Domingo, 30 de agosto de 2015 | Hoy
MUSICA › EL 40º ANIVERSARIO DEL TANTANAKUY, EN JUJUY
El encuentro realizado en San Salvador, Maimara y Humahuaca dejó bien en claro que, tal como dijo Jaime Torres, “esto de juntarse no es porque sí, tiene un sentido”. Bajo un paisaje imponente, los artistas pusieron el cuerpo para una celebración inolvidable.
Por Cristian Vitale
Desde San Salvador, Maimara y Humahuaca
“Aunque viajemos a miles de kilómetros de distancia
siempre viajamos adentro de nosotros mismos.”
Gunter Rodolfo Kusch
Mediodía. El sol pega fortísimo en ese bello paraje de la quebrada que tiene a su cementerio como un lugar de color y vida, de cara a la gente: Maimará. Serpenteando por sus calles en desnivel, entre el piberío que sale de la escuela y los trabajadores que se prestan a descansar tras una dura jornada, un puñado de personas ligadas a Rodolfo Kusch, el filósofo de la América profunda, dice cosas. Está Elizabeth, su viuda. Están Jaime Torres, por supuesto, y Mario Vilca. Están Víctor Heredia y el profesor Héctor Olmos. Todos, justo frente a la puerta de la sencilla casita del pueblo que el filósofo eligió para que pensamiento, sentimiento y acción no se le escindan. El homenaje es cálido y emotivo. “Tenemos el propósito de llevar en nuestra alforja su pensamiento, revalorizarlo, hacer de alguna manera como hace el viento: expandir, propalar, difundir para que ese pensamiento que nosotros queremos hoy como una construcción concreta sea en esta comarca que eligió Kusch para vivir. Que esa colina que lo alberga hoy, sea la apacheta de América”, enmarca Salma Haidar, otra persona ligada al legado del autor de Geocultura del hombre americano y la nodal El pensamiento indígena americano..
Y, tras ella, las otras voces se dejan oír. La de Elizabeth, su mujer, sobre el refrendado concepto de buen vivir y su inserción en el mundo de hoy. “¿Es importante pensar qué somos?”, dice ella. La de Vilca, que habla del sentido de florear a la Pachamama y de los dos caminos que indagó Kusch: el del pensamiento científico técnico y el del sentir, el del afecto. “Nos dice él que la filosofía es el discurso de una cultura en busca de su sujeto y que lo que necesitamos es que el camino de la América profunda se cruce con nuestros caminos individuales y se aloje en nuestro corazón”, resume. La de Olmos, docente de la Universidad de Avellaneda, que rescata la visibilidad actual del filósofo de la América profunda en las nuevas universidades argentinas “cuando antes era totalmente ninguneado”. La del mismo Heredia quien, espontáneamente convocado por Jaime Torres, también se mete en tema. “Agradezco esta posibilidad de celebrar la obra, el pensamiento y la ideología de un hombre que trabajó para el descubrimiento de lo que somos. Fue uno de los que impulsaron mi obra Taki Ongoy”, detalla Víctor, y sus palabras disparan aplausos. Tras él, una viñeta de Jaime que apela al sino del Tantanakuy (“esto de juntarse no es porque sí, tiene un sentido”) Juan Cruz Torres y Lucas Gordillo, amenizan el áspero clima del mediodía con una pieza a dos charangos. Fragmento conmovedor, al cabo, de una totalidad de fragmentos conmovedores que, en nombre y número, significó el cuarenta aniversario del Tantanakuy, el encuentro que idearon el mismo Jaime Torres y otro Jaime esencial, Dávalos, en 1975 y que siguió su curso, incluso ante las más complicadas adversidades.
La jornada, que fue la del segundo día de un total de tres, prosiguió con un suculento locro comunitario en la iglesia del pueblo, un lindo concierto de músicos populares en la plaza, y una subida al epicentro del Tantanakuy (Humahuaca), que también tuvo sus emociones, sus aportes hacia una nueva conciencia, o a la recuperación de aquella que la “razón occidental” intentó y aún intenta soslayar. En la Casa del Tantanakuy, soñada y concretada por el clan Torres, prosiguieron diversas actividades: la presentación de la revista Espantos de la Independencia; una charla bajo el tópico “La caja y la copla desde los pueblos originarios”, bajo la sabiduría del ceramista y coplero Leocadio Toconás, y adobada con el canto ancestral de Laura Peralta; la proyección de la película Memorias de arcilla y de un documental sobre los cuarenta años del encuentro a cargo de un conocedor del terreno (Ricardo Aceval); la presentación de un revelador libro sobre el charango argentino y un final que no le fue en zaga al tono conmovedor de la jornada: una juntada de charangos que agrupó a Horacio Durán, de Inti Illimani, a Jaime Torres, a Adriana Lubiz, la autora del mencionado libro (Camino de sonidos y colores, charango argentino) y a todos los que tenían un charango a mano con una sentida versión de “El quebradeño”. Final feliz, con los espíritus –presentes en cuerpo o no– de Fortunato Ramos, Germán Choquevilca, Las hermanas Cari, los hermanos Abalos, el Chango Farías Gómez, Jaime Dávalos, Domingo Zerpa, Arsenio Aguirre, sobrevolando un sitio en el que juegan ampliamente de local.
Tanto como lo había sido el del comienzo –el miércoles– en San Salvador de Jujuy. Tras una conferencia de prensa formal que presentó el cuarenta aniversario del Tantanakuy en el Salón Blanco de Casa de Gobierno y una charla de Aceval y Lino Gindin sobre la Pachamama como temática en el cine argentino, el Centro Cultural Macedonio Graz brilló en perspectiva histórica telúrica. El comienzo, poco después del crepúsculo, fue un concierto didáctico a cargo de la percusionista y cantora Mariana Baraj y el luthier de bombos santiagueño Mariano Paz. Tras la revelación de algunos secretos en la construcción del bombo legüero por Paz, y la demostración musical del resultado a cargo de Baraj –la versión de “Solo como el cardón”, de Gustavo Santaolalla fue impresionante– el hermoso patio arbolado, colorido y lumínico del Centro Cultural sirvió de marco para que ella y Charo Bogarín (la pata femenina de Tonolec) se unieran bajo un mismo fin: mirar el pasado en copa nueva. Primero a través de la copla picaresca “El tigre viejo”, luego de una pieza anónima compilada por la enorme Leda Valladares (“Y ya me voy”) y finalmente –ya con Baraj sola– con una hondísima plegaria andina, que extasió almas.
Con todo –y con todo lo que implicó en respeto y receptividad– el tándem Baraj-Bogarín fue el preludio exacto de lo que vendría. Ausente con aviso el Tata Cedrón, programado para cerrar la primera noche junto a la orquesta criolla del UNA, el todoterreno Jaime Torres tomó el micrófono y tornó la noche en una seguidilla de disfrute, improvisación y sorpresas. Momentos inolvidables como la aparición de parte de los Inti Illimani (Horacio Durán y los hermanos Seves) haciendo ese bello canto aymara llamado “Tata San Juan” y el homenaje a Víctor Jara enraizado en “Canto de las estrellas”; la juntada Jaime Torres-Juan Cruz Torres-Gustavo Cordera en una formidable versión de “Un pacto”; el guitarrista Carlos Di Fulvio y una de sus piezas más hermosas (la chacarera “El demasiado”, con historia incluida) y Susanna Moncayo, con todo el caudal de su voz puesto a disposición de una gema, “Ireme pues”. Final feliz, otra vez, y guitarreada peñera en la cena, como preludio del viaje a las alturas. A las mismísimas –y relatadas– entrañas de Kusch.
Tercer y último día. La Casa del Tantanakuy se viste de colores, ofrendas, baile, canto con caja, coplas y sentido ritual. Es lo que en el norte llaman la corpachada y que termina con ofrendas a la Pachamama. A la madre tierra. Entrada la tarde, el encuentro se traslada al monumento a los héroes de la Independencia, de Humahuaca, donde una logística de escenario y sonido que combina el trabajo del Ministerio de Cultura de la Nación, a través del programa Igualdad Cultural; la Secretaría de cultura de la provincia de Jujuy y la Municipalidad de Humahuaca, comienza el final con la presentación de musiqueros locales –que le ponen la impronta autóctona al encuentro– y deviene una serie de conciertos que adquieren mística bajo una tríada ideal: luna llena, montañas y escenario. Con tal trasfondo suceden momentos mágicos. Improvisados. Fieles al espíritu del Tantanakuy.
La Orquesta criolla de la Universidad Nacional de las Artes, por caso, que muestra un sentido homenaje a la obra de don Andrés Chazarreta. El intimismo y la magia del charanguista boliviano Alfredo Coca. La impecable y abismal versión de –dice– el primer loncomeo de la historia (“Dale tero, tero dale”) en las manos de ese enorme guitarrero que es Carlos Di Fulvio, un lento viaje a las profundidades patagónicas al que sucede una evocación de Susanna Moncayo sobre un poema de Jorge Calvetti. El “bis” de “Un pacto”, que Cordera y los Torres (padre e hijo) ya habían tocado en la primera noche, en San Salvador. Una notable puesta de Trenzadas (el trío conformado por Charo Bogarín, Barbarita Palacios y Mariana Baraj) que apelan a una amplia gama de recursos percusivos –más charangos y guitarras– para ofrendarle a la Pacha singulares –y propias– versiones de la inédita “La espina” y “Hombre sereno”.
Bien entrada la noche, con el termómetro que besa el cero y las estrellas que inundan las alturas, sale Víctor Heredia. Y comparte. Hace “Taki Ongoy”, con Charo. “Bailando con tu sombra (Alelí)”, con el Inti Ililmani, Horacio Durán y “Ojos de cielo”, con Jaime y Juan Cruz Torres. Y cierra, con la compañía del inseparable Babú Cerviño, con dos clásicos: “Sobreviviendo” y “Todavía cantamos”. Igual que en la primera noche, parte de los Inti Illimani históricos vuelven por “Canto de las estrellas” y “Tata San Juan”. Y le agregan un clásico que fueron a buscar al Perú, bajo la sombra de Nicomedes Santa Cruz: “Samba Landó”. Florencia Dávalos, ratito después, sube a escena para evocar a su padre a través de “Vidala del nombrador” y “Sirviñaco”, y el final –ya hacia la medianoche– es, claro, Jaime Torres y la inmensa profundidad de un charango, inserto en el paisaje, y que hace cantar cómoda a Carolina Peleritti, que incluye, que encuentra y que se abre al mundo a partir de una región.
Y que pone en palabras tales condiciones. “Esto es lo que somos, hijos de la tierra hechos de barro, y esto es lo que Jujuy representa, y lo que esta región representa: Bolivia, Chile, Perú, Argentina... pueblos que quieren progresar, avanzar, y que toman conciencia de que hacer música no es porque si, sino que lleva un contenido. El contenido de un mundo que sigue conteniendo sueños, porque creemos en la cultura, en el arte, en las tradiciones. Tantanakuy nació porque estaba en el espíritu y en el alma de todos nosotros, y estas cosas no han cambiado. No es un festival con las palmitas y esas cosas, sino un encuentro que ha mantenido la esencia y que ha logrado la participación de otras gentes, que por ahí vienen de otras culturas, de otros géneros musicales, de otras geografías, pero que tienen identidad, que son argentinos y piensan en argentino, y sienten a nuestra América”, dice Jaime, cuando el charango descansa. Y la palabra prima, para entender el profundo sentido del encuentro.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.