MUSICA › CóMO FUE EL DEBUT DE PAUL MCCARTNEY EN CóRDOBA, APERTURA DE SU TERCERA VISITA AL PAíS
Durante dos horas y media, el beatle volvió a demostrar que, a los 73 años, está preparado para la vida en la carretera: este One on One Tour lo muestra en gran forma y bien acompañado por una banda impecable. De todo lo demás se encargan las canciones.
› Por Gabriel Cócaro
En el último cuarto de siglo el Estadio Mario Alberto Kempes (antes Estadio Olímpico Chateau Carreras) vivió jornadas musicales gloriosas. En noviembre de 1991, Soda Stereo convocó a una multitud en el marco de su Gira Animal. En diciembre de 1992, Seru Giran dio el puntapié inicial a su esperado retorno. Dos años después, desembarcó uno revitalizado Aerosmith. En diciembre de 2012 fue el turno de Madonna y hace apenas dos meses Iron Maiden presentó las canciones de The Book of Souls. El domingo pasado sumó otro hito a su historia: el debut de Paul McCartney en la provincia mediterránea. Durante dos horas y media, el liverpulense conmovió los corazones de más de cuarenta mil feligreses a través de un repertorio tan bello como imperecedero.
De impecable saco azul, jean al tono, cinturón negro y camisa blanca, Paul pisó las tablas treinta y tres minutos después de las diecinueve horas. Portando su célebre bajo Hofner, y luego de saludar al público agitando los brazos, dio la señal de largada. Entonces, el guitarrista Brian Ray descerrajó el acorde inicial de “A Hard Day’s Night” y el suelo del Kempes tembló. A esa perla (jamás interpretada por el compositor en su etapa post beatle hasta esta gira) le siguió la vibrante “Save Us”, de su último disco de estudio. “¡Buenas noches, Córdoba! ¡Hola culiados!” fueron las primeras palabras hacia una audiencia conquistada de antemano. “Can’t Buy Me Love” trajo otra conmoción colectiva mientras las pantallas de alta definición, al fondo del escenario, mostraban imágenes de los años de la beatlemanía.
“Estamos muy contentos de estar acá por primera vez” aseguró Macca antes de dar paso a una poderosa versión de “Letting Go”, de la época de Wings, que sirvió para mostrar el minucioso entramado de guitarras construido entre Rusty Anderson y Ray. Una frenética línea de sintetizador disparada por Paul “Wix” Wickens indicó el comienzo de “Temporary Secretary”, una pieza electro – pop del experimental y controvertido McCartney II. Entonces se desprendió de su saco, se arremangó la camisa, cambió el Hofner por una Gibson Les Paul y ejecutó el portentoso riff de “Let Me Roll It”, su composición más “lennoniana”. Cuando terminó, se despachó con un pasaje de “Foxy Lady” de Jimi Hendrix: tras semejante dosis de rock, el público respondió con esa especie de canto tribal parido en el Festival de Woodstock. A lo que Paul replicó tocando esa melodía en la guitarra y arengando a sus compañeros de banda, quienes se sumaron al juego.
Tras la poderosa “I’ve Got a Feeling”, McCartney se sentó ante un piano de cola para regalar la romántica “My Valentine”. El tema fue escrito para su actual esposa, Nancy Shevell, presente en el estadio. En ese instante las pantallas mostraban a Natalie Portman y Johnny Depp quienes traducían la letra de la canción al lenguaje de señas. La demoledora “Nineteen Hundred and Eighty Five”, de Wings, demostró la cohesión de un grupo que ya lleva quince años en la ruta. “Here, There and Everywhere” (gema de Revolver inspirada en el “God Only Knows” de Brian Wilson) provocó suspiros a raudales, pieles erizadas y lágrimas tanto en los adolescentes del campo trasero como en los veteranos de las plateas vip. “Maybe I’m Amazed” fue otro punto alto de la noche. McCartney entonó la pieza dedicada a su primera mujer, Linda (fallecida en abril de 1998) con una visceralidad conmovedora. Mientras tanto las pantallas traían al presente a un Paul joven y desaliñado que intentaba mitigar el dolor por la separación de los Fab Four refugiándose con su familia en la campiña escocesa.
El segmento acústico del concierto se inauguró con una ajustada versión de “We Can Work It Out”. Le siguió un rescate asombroso: “In Spite of All the Danger”. El tema (deudor del “Tryin’ to Get to You” de Elvis Presley) pertenecía al repertorio de The Quarrymen, el combo que McCartney tenía junto a John Lennon y George Harrison antes de The Beatles. Tras la agridulce “You Won’t See Me” llegó “Love me do”, otro rescate del One on One Tour celebrado con algarabía, y la sutil “And I Love Her”. Luego Paul quedó solo ante la multitud y, subido a una plataforma que lo elevó varios metros sobre el escenario, regaló una sentida “Blackbird”. En las alturas también entregó “Here Today”, pensada como un diálogo imaginario con Lennon.
Sentado ante un piano vertical intervenido con motivos psicodélicos, el Macca volvió a su último álbum con la enérgica “Queenie Eye” primero y la optimista “New” después. Sobre el final de la segunda, la banda tuvo un pequeño desajuste que desató la enérgica desaprobación de su líder. El error, sin embargo, quedó rápidamente en el olvido tras la magnífica “The Fool on the Hill” (primera vez interpretada en éstas tierras) y la colosal “Lady Madonna”. La anodina “Four Five Seconds” (escrita por Paul junto a la cantante Rihanna y el rapero Kanye West) dio paso a “Eleanor Rigby” donde Wickens se lució reproduciendo en su teclado los arreglos del doble cuarteto de cuerdas de la versión original. En “Being for the Benefit or Mr. Kite!”, volvió al Hofner para rescatar una pieza de atmósfera circense y psicodélica. Una brisa del Verano del Amor perfumó la límpida noche cordobesa.
El espíritu de George Harrison sobrevoló el Kempes cuando Paul, ukelele en mano, lo homenajeó con una fabulosa entrega de “Something”. Las pantallas del fondo del escenario la acompañaban con imágenes de ambos que agregaban más emotividad a un momento de por sí estremecedor. A la festiva Ob-La-Di, Ob-La-Da” le sucedió “Band on the Run” magnum opus de Wings, editado en diciembre de 1973. El recital entró en su recta final con una tríada inapelable: la poderosa “Back in the U.S.S.R.”, la redentora “Let It Be” (en la que el público de las plateas y las populares encendió sus celulares regalando una conmovedora panorámica para quienes atestaban el campo de juego) y la pirotécnica “Live and Let Die”. La despedida formal, otra vez frente al piano vertical, fue con “Hey Jude”: inmejorable ocasión para una especie de comunión colectiva cuya máxima expresión fue el coro del final, dirigido por un McCartney exultante.
De regreso al escenario, portando una guitarra acústica Epiphone Texan, McCartney ofrendó “Yesterday”. La interpretación de esta obra, compuesta cuando era apenas un veinteañero, fue ganando hondura interpretativa con el paso del tiempo. Ahora, con sus 73 años, el británico sabe muy bien qué significa añorar el ayer. Por eso, cada palabra de esa gema recibió la entonación y la emocionalidad exacta. Después de la adrenalínica “Hi Hi Hi” (caballito de batalla de Wings durante su gira mundial de 1976) y la festiva “Birthday” llegó un extracto del popurrí de Abbey Road. “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y “The End” (con un asombroso despliegue del baterista Abe Laboriel Jr. y un afilado duelo de guitarras entre McCartney, Ray y Anderson) fueron el cierre para una noche maravillosa. “¡Hasta la próxima!” saludó Macca, encendiendo entre los cordobeses la esperanza de un retorno. Quizás la posibilidad de un reencuentro sea solo una fantasía. Tan irracional como los amores indómitos; pero el amor, ya se sabe, es lo único que se necesita.
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