Sábado, 23 de septiembre de 2006 | Hoy
MUSICA › LA PRIMERA FECHA DEL PEPSI MUSIC
La fecha inaugural de la larga carrera de resistencia, que continúa hoy, sirvió como aperitivo, pero incluyó momentos notables, en el homenaje al rock local y el set de Spinetta.
Por Roque Casciero
Que un baterista exclame el consabido “¡Un, dos, tres, cuá!” no es el modo habitual para que se largue un maratón, pero exactamente eso es lo que pasó el jueves por la tarde en el Club Ciudad de Buenos Aires: empezó una larga carrera de resistencia... rockera. El Pepsi Music, presentado en la previa como “el gran evento del año” para el rock argentino (más un par de visitas internacionales), arrancó algo tímido, como siempre comienzan estos maratones organizados por la productora Pop Art. Es cierto que el final, con un Luis Alberto Spinetta más comunicativo que de costumbre, tuvo momentos de un lirismo nada frecuente en el medio local. A pesar de que el Flaco debió cortar su set porque se había pasado de la hora (las benditas “disposiciones municipales”), tuvo tiempo para las siempre conmovedoras “Laura va”, “Los libros de la buena memoria” y “Durazno sangrando”, para los solos en “La herida de París” y para seguir insistiendo inteligentemente en que “hay que impedir que juegues para el enemigo”. Sin embargo, la oferta con bandas y solistas que no pasan por su mejor momento en cuanto a conexión con el público masivo, sumado al hecho de que las entradas para esta primera fecha se regalaban comprando las de otros días, provocó que el gran debut se pareciera a una puesta a punto con espectadores, que en el momento pico llegaron a ser unos 10 mil.
Y si se trató de eso, hay que decir que todo resultó casi perfecto. La puesta en escena en el Ciudad de Buenos Aires es imponente, con la cancha de rugby y la isla completamente cubiertas por un piso plástico que evitará la superproducción de barro por lluvias como la de ayer, baños químicos por todas partes y zonas de gastronomía y esparcimiento para tentarse si los artistas que tocan en ese momento no son los que el espectador fue a ver. Hay cuatro escenarios, algunos dispuestos en carpas o tinglados y un par al aire libre. El principal es un lujo, el mejor que se haya visto en la Argentina (exceptuando, claro está, los de los tours internacionales): lo que a lo lejos parecen hileras de tubos fluorescentes desplegados horizontalmente, en realidad son pantallas que arman imágenes durante los shows. Desde el tablado sale una rampa con forma de “L”, que los músicos aprovechan para estar más cerca del público y, de paso, arengar un poco en los momentos clave. A los costados sí hay dos pantallas para que puedan seguir los que están más lejos. Pero no son las habituales, que no se ven cuando todavía hay sol o que se vuelan con el viento, sino dos modernas paredes de cristal líquido (o LCD) con excelente definición.
Hilda Lizarazu fue la primera en pisar el escenario mayor, a una hora en la que apenas había un par de miles de personas deambulando por el Ciudad. Tenía su lógica, claro: los adolescentes preferían festejar el Día de la Primavera en el Rosedal, devenido, como en cada año, en un monumental hervidero hormonal. Más tarde, La Mosca logró mover a los que andaban por ahí con esas canciones que hace unos años no paraban de sonar en las radios de fórmula, y Memphis mostró su propuesta de la última década, más orientada al público de Tinelli que al que iba a verlo a antros mal iluminados hasta mediados de los ’90. El Bahiano recurrió a mayoría de hits de su pasado con Pericos y a algunos covers para conseguir una moderada respuesta. El cantante conserva su carisma, pero no es lo mismo tener detrás a una banda que a músicos contratados. Y se nota mucho.
El “Homenaje al Rock Argentino” pergeñado por Lito Vitale en los dos discos Escúchame entre el ruido tuvo en vivo una versión devaluada, porque no estuvieron los artistas más convocantes (el Indio Solari, el Pelado Cordera, Los Piojos, Adrián Dárgelos, Arbol). Quienes sí subieron fueron Palo, Juan Carlos Baglietto, Pedro Aznar, Horacio Fontova, Ulises Butrón, Celeste Carballo, Andrés Giménez (ex A.N.I.M.A.L.) y Claudia Puyó, que, además de hacer las canciones que registraron para los discos a beneficio del Garrahan, se animaron con algunas de los que pegaron el faltazo. Con la orquesta Juan de Dios Filiberto en pleno y el comando de Vitale, el set fue como un gran karaoke en el que, a diferencia de lo que siempre pasa en los karaokes, los cantantes no desafinaban y tenían buenas voces. Pero no dejaba de ser raro escuchar a Baglietto haciendo “Ji ji ji” (¡el pogo más chico del mundo!) o a Giménez leyendo la letra de “Qué ves”. Hubo, de todos modos, un momento que hizo erizar la piel: Puyó cantó notablemente “Noche de perros” y, en el final, la orquesta se embarcó en el mágico crescendo mientras el guitarrista Héctor Starc hacía el solo de su vida. Y eso que el Pepsi Music recién estaba calentando los motores...
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