MUSICA › RECITAL DE MARKY RAMONE EN EL TEATRO VORTERIX
El baterista estuvo en 15 de los 22 años de los Ramones. Con la excusa de la celebración de los 40 años del primer disco de la banda, Marky concretó una nueva visita a Buenos Aires, donde tocó todos los clásicos durante dos horas de punk salvaje.
› Por Juan Ignacio Provéndola
¿Quién fue el más Ramone de los Ramones? ¿Dee Dee, autor y compositor de la mayoría de las canciones? ¿Joey, con su parada emblemática y su impronta estética? ¿O Johnny, patrón de la musicalidad ramonera? La entronización parece discutirse entre estos próceres que en paz descansan.
Afuera del podio pareciera quedarse Marky Ramone. Tal vez porque es el único de aquellos cuatro que aún está vivo, y entonces le corresponde un trabajo más terrenal. El bronce quedará para después: a poco de cumplir 60 años, Marky acude a cada lugar del planeta que esté presto a escucharlo. Lo hace con su banda del momento y la misma propuesta de siempre: un repertorio cien por cien ramonero, tanto en canciones como en intensidad. Dos horas de punk salvaje, sin pretensiones innovadoras ni aspiraciones eruditas. Una réplica a escala de la versión más influyente de los Ramones, que de ninguna manera fue la de los discos, sino la de los shows en vivo.
Intentó Marky el camino solista a través de canciones propias. Pero, buscando algo nuevo para decir, comprobó que ya todo había sido dicho. Y se sinceró consigo mismo: era ridículo presentarse como Marky Ramone y hacer algo en la línea Ramones “por fuera de”. Desde entonces se arrojó a la aventura de girar por el mundo con este formato (auto) tributo, algo que sus otros tres colegas prácticamente no pudieron hacer.
Argentina supone una escala especial en su circuito habitual de giras por el mundo. Significa, por empezar, el regreso al lugar donde Ramones ofreció su último concierto oficial, aquel recordado “¡Adios amigos!” del 16 de marzo de 1996, en River. A esto, además, se le añade un fanatismo que no tiene registro en ningún otro país y que se ahora se proyecta sobre su constante presencia. Ya resulta incontable la cantidad de shows que Marky hizo por su cuenta en Argentina desde la separación de Ramones. La recurrencia lo volvió un visitante ilustre, declaración que de hecho recibió en 2008 de parte de la Municipalidad de La Plata, ciudad en la que vivió su colega Dee Dee.
La nueva excusa para venir (si es que acaso necesita alguna) es la celebración de los 40 años del primero disco de Ramones, que Marky no grabó pero contribuyó a expandir: se incorporó para Road to ruin (el tercero, de 1978) y estuvo en 15 de los 22 años del grupo. Protagonizó los trazos gruesos de esa historia y por eso goza de la autoridad suficiente para embanderarse en nombre de sus colegas y refrendar aquella experiencia ante un público que, en su mayoría, está compuesto por personas que nunca tuvieron la posibilidad de ver al cuarteto neoyorkino en vivo. Y que, a diferencia de los que sí los vieron (en otra era, claro), adoptan una extraña conducta que consiste en filmar y sacar fotos, aturdir con flashes y otro tipo de recursos que los vuelven más pendientes del registro que la tecnología está haciendo de lo que ocurre que del propio registro, el personal.
Lo cierto es que la demanda del viernes obligó a agregar una nueva función el día siguiente, también en el Teatro Vorterix. Y, tal como lo había hecho la noche anterior, Marky salió a escena poco después de las 21 del sábado para dar comienzo a su último acto porteño sin más prolegómenos que la música que vino a traer: “Rockaway beach”, “Teenage lobotomy”, “Psycho therapy” y “Do you wanna dance?” se sucedieron al cabo de diez minutos atronadores y sin pausas.
Fueron varios los músicos argentinos que a lo largo de los últimos años se pusieron al servicio de este formato. Actualmente, hay dos: Marcelo Gallo y Alejandro Tannen, ex guitarra y bajo de Expulsados. Cierra la alineación actual Oscar Chinellato, del que no se sabe demasiado, aunque en vivo puede comprobarse con cierta felicidad que tiene el buen tino de no enfarragarse en la copia de poses y mohínes de Joey. Simplemente se dedica a ponerle la voz a esos clásicos ramoneros, tarea desde luego no menor, y que por cierto acompaña dignamente con una impronta personal.
Después del tándem entre “I believe in mirables” y “The KKK took my baby away”, Marky y sus amigos metieron una pausa a lo que hasta ese entonces fue una hora casi en continuado. Volvieron al escenario acompañados de un dúo de violines para una linda versión de “Baby I love you”, cover que Ramones había hecho de The Ronettes, y luego siguió otra hora más en la misma sintonía, aunque con algunos detalles. Uno de ellos, al final, con la aparición de Mantu Mantoani, cantante del grupo rosarino Bulldog, para hacer “Baby I want you”, de Bob Dylan, y “Blitzkrieg bop”, guardado pacientemente para el final. Recién después, Marky dejó la batería y tomó el micrófono para decir unas palabras de ocasión. Una vez más: ya estaba todo dicho.
Cuando se le pregunta al último Ramone vivo cuanto tiempo más se imagina liderando este autotributo por el mundo, responde que hasta que se aburra o hasta que el cuerpo se lo impida, lo que suceda primero. Días atrás, Marky le confesó a este diario su deseo de grabar un disco de jazz, aunque no está entre sus planes inmediatos. “Es que estas canciones son demasiado buenas para dejar de ser tocadas”.
Lugar:Teatro Vorterix
Público: 2 mil personas
Músicos: Marky Ramone (batería), Oscar Chinellato (voz),Marcelo Gallo (guitarra) y Alejandro Tannen (bajo).
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