Desde Indio, California

Las luces se encienden y las 75 mil personas ni siquiera atinan a protestar, a mostrar alguna disconformidad por un set que pareció volar. Bob Dylan acaba de encender el escenario por enésima vez con “Masters of War”, y la música viene a reemplazar toda ausencia de palabras, de gestos, hasta de protagonismo para las cámaras. Dylan, el tipo que acaba de abrir con un show incendiario el festival Desert Trip, no necesita gestos grandilocuentes. Le basta con deformar su propio historial, con abrir con una casi irreconocible “Rainy day women #12 & 35” para ponerle a la apertura de este encuentro de gigantes una nota eléctrica y poderosa en un tipo seupuestamente... viejo. Viejos son los trapos, parece afirmar a los cuatro rincones del globo este festival que en minutos seguirá con The Rolling Stones, mañana con Paul McCartney y Neil Young y el domingo con Roger Waters y The Who.

En medio de un escenario gigante, con una parafernalia visual que ocupaba las tres pantallas detrás de la banda, Dylan apostó por una puesta en escena que fue a contramano de la grandilocuencia de este encuentro a 200 KM de Los Angeles: bajo una serie de focos blancos, Dylan y su banda se dedicaron a desgranar tormentas eleéctricas que abrevan en el rhythm & blues más mugriento, capaz de transformar el predio del Valle de Coachella en un tugurio multitudinario. Momentos enormes como la demoledora versión de “Highway 61 revisited” o el rotoso sonido de “Early Roman Kings”, o la manera de detener el tiempo bajo la franja de luna del desierto con “Tangled up in blue” y el cierre de “Ballad of a thin man”. Sin necesidad de decir una palabra, el viejo, eterno Bob abrió la fiesta en el desierto con uno de esos shows cuya contundencia está en el contenido y no solo en el cartel.