Lunes, 1 de febrero de 2016 | Hoy
MUSICA › BALANCE DE LA 56ª EDICIóN DEL FESTIVAL DE COSQUíN, QUE TERMINó AYER
Con la idea de “recuperar la esencia folklórica del festival” y la “mística perdida”, se incluyó en la grilla a músicos con propuestas nuevas que, desde sus lugares de acción, ya venían tocando en peñas, patios y espacios contraculturales. El público acompañó.
Por Sergio Sánchez
Desde Cosquín
Una transición. Eso es lo que está atravesando el festival de Cosquín. Pero, a diferencia de otras, esta se trata de una transición positiva, que evidencia la llegada de aires frescos y renovados. La 56ª edición de Cosquín fue el puntapié inicial para la esperada recuperación y fortalecimiento del festival más importante del país. Desde el principio, la nueva Comisión dejó en claro sus intenciones de “recuperar la esencia folklórica del festival”, la “mística perdida”. Buen comienzo. No hay nada más saludable que reconocer el problema y no hacer oídos sordos a los músicos, comunicadores y referentes de la cultura que desde hace varios años vienen alertando el vaciamiento de contenido y achatamiento del festival. La decisión más atinada fue la de incluir en la grilla de programación a músicos con propuestas nuevas que, desde sus lugares de acción, vienen militando en peñas, patios y espacios contraculturales. Músicos preocupados por reflejar el sentir de su entorno y su tiempo histórico. Artistas sensibles a la realidad política y social que acontece y dispuestos a mostrar nuevas canciones y palabras, esquivándole a fórmulas preconcebidas. El cancionero popular argentino es rico y amplio, pero es necesario en estos tiempos el riesgo de dar a conocer composiciones poco transitadas o nuevas.
Según estiman los organizadores, la asistencia por noche promedió el 70 por ciento de la capacidad de la Próspero Molina, aunque hubo jornadas con entradas agotadas (como la de Soledad) y otras más flojas, como la noche en la que cerraron Los Tekis (quinta luna). La buena convocatoria es una buena noticia si se tienen en cuenta las deudas económicas que afronta el festival. “Uno de los objetivos planteados era, de alguna manera, recuperar los vínculos. Eso lo pensamos unos meses atrás y gracias a Dios los artistas han podido expresarnos que sí hay cosas que han cambiado”, analiza a modo de balance Damián Torletti, uno de los secretarios de programación del festival. “La gente ha concurrido de manera aceptable todas las noches. Antes había noches muy vacías y este año ha sido bastante parejo el porcentaje de gente que ha venido. Hemos logrado que algunos movimientos folklóricos y artistas que no son los más difundidos o comerciales puedan estar en el escenario. Fue una gran apuesta y nos han respondido con creces. Son gente de alta calidad técnica, artística y poética”, repasa Torletti. “Han traído un movimiento de gente muy nuevo, joven y genuino. Hemos iniciado algunos cambios que nos hemos propuesto y eso nos pone contentos”, celebra.
Si bien es cierto que los artistas que tienen la suerte de pisar el escenario Atahualpa Yupanqui se sienten en la obligación –la presión es mucha, claro que sí– de “levantar” al público con un hit (“Zamba para olvidar”, por ejemplo) o un gesto impostado para que los organizadores los vuelvan a invitar el año próximo, lo cierto es que actuaciones arriesgadas como las del cordobés José Luis Aguirre, quien se plantó solo con su guitarra a cantar canciones propias, demuestran que se puede decir algo distinto y no por eso ser reprobado por el público. Una Plaza repleta se levantó a aplaudirlo. Un caso similar ocurrió con los conciertos de los riojanos –en lunas diferentes– Ramiro González y Mariano Luque, quienes debutaban en el escenario con sus proyectos personales. Mientras el concierto del segundo fue uno de los mejores de la tercera luna, el de González fue uno de los segmentos destacados de la octava (el sábado), que seguramente será recordada como la mejor noche de esta edición.
Durante su concierto, González también se plantó en el escenario con composiciones propias. Le dedicó una emotiva canción llamada “Por tu amor” a su mamá, que sufre Alzheimer, y siguió con “Lucero cantor” y la poderosa “Pachamama” (compuesta junto a Patricio “Pachi” Herrera), que fue grabada por Bruno Arias en su último disco, El derecho de vivir en paz (2015). “Tendríamos que pedirle disculpas a la tierra por los desmontes que provocan las inundaciones y por las fumigaciones. No queremos a Monsanto en Malvinas Argentina y en ninguna parte de América latina. Tampoco queremos la megaminería a cielo abierto. Deberíamos darnos cuenta que si envenenamos el aire, la tierra y el agua nos estamos envenenando a noso- tros mismos y a las generaciones venideras”, dijo el músico desde el escenario antes de despedirse. En cuanto a palabras con fuerte tono político también quedarán grabadas en esta edición las que pronunció en la noche inaugural la cantora Liliana Herrero, pero que “misteriosamente” no salieron en la transmisión de la TV Pública. Herrero pidió desde el escenario por “una patria justa, sin despidos, sin represión ni presos políticos”.
Un importante gesto político pero a través de las canciones fue la propuesta de Palabración de la Tierra, el grupo creado por cuatro referentes de la nueva generación de folkloristas cordobeses: Aguirre, Paola Bernal, Mery Murúa y Juan Iñaki. Palabración fue parte también de la octava luna y su concierto dejó la grata sensación de que la canción de raíz goza de buena salud y tiene un futuro prometedor. Estos cuatro músicos, en verdad, representan el sentir de toda una generación. La emotiva canción “Los pájaros de Mattalia”, compuesta por Aguirre, podría funcionar como un manifiesto de época. En esta misma noche, Bruno Arias trajo al Atahualpa Yupanqui todo el color de los carnavales jujeños, el chaqueño Coqui Ortiz recordó al poeta recientemente fallecido Aledo Meloni, la percusionista cordobesa Vivi Pozzebón mostró la fuerza de su canción, Arbolito concretó otra gran presentación en Cosquín (homenajeó a León Gieco con una versión de “De igual a igual”) y el Dúo Coplanacu celebró sus 30 años de camino recorrido por la senda de la canción profunda. Debajo del escenario, el emblemático dúo santiagueño no paró de abrazarse con amigos y admiradores.
Roberto Cantos y Julio Paz son dos de los músicos más queridos del folklore. Y eso no sólo se debe a la mítica y recordada “peña de Los Copla”, sino por su perfil bajo, su talento y su solidaridad con otros músicos. De hecho, en su celebración compartieron parte de su tiempo con la coplera Mariana Carrizo –que este año no estuvo programada en el festival– y con el armonicista Franco Luciani. El público supo reconocer la importancia cultural y la trayectoria del dúo y los despidió de pie. “Todos los músicos que estamos aquí deseamos que las ideas y las palabras, como la identidad, la libertad, la inclusión y la justicia no pierdan fuerza y sentido en el corazón de cada uno de nosotros”, dijo Cantos antes de despedirse con “Santiago chango moreno”. La comisión y el intendente coscoíno Gabriel Musso le dieron un reconocimiento por su trayectoria.
Si de premios se trata, el Camin fue para Jaime Torres, la revelación (compartida) fue el dúo vocal Huancke (sede Gálvez, Santa Fe) y la pareja de baile tradicional Cruz-Flores (sede Salta). En tanto, la consagración fue para el dúo santiagueño Orellana-Lucca, quienes vienen transitando los espacios folklóricos hace más de 15 años y brindaron uno de los conciertos más contundentes del festival. La diversidad de propuestas y climas sonoros fue uno de los puntos altos del festival. Mientras Chaqueño Palavecino y Soledad (festejó sus 20 años en Cosquín con una lista inmensa de invitados) desplegaron espectáculos con gran alcance popular, también hubo lugar para expresiones menos estridentes, como la propuesta de Rubén Patagonia o el concierto del trovador rosarino Jorge Fandermole. “Cada artista puso en valor su región y el rescate de temática, como la tierra, que ha sido muy importante. La comunidad artística ha salido al escenario con propuestas más integrales, con invitados y pensando en la continuidad”, sostiene Torletti, quien integra por primera vez la Comisión, pero conoce el festival desde hace años. “Hay cosas para ajustar. Por ejemplo, el orden artístico. Algunos quizás no fueron favorecidos por nosotros, no por una cuestión intencional sino por un error de programación. La Bruja Salguero, que hizo un show hermoso, salió después de Sergio Galleguillo y tal vez no le favoreció el pulso del público en ese momento. También hay que cambiar algunas cuestiones en los tiempos de actuación. Queremos que el público venga a Cosquín más allá de los nombres propios”, cierra.
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