Ana Prada eligió llamar a su primer disco solista con una frase que suena irónica o filosófica, según como se mire: Soy sola. Ese es el nombre de uno de los temas que compuso, casi llevada por las circunstancias, después de haber acompañado durante años proyectos ajenos y compartir otros: como integrante del cuarteto vocal La Otra, con participaciones junto a Rubén Rada, Fernando Cabrera, Jorge y Daniel Drexler. Ahora a Prada le llegó la hora de hacer sus propias canciones y empezó a componer, animada por gente como Carlos Casacuberta, quien terminó produciendo su disco, o Liliana Herrero, quien grabó un tema suyo fascinada por una frase, o sus primos hermanos, los Drexler, que la convencieron de que valía la pena mostrar sus canciones. Hoy a las 21 la uruguaya se presentará con estos temas en La Vaca Profana (Lavalle 3683).

Prada forma parte de una nueva generación de cantautores rioplatenses que hoy se afirma en el amplio territorio de los cultores de la canción, valiéndose tanto de las fuentes de la música popular como de las posibilidades de la electrónica. Si hubiera que distinguir lo suyo en ese amplio espacio en el que podría ubicarse a gente como los Drexler, Martín Buscaglia, Lisandro Aristimuño o Kevin Johansen (con todas las diferencias del caso y sólo a los fines de esta necesidad de clasificación), podría decirse que su música está atravesada por un aire más de campo. Las canciones de Prada suenan con algún fondo de milonguita, zamba o chacarera, aunque, claro, sonando como puntos de partida o referencias de otros sonidos. Esa “cosa folkloricosa” que Prada cuenta que le salió sin querer tiene que ver con su lugar de origen, Paysandú, un pueblo uruguayo que está frente a Colón, Entre Ríos. Y con un padre “muy musical” que hacía sonar en su casa tanto a Zitarrosa, Viglietti y Los Olimareños como a Los Chalchaleros y Los Fronterizos.

Ana Prada canta con una voz dulce, cálida. Los temas que compone suelen tener cierto fondo irónico, y la poesía viene disparada de diversas formas. De una bolsa de poemas que le dejó en custodia su madre, Haydeé Montaubau, salió “La maleta”. De servilletas que alguna vez intercambiaron frases de amor salieron afirmaciones que hoy la cantautora reivindica como poderosas: “Por el Oeste sale un sol tan poco conocido”; “Se volvió plano el espiral para contar la historia”. De aquella historia de amor fulminante que nació ayudada por esas servilletas también salió “El cuarto”: “Recordé la sensación de encontrar a la persona con la que sabés que estás perdida, hasta las manos. Y de pensar que estás entregando tanto en esa historia, que sería mejor guardar al menos un cuarto de tu corazón, porque si no te sale, ¿qué hacés?”, cuenta Prada.

La carrera solista de Ana Prada surgió en una gran cena familiar, donde cantaron sus primos, Daniel y Jorge Drexler, y ella se animó a mostrar “un tema y medio”, con el vino necesario encima. “Al otro día vino Carlos Casacuberta (ex integrante de Peyote Asesino y productor asociado de discos de Jorge Drexler, entre otros proyectos), que estaba en esa reunión, y me dijo que le interesaba lo que yo hacía. No lo podía creer. Empecé a ir todos los viernes a su casa, llevándole una canción por vez. Yo hasta ese entonces no me imaginaba con un disco de temas propios, sino de versiones. Pero cuando Casacuberta se mostró interesado, dije: ‘Yo a este bondi no me lo puedo perder’.” Para no perder el bondi, Prada no sólo trabajó hasta terminar un disco que hoy recibe los elogios de gente como Liliana Herrero, que ha asistido como invitada a las presentaciones de Prada. En Uruguay la cantautora creó un sello para poder sacarlo, Girasola, “con la idea de ir sacando en un futuro trabajos de otras mujeres. Eso, claro, cuando recuperemos algo de plata”.

–¿Por qué cree que le salieron temas con ese aire campero?

–Yo nací en Paysandú, un lugar chico, del interior de Uruguay, y esa geografía me marcó. Además, en mi casa se escuchaba mucho folklore. Toda esa identidad sonora forma una matriz que inevitablemente te marca, aunque no te des cuenta. Y cuando tuve que empezar a hacer canciones, sin tener todavía el oficio adiestrado, empecé a escribir desde esos lugares más primitivos, íntimos, sin darme cuenta. Fue un proceso muy intuitivo.

–¿Y por qué llamar a su disco así? ¿Es más bien irónico o viene en serio?

–Yo muchas veces dije en tono de broma: “Yo soy sola y soy del campo”... Pero es una frase que escuché muchas otras veces en serio, trabajando con adultos mayores con clases de canto. Tiene su lado filosófico serio: solos somos todos, y también tiene que ver con esa cuestión del yo. También porque éste es mi primer trabajo como solista y tuve que dar una mirada hacia mí misma. Animarme a hacer estas canciones no fue nada fácil. Pero me hizo crecer.

–¿En qué cosas?

–Avancé casillas respecto de mi autoestima, por ejemplo. El haber transitado el proceso y saber lo difícil y lindo que es llegar a una canción también me hizo respetar a otros cantautores. Si no lo hubiera intentado, estoy segura de que hubiera sido un ser más egoísta y envidioso con el trabajo ajeno, una frustrada, en una palabra. El proceso de composición es difícil porque uno se está exponiendo mucho, estás poniendo el cuerpo. Pero a la vez es mágico, hermoso. Y en mi caso tuvo sus premios: cuando Liliana Herrero me dijo que iba a grabar “Tierra adentro” en su disco Litoral, por ejemplo. Y estar arriba de un escenario cantando mis cancioncitas es otro premio que todavía no puedo creer.