MUSICA › PEDRO AZNAR PRESENTA CONTRALUZ EN EL LUNA PARK
El ex Seru Giran grabó canciones propias por primera vez en cuatro años, en las que profundiza en la sonoridad basada en las guitarras eléctricas, pero con especial énfasis en letras referidas a los “espejismos” del presente.
› Por Gloria Guerrero
El prestigioso fotógrafo tiene nuevo disco, que presentará hoy en el Luna Park: Contraluz. (“Contraluz: aspecto de una cosa o persona vista desde el lado opuesto a la luz, de modo que queda oscura.”) “Es que vivimos en el mundo de las apariencias”, dice el fotógrafo. “Estamos cada vez más pendientes de las imágenes y cada vez más lejos de los conceptos y del pensamiento; todo es inmediato, todo es visualmente superficial. Las letras de Contraluz se refieren a los espejismos. Es fácil perderse en esos torbellinos de imágenes, en ese autobombo que se hace el mundo vendiendo espejitos de colores”.
Pedro Aznar (56), alumno de Diego Ortiz Mugica, ha desarrollado su fascinación por la fotografía con gran virtud. El cuadernito de Contraluz muestra únicamente fotos propias; hasta la tapa es un autorretrato sacado con remoto. “La fotografía es una interpretación poética de la luz: es aprender a ver. Y es dejarte sorprender y fascinar por lo que hace la luz. En este preciso momento veo desde acá el perfil de ese monitor…” Apunta a un monitor que está en el living de su casa; los bordes parecen brillar. “Ese patinado gris, con la luz de la ventana…”, se alegra con razón, “es absolutamente increíble… La luz ventana es un mundo aparte: es mi luz favorita, y especialmente a esta hora. Desde las 15 y hasta el atardecer, son horas de luz absolutamente gloriosas, especialmente en otoño”.
–Pero hoy es un día gris. ¿Le va más el nublado o prefiere la luz del sol?
–Las dos cosas. Muchos días nublados me deprimen; empieza como a faltarme esa alegría de la luz de América latina, siempre nueva: con esa luz parece que todo nació ayer… Pero así, nublado como hoy, es todo muy como europeizante (se ríe), “muy London”… Londres es lindo un par de días, y leés a Dickens y escuchás a Radiohead… ¡Pero al tercer día, suicidio total, ¿o no?!
El fotógrafo interactúa intensamente con la fotógrafa de este diario; le propone perfiles, contraluces, recomienda, opina… y hasta le ofrece lentes propias del tamaño de cacerolas.
Hace dos años, Pedro Aznar mostró por primera vez sus fotografías en el Centro Cultural Recoleta. “Me convocó Elio Kapszuk, quien era el director y curador en aquel momento. En junio de 2014, le llevé el material, lo vimos y lo trabajamos juntos; le llevé 65 obras y terminamos eligiendo unas 36. Todas se exhibieron en gran formato: algunas fueron copiadas a dos metros de ancho… Me dieron la Sala 8, una sala hermosa, enorme, tan alta, imponente. Fue muy emocionante ver mi trabajo fotográfico por primera vez colgado y tan bien montado en ese lugar, con toda la importancia que reviste el Centro. Y después la muestra viajó por todo el país. Recibí lindas críticas, lo disfruté; estuvo muy bien. Fue como… uffff”.
Las de Contraluz son las primeras canciones nuevas de Aznar en cuatro años; es decir –valga la paradoja– desde Ahora.
–Ocuparse de todas las fotos del disco, “ir viendo”, ¿cambió su forma de componer?
–Creo que sí: hay un impacto del ojo del fotógrafo en el trabajo del músico, y también en el trabajo del poeta. Porque en fotografía pensás en imágenes y en poesía también, de alguna manera. Y en este disco el poeta, en muchos de los casos, casi que lo llevó de la mano al músico y no al revés. Las canciones están muy apoyadas sobre las letras: el poeta puso al músico a trabajar.
–¿Y qué hacía el fotógrafo, mientras?
–Creo que el fotógrafo iba susurrando cosas al oído, porque las letras tienen muchas imágenes. La letra de “Como un león” son todas “fotos”: “Ruge, ronda, sitia, guarda; sabe, calla, mira, marca; vela, como un león.”
–En “La Tríada” usted canta: “Como un pincel sobre el papel, dibuja flores vivas”. Eso también suena a sacar una foto.
–No lo había registrado; bien por vos (risas). No había caído en cuenta de cuánto el ojo, que busca imágenes, se había filtrado en la composición. Toda esa letra también es de fotos: “Viento del mar, ladrón de sal que canta lejanías”.
–La primera canción, “Sol de California”…
–(Se adelanta a la intención) ¡Te imaginaste surf-rock de los Beach Boys! (Carcajada.)
–¡Claro! Pero resulta que aparecen Alan Watts, Carl Jung, Aldous Huxley y Joseph Campbell. ¿Qué hace ahí esa difícil delantera de cuatro?
–Está muy lejos de ser fácil, sí (sigue riendo). Alan Watts fue una especie de sabio zen con una filosofía muy particular; su ensayo sobre la materialidad dio por tierra con la idea de que era un hombre santo. Entre otras cosas, el tipo se refiere al dinero, al sexo y a la comida, aunque vistas desde la perspectiva de un filósofo espiritual. Bajando el mito del vegetarianismo, dice: “Un vegetariano es alguien lo suficientemente sordo como para no escuchar a una zanahoria gritar”; eso me parece brillante y me causó mucha gracia. Yo soy semivegetariano: de entre los animales consumo únicamente pescado, pero en distintos momentos de mi vida pensé si no debería ser vegano, por “alguna cuestión ética”. Y me gustó mucho que Watts tuviera una visión tan desacartonada… Hay monjes que van descalzos y caminando en puntas de pie para no matar a ningún bichito que se les cruce en su camino… Me parece una exageración. Por el simple hecho de respirar, estás tragándote alguna…
–…bacteria, pobrecita, organismo vivo…
–¡Claro! Entonces: el hecho de vivir involucra la muerte, todo el tiempo. Por eso Alan Watts está puesto ahí, riéndose del koan, esas preguntas tan capciosas y tramposas que te hacen los maestros zen para ver si entendiste o no entendiste: Watts se ríe a carcajadas del koan de vivir. “Estar vivos” es una gran pregunta, con alcances, desafíos e implicancias infinitas. Y, si no tenés un poco de desparpajo y no te sabés reír, la vida se hace imposible. Campbell, por su parte, ve cómo los hombres de esta era se olvidan de lo primal. El puso de nuevo en el mapa de Occidente a los mitos: no son simplemente historias de nuestros antepasados que ya “superamos” en este mundo tecnificado, industrializado y civilizado. No. Nos siguen modificando, segundo a segundo.
–Como el mismo contraluz, que de alguna manera refiere al mito de la Caverna de Platón…
–¡Exactamente! Si de algún modo la raza humana pudiera empezar de nuevo sin herencia cultural, volvería a hacer algo parecido a lo que ya hicimos: volveríamos a toparnos con el lenguaje, con la música, con la danza, con los monstruos, con el inconsciente, con el sol, con la idea de Dios, con los héroes…
–Usted está citando casi todos los arquetipos de Carl Jung… pero su canción dice: “Jung pregunta incómodas preguntas sobre la comodidad”.
–Sí (sonríe). Se refiere a El hombre moderno en busca de su alma, a lo que somos como hijos de esta era y a que seguimos en la búsqueda… Pero Jung, en este mundo de contraluces, hace preguntas incómodas acerca de la comodidad: “Si tu vida está hecha de todas estas comodidades, si la vida parece estar tan bien, ¿por qué te sentís tan mal?”.
–¿Usted cree que todos se hacen esa pregunta?
–Sí, creo que sí. (Piensa.) Aunque no todos, ni todo el tiempo.
–¿Y Aldous Huxley?
–Huxley fue uno de los tipos que iniciaron una revolución de los estados ampliados de conciencia: en Las puertas de la percepción, cuando comenta su primer viaje bajo los efectos de la mescalina, cuenta que está en un jardín y que comienza a ver “un palacio con joyas” en cada una de las hojas de los árboles: “Esmeraldas de otros mundos en las hojas”. Huxley percibía la naturaleza como lo que es: una absoluta maravilla en cada nervadura, cosa de la que nos olvidamos porque pasamos a través de las cosas dándolas por sobreentendidas.
–Por eso el estribillo: “La vida es sobrenatural”.
–Por eso, porque hay algo atrás. Si corrés la cortina, es infinito. Y lo de “Sol de California” viene a cuento porque estaba haciendo un almuercito casero en el jardín de una casa que había alquilado en San Francisco y me quedé mirando un limonero hermoso; el lugar tenía, notoriamente, la misma impronta que la de mi vieja casa de Liniers, una cosa entre rural y de barrio. ¡Como si tuviera un enano de jardín, ponele! Había herramientas paradas contra una pared, una palita… ¡Y yo estaba en California, en la otra punta del mundo! “¡Qué loco!”, pensé. Es mi lugar de infancia y a la vez… no es. Y la luz le daba al limonero como si fuera a través, y las hojas parecían esmeraldas. Y me acordé de Huxley.
–Siendo usted un “invitero” importante, en este disco hay una única invitada: la dama cubana Omara Portuondo.
–Surgió a partir de la invitación del Buena Vista Social Club para cantar con ellos en el Gran Rex; luego, en el invierno del año pasado, le regalé a Omara el boceto de la canción “Última pieza”. Nunca había estado con ella y meses después surgió la idea de cantarla juntos. Ella tenía un día libre durante su gira por Asia, el 11 de mayo pasado, y la grabamos vía Skype, Buenos Aires-Hong Kong. Omara tenía auriculares y yo, desde acá, comentaba y le iba sugiriendo cosas, íbamos conectándonos; fue genial (sonríe).
–Lo hace parecer cálido, aunque grabar a 18 mil kilómetros suene a algo tan frío…
–¿Cuál es la diferencia entre aquello y un vidrio en un estudio de grabación? La única diferencia es que no pude darle un beso…
–Los primeros acordes de “Como un león” remiten quizás a “Fugu” (Quebrado, 2008). Y apenas comienza “Refugio” cualquiera podría decir: “¡Éste es un tema de Pedro!”. ¿Cuándo empezó a pasarle al público esto de reconocer, al primer pestañeo, el “sonido Aznar”? ¿Y cuándo le empezó a pasar a usted?
–En Cuerpo y alma (1998) elegí con qué quedarme para hacer mi trabajo. Y elegí dos grandes ramas: el rock y la música de raíces latinoamericanas. Me puse a hacer dialogar esas dos cosas, en paralelo y fusionadas; diez años más tarde, Quebrado corrigió el rumbo, de alguna manera… No, no “corrigió”, porque no había nada que corregir…
–¿Redefinió?
–Reenfocó. Vitalizó el lado del rock, recuperó la personalidad de las guitarras eléctricas, como esto que decís vos: esa sonoridad que reconoce: “¡Ahhh, es eso!”. Y éste es el tercer disco de estudio que está en esa impronta.
–En Contraluz también hay una ranchera mexicana (“Por la vuelta”) y hasta música afroperuana (“Caballo de fuego”).
–Tengo referencias de rancheras desde mi infancia, porque en casa se escuchaban mucho… Surgió por una jugarreta del inconsciente, por el Día de los Muertos de México: es una referencia a tomar la finitud de la vida como una invitación a redoblar la apuesta. “Caballo de fuego”, por su parte, está tomado de la música afroperuana… pero le sumo algunas cosas. Mi incursión más profunda en la música afroperuana fue cuando produje el disco de Eva Ayllón (2002); fue una delicia trabajar con ella, todos sus músicos son extraordinarios y resultó una experiencia reveladora. Juntos fuimos a peñas con músicos tradicionales; estábamos hasta la madrugada tomando pisco y cantando… Fue una corroboración de la presencia africana en la música folklórica sudamericana.
–En el horóscopo chino, usted no es “Caballo de Fuego” sino “Chancho de Tierra”…
–Sí (se ríe)… Pero esto del “caballo de fuego” es por la imagen de un animal desbocado. Un animal intangible, una cosa más mitológica.
–De regreso a los mitos...
–Bueno, en “El Sol de California” hay una especie de haiku que no se entiende si no cuento de dónde viene. Hice un taller intensivo en la Singularity University, en un campo de la NASA en California; hablábamos de tecnologías de cuánticas potenciales, de desarrollos en robótica, en nanotecnología y en inteligencia artificial. En una de las tareas teníamos que escribir un mensaje a las personas que habrían de vivir en 2045. “Tienen un mensaje para enviarles a través del tiempo”, nos propusieron. “¿Qué mensaje les quieren mandar?” Y a mí se me cruzó esta especie de haiku. Y lo aceptaron.
“Don’t Play God,
Don’t Get Greedy,
Don’t Forget Others.”
(No jueguen a ser dioses, no sean codiciosos, no se olviden de los demás.)
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