirma su mixtura de tradición y modernidad. “Los temas del disco son como una especie de terapia, porque le estamos cantando a la muerte”, sostiene.
Por Cristian Vitale
“Lila Downs arrasa en Argentina”, reza la leyenda –nada cruel– en el cartel. Lo del arrase y su espectacularidad es cosa de gacetilla de prensa, claro. Pero de todos modos hila bien con los dos Gran Rex que la cantautora mexicana va a llenar este fin de semana (viernes y sábado), según canta la venta de entradas. Ella ríe y acusa recibo. “¿Cómo me suena eso de arrasar?, bueno, pues me da un poco de miedo”, vuelve a reír, no sin cierto dejo de ironía. El propósito base de la doble jornada de la Downs en Buenos Aires –que se extenderá a tres el 11 de marzo del año que viene– es mostrar al público Balas y chocolate, su flamante disco, como parte de un tour continental que ya pasó por México, por enclaves urbanos argentinos (Rosario, Córdoba, Mendoza) y Chile, y que aún resta pasar por Bolivia, Uruguay, Estados Unidos y Canadá. “Nos estamos presentando con los temas del disco que son como una especie de terapia, porque le estamos cantando a la muerte. En las calaveras que hacemos en México siempre hay un poco de crítica social y eso nos hace bien. Aunque espero que no nos haga demasiado bien, para que luego no nos torne indiferentes”, reflexiona ella, de arranque nomás.
–Una catarsis “medida”, dice.
–Totalmente. Ahí va.
Una catarsis moderada, entonces, y nutrida del ABC estético típico de la cantautora que le agrega a la consabida necesidad de “decir cosas”, un tratamiento sonoro hecho de fusiones, alquimias, híbridos, tradiciones y novedades. En este caso, a través de diez canciones compuestas por ella y su marido, el saxofonista y productor estadounidense Paul Cohen, más tres versiones que no le van en saga a la intención. “El disco apela en muchos sentidos a la situación difícil que estamos viviendo en México, que viene de años. Llevamos mucho tiempo con estas historias que son tan difíciles de contar, y que nosotros intentamos hacer a través de collages, de rap, de jazz, de cumbia, de ranchera, de blues, de música klezmer y de otros estilos, para poder decirlo con música. Y en el contexto de un folklore en el que vale todo, quiero decir, porque creo que el folklore nos habla en los momentos más difíciles”, se expide esta mujer que canta, pero además compone, actúa, produce y es antropóloga.
–¿Cuál es el sentido del nombre que le puso al disco?
–En parte, es porque el altar de muertos lleva como principal protagonista al chocolate, que se bate de una forma muy particular en México. El chocolate es sagrado, pero también representa los excesos que estamos viviendo, porque creo que los seres humanos somos unos enamorados del peligro.
–¿Se refiere a todos? ¿A una condición humana universal o a ciertas individualidades?
–Bueno, el peligro atrae. Al menos a mí siempre me ha atraído, porque tengo curiosidad por lo que pasa. Por saber por qué nos encontramos en un sistema de mentiras que sabemos que son mentiras, pero que igualmente disfrutamos.
Balas y chocolate consta de trece piezas. Entre ellas, “La Farsante”, que brilla en la voz del histórico Juan Gabriel; “La patria madrina”, el hit de batalla que canta Juanes y que está dedicado a la desaparición forzada de los cuarenta y tres normalistas en Iguala; la telúrica “Humito de copal”, la guerrera “Mano negra” y “Una cruz de madera”, tema al que Downs se refiere ahora: “Este es un tema que yo le escuchaba a una niña que tocaba el acordeón en las calles de Oaxaca. Una niña que llegó a ser parte de nuestra historia. Ella tenía unos cinco años cuando nos acompañaba, y tenía una voz muy potente. Toda su familia vivía en la calle y cuando cantaba esta canción, yo decía ‘qué contraste’, ¿no?, ese de decir ‘cuando yo muera no quiero nada, no quiero cosas materiales’. Igual, es algo bien acertado de la mentalidad de los mexicanos de antes que todavía existe, esa mentalidad de estar contentos con lo que tenemos y no desear tantas cosas materiales. Me parece una canción muy romántica respecto de la muerte”, refiere.
A “Humito de Copal”, en tanto, le destaca su lenguaje de mundo latino y también su relación con el todo del disco. Con los muertos y la muerte. “El humito es ese incienso que sale del altar de los muertos y, según la leyenda, los despierta y los llama al altar para que compartan los manjares frescos que les ofrecemos cada 2 de noviembre. En este caso puntual, está dedicado a los periodistas asesinados en mi país. Es un canto por la verdad”, revela la cantautora sobre otra de las piezas clave de un disco que eligió a “La patria madrina” como puerta de entrada. A éste también le dedica una impresión: “Estaba en mi barrio componiéndola y me decía ‘quiero cantarla sola’. En ese momento no tenía el arreglo tan elegante que le quedó ahora, pero empezó como un acto muy sincero hacia el lugar de mi origen, y también hacia Latinoamérica. Pensaba mucho en ustedes, curiosamente. En cómo los argentinos han hecho los juicios por los desaparecidos. Eso me inspira a que haya un futuro mejor. Por eso el coro (‘y todo amaneció mejor, mejor’) es de verdad. Mucha gente cree que soy cínica, pero no... de verdad creo eso”, declama esta heredera de Chavela, aun tomada por ideales.
–El tópico central del disco es la muerte o los muertos. Y en este sentido aparece, por un lado, el valor que tiene la muerte para la cosmovisión de las antiguas culturas mesoamericanas y, por otro, el hecho de que usted es antropóloga y algo debe saber de la cuestión. ¿Cómo engancha entonces la antropología con las vivencias, su origen y las músicas, a través de la idea de la muerte?
–Por el idioma. Es muy importante estudiar el náhuatl o las lenguas mayas, en este sentido. Mi madre me explica mucho sobre la interpretación de algunos temas que son clave en los símbolos sagrados mesoamericanos. En el disco hago una alusión al ritual del desollamiento, un ritual terrible del cual sabemos algo por los restos arqueológicos. Sabemos que en la catedral de México estaba el Templo Mayor de los mexicas, y hay un muro que es impactante, lleno de calaveras. Y eso para mí es muy impresionante. Me da la sensación de una conexión con lo que está pasando hoy en día en los cuerpos mutilados, en los sacrificios de personas que están peleando unos con otros como guerreros. No sé cuál será la conexión precisa artísticamente hablando, pero sí que entra la poesía mesoamericana a través de sus lenguas, de su poesía. Hay algo ahí que me toca el subconsciente y se conecta con la música.
–Y con el todo del disco...
–Claro, porque la idea de este disco es que lo estamos cantando desde el lugar de los muertos. Son las voces de los que ya no están, pero sí están presentes cruzando esa frontera con el otro mundo. Creo que la música debe hablar por sí sola y este disco ha sido bastante generoso en ese sentido, porque tenía la idea muy clara de componer un tema que tuviera que ver con la música judía, con el klezmer, o una ranchera como “La farsante”, que fuera difícil de cantar, y también cumbias bailables, aguerridas, de esas que hablan de la realidad, pero que al mismo tiempo te hacen gozar. Este es el contraste que a mí me mueve, que me apasiona. Y lo lindo es que fue la primera vez que la banda (La Misteriosa) participó de una manera muy democrática, a través de los arreglos o del armado de los temas. Las maquetas las empezamos a hacer entre Paul y yo, y las letras las iba puliendo yo, pero en el estudio los músicos aportaron muchas líneas musicales, que es algo que habitualmente también hago yo.
–¿Cómo funciona la dupla compositiva con su marido? ¿De qué manera enlaza lo afectivo con lo musical?
–Bueno, ahora funciona mejor que antes, porque antes había muchos pleitos (risas). El es un músico muy sofisticado. Ha sido un autodidacta del jazz, y yo aprendí un poco del jazz también. Cuando vivíamos en Filadelfia nos íbamos a los bares a hacer esos ejercicios que se hacen como músicos. Llevas tu instrumento y te permiten tocar dos o tres temas. Esta es una escuela del jazz, y él siempre me decía “ten más clara la idea y ven conmigo” (risas). El es muy crítico. Pero creo que en este disco fue menos analítico y más intuitivo.
–Más cercano a su mundo, digamos. O al mundo femenino.
–Pues sí, porque es lo que sentimos. Y espero que el público también lo sienta.
–¿Le costó explicarle a Paul aquello del subconsciente que se conecta con la música?
–(Risas) Es verdad que él es más literal, que me cuesta convencerlo, pero todo bien igual.
Lila Downs conoció a su marido en Minneapolis, una de las dos ciudades que la formaron. La otra fue Tlaxiaco, el rincón de Oaxaca que la vio nacer y desarrollar sus primeras sensibilidades sobre padecimientos y alegrías de sus gentes. Como cantora y música –una de sus facetas– ha publicado trece discos entre 1996 y hoy, ganó un Grammy Latino, actuó en todo el mundo y participó de la banda sonora de la película Frida, entre otras muchas cosas. “He vivido en dos latitudes distintas, con climas diferentes y gentes también. En Minnesota hay muchos nórdicos, gente de Alemania o de Suecia. Pero curiosamente, en mis años adultos me he dado cuenta de que la manera de socializar y organizarse en Oaxaca es mediante mucho trabajo voluntario, igual que en Minnesota. Hay similitudes, también.”
–¿Y cómo ve la relación entre sus vivencias en Oaxaca, el imaginario personal que la nutre desde allí, con lo “intelectual”, que le aportó la Universidad de Minnesota? ¿Cómo tornó “analíticas” sus vivencias?
–Se necesita mucho de la poesía para encontrar una relación. Ultimamente he leído mucho a Octavio Paz. El tiene un libro que se llama El arco y la lira, y me encanta porque analiza las poesías de todas partes del mundo. Eso es una necesidad, y es importante para darle aprecio a cada paso que das en la vida. Es como la relación entre Paul y yo, que fue difícil después de tantos años, y que a veces es bueno analizarla, pero a veces también lo es dejar que fluya.
–Lo intelectual tiene un límite...
–Totalmente de acuerdo.
–Hay veinte años de diferencia entre la grabación de su primer disco (Ofrenda) y la de Balas y chocolate. ¿Cuáles son las rupturas y continuidades entre los dos y entre la Lila que hay en ambos?
–Justo estaba pensando en que el siguiente disco va a ser el más parecido a Ofrenda, porque he pensado mucho en el bolero, que siempre ha sido una pasión mía, pero nunca he tenido la libertad suficiente para poder abordarlo por completo. Lo extraño, pero ahora me siento más plena, mejor conmigo misma, y eso me conecta con las primeras grabaciones. Hay más continuidad que ruptura, quiero decir, pero en el próximo disco.
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