Jueves, 7 de abril de 2016 | Hoy
MUSICA › DON GIOVANNI, UNA DESVAíDA APERTURA DE LA TEMPORADA DE ABONO EN EL TEATRO COLóN
La règie sobre la obra de Mozart y Da Ponte exhibió un elenco demasiado desparejo, con elecciones francamente desacertadas; una idea teatral plana, escenografía pobre y visibles fallas técnicas. Demasiadas fallas para demasiados pocos aciertos.
Por Diego Fischerman
Con una de las músicas más maravillosas que puedan concebirse, un argumento inteligente, personajes contradictorios y zonas eternamente enigmáticas –y abiertas a infinitas lecturas e interpretaciones–, Don Giovanni tiene todo para convertirse en una experiencia inolvidable. Este no es el caso. La puesta con la que el Colón abre su temporada de abono de ópera de este año no podría haber desaprovechado más el inmenso potencial con el que contaba. Un elenco demasiado desparejo, con elecciones francamente desacertadas –y desinformadas de los estados de las voces de cada cantante–, una idea teatral plana, escenografía pobre (y pesadamente antifuncional) y visibles fallas técnicas –deslizamientos de telones, luces de sala que se encendieron intempestivamente– brindaron un espectáculo muy lejano del nivel al que un teatro de estas características –y de este presupuesto– debe aspirar.
Emilio Sagi, que en años anteriores ya había mostrado en el Colón trabajos muy faltos de interés en sus versiones de Los dos Fígaros, de Mercadante, y Carmen, de Bizet, apuesta aquí a la gracia de los diálogos y a un tono de comedia española de principio del siglo pasado. En rigor, el ritmo de los recitativos, frecuentemente “abiertos” para introducir allí gestos, guiños y un ritmo más cercano al lenguaje hablado, fue efectivo. Y fueron los propios gags de Da Ponte, cuando estuvieron en manos de los intérpretes más dotados teatralmente, los mejores momentos de esta règie. Las risas con las que el público respondió a los intercambios entre Giovanni y su sirviente Leporello fueron buena prueba de esa fluidez que, lamentablemente, estuvo lejos de ser lograda en el resto de los personajes. Hay en la puesta una clara intención de mirar el texto como una historia “de clase”, centrada en los abusos de poder del noble caballero sobre campesinos y mujeres (esa “negra” del mundo, en palabras de John Lennon). Pero falta lo que convierte a esta ópera en una rara obra maestra: su poderosa ambigüedad.
El proyecto escenográfico, empezando por el marco dorado que encierra la escena como un cuadro, va directamente en contra de cualquier intento de multiplicación de sentidos. Unos paneles de material y sentido indescifrable encierran la acción quitándole cualquier posibilidad de magia o, meramente, de aquello que antiguamente, a falta de palabras mejores, se identificaba como belleza. No cumple con la expectativa de espectacularidad y asombro que la ópera todavía concita en su público pero tampoco aporta alguna clase de distancia o minimalismo que pudiera relacionarse con alguna necesidad dramática. En todo caso, todo lo que sucede en el escenario simplemente va transcurriendo, sin emociones verdaderas ni sentidos particularmente reveladores. La excepción fueron el excelente cantante uruguayo Erwin Schrott, con un bello timbre, muy buena afinación y fraseo y, por añadidura, capaz de dotar a su Giovanni con un cierto espesor dramático; el menorqués Simón Orfila en un Leporello muy correcto vocalmente y convincente en lo actoral, y una Orquesta Estable que, con la conducción de Marc Piollet sonó ajustada, con matices (aunque sin demasiada definición en los planos) y atenta a los cantantes.
Paula Almerares, aun cuando no esté en su esplendor vocal y los agudos le queden tirantes, tiene un timbre de gran belleza y mantiene intacta la fluidez y musicalidad en los pasajes de coloratura. Pero su Donna Ana careció de tridimensionalidad y misterio. Jonathan Boyd fue un Ottavio sin brillo y Mario De Salvo entregó un Masetto desdibujado. Lucas Debevec Mayer interpretó con autoridad al Comendador aunque, en la escena de la aparición del convidado de piedra (que en esta versión fue limitada a una versión desmejorada del famoso Dedos de Los Locos Adams, fue amplificado en demasía, provocando un desbalance grosero con el resto de las voces. Jaquelina Livieri cantó magníficamente el personaje de Zerlina pero no lo dotó del erotismo y la picaresca necesaria en alguien que, después de intentar irse con Don Juan en plena noche de bodas es capaz de decirle a su flamante marido “vení que te voy a curar con un remedio que ningún farmacéutico te puede preparar”.
Es María Bayo, quien fue una notable cantante, quien más lejos está de lo esperable para su personaje. Su versión de Doña Elvira carece de ese amor feroz que según el libreto la une con Giovanni. Todo en lo teatral es pálido o equivocado y, en lo vocal, el oficio y las pasadas glorias no alcanzan para disimular el chirrido de sus agudos y la heterogeneidad de su timbre. El vestuario de Renata Schussheim ubica la acción en los mediados del siglo pasado, lo cual ni agrega ni quita demasiado. Y, pasadas unas tres horas, contado el intervalo, todo finalmente termina. Tampoco en este caso se ha agregado ni desaparecido cosa u emoción alguna de las vidas de cada cual.
Opera de Wolfgang Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte
Dirección musical: Marc Piollet
Dirección de escena: Emilio Sagi
Diseño de escenografía: Daniel Bianco
Diseño de vestuario: Renata Schussheim
Diseño de iluminación: José Luis Fiorruccio
Elenco: Erwin Schrott, Paula Almerares, María Bayo, Jonathan Boyd, Simon Orfila, Jaquelina Livieri, Mario De Salvo, y Lucas Debevec Mayer.
Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón
Teatro Colón. Martes 5
Nuevas funciones: mañana, sábado 9 *, domingo 10 y martes 12 *
* Con otro elenco, encabezado por Homero Pérez Miranda, Daniela Tabernig, Mónica Ferracani, Lucas Debevec Mayer y Marisú Pavón.
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