MUSICA › DIDO Y ENEAS EN EL TEATRO COLóN
› Por Diego Fischerman
Una puesta en escena de una ópera podría considerarse como algo interno a esa obra. Una mirada contenida en un texto determinado. La hipótesis de Sasha Waltz, en su versión de la ópera Dido y Eneas de Henry Purcell estrenada en el Colón, se plantea de manera contraria. Es el nuevo espectáculo el que contiene a la ópera en su interior. Y es dentro de esas leyes donde pueden establecerse sus numerosos aciertos y, también, sus debilidades.
En la visión de Waltz no hay pretensión alguna de literalidad pero, tampoco, de reformulación. Eventualmente, lo que se ve en escena comenta, o discute, o bordea, casi siempre de manera creativa, la ópera capturada dentro. Y no obstante, acaba funcionando como una traducción exacta del espíritu del barroco. Su estética celebratoria del movimiento y del efecto escénico, su deleite con la acumulación y su placer por el contraste resultan la mejor actualización posible del punto de vista del siglo XVII acerca del teatro musical. Y pocas palabras pueden ajustársele tan bien como “barroco”, con sus connotaciones estilísticas pero, también, peyorativas.
En el Dido y Eneas de Saha Waltz hay escenas deslumbrantes, de una belleza plástica de alto impacto. Hay momentos de una elocuencia extraordinaria. Y, también, falta el aire. Hay un horror al vacío –muy barroco, qué duda cabe– que, en ocasiones, como en la muerte de Dido (y en una de las arias más bellas de la historia, “When I am Laid in Earth”) conspira contra el propio drama. Waltz duplica –y triplica– los personajes con bailarines pero, así como se da el espacio para dejar a uno de ellos solo en el escenario, sin otro sonido que el de sus propios desplazamientos, no hay momento en que le permita a la música la misma clase de respiro. Si en gran parte del espectáculo el diálogo que se establece con la obra de Purcell es altamente productivo, hay momentos donde asoma, inevitable, la vieja pregunta acerca de si lo que se está agregando aporta o no nuevos significados a lo que ya estaba desde antes o, peor aún, los oculta o neutraliza. Los movimientos con los que el personaje de la segunda mujer acompaña la última de sus arias entra en ese orden y la escena menos interesante es el largo comentario a una clase de baile –todo un tópico en la obra de coreógrafos que parecen no haber tenido otras experiencias significativas en su vida—. En el otro plato de la balanza debe contabilizarse la fluidez en el tránsito de movimientos entre bailarines y cantantes y la manera en que estos, tanto los solistas como los integrantes del coro, se integran a la coreografía.
Waltz elige la heterogeneidad, tanto de los materiales como de los propios cuerpos de los bailarines. Tiene la inteligencia de trabajar con movimientos que los cantantes pueden realizar y, al mismo tiempo, el propio cuerpo de baile ya muestra una variedad de tipos humanos que incluye con naturalidad a coro y solistas vocales sin que se establezca un contraste entre unos y otros. Y si las interpretaciones musicales de Aurore Ugolin, Reuben Willcox y Debora York, de los solistas que cantaron los papeles secundarios y del notable coro Vocalconsort de Berlín tuvieron un nivel superlativo, sus méritos como participantes en la coreografía no fue menor. La iluminación de Thilo Reuther tiene un papel determinante en el espectáculo, al igual que que el dispositivo escénico de Thomas Shenk, que incluye la maravillosa pecera que aparece en la introducción del espectáculo. La orquesta Akademie für Alte Musik Berlin es formidable (varias de sus grabaciones son referencias obligadas en el campo de la interpretación de música del barroco y clasicismo) y su participación en esta Dido y Eneas resulta esencial, incluyendo las chaconas que se intercalan en la música original de la obra, a cargo de los laúdes y archilaúdes, del clave y del violín solista.
Opera de Henry Purcell con libreto de Nahum Tate.
Dirección escénica y coreografía: Sasha Waltz.
Dirección musical: Christopher Moulds.
Diseño de escenografía: Thomas Schenk y Sasha Waltz.
Diseño de iluminación: Thilo Reuther.
Diseño de vestuario: Christine Birkle.
Cantantes: Aurore Ugolin, Reuben Willcox, Debora York, Céline Ricci, Fabrice Mantegna, Sebastian Lipp y Michael Bennett.
Orquesta Akademie für Alte Musik Berlin y Coro Vocalconsort Berlin.
Teatro Colón, martes 7. Próximas funciones: mañana viernes y sábado 11 a las 20 y domingo 12 a las 17.
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