Viernes, 27 de octubre de 2006 | Hoy
CINE › KAMAL ALJAFARI EN EL DOCBSAS/06
Por Mariano Blejman
La idea más fuerte del documental El techo, del palestino Kamal Aljafari, es la de un pueblo con nostalgia de su propio pasado. Tanto los que viven dentro de lo que va quedando de Palestina que desean volver, como los que viven fuera y ansían volver, sienten que hay algo que falta: un país. El techo –que se verá mañana a las 19.30 en la Sala Lugones, en el contexto del DocBsAs/06, con un debate del cual participará el director– cuenta la historia de un hombre que regresa a su tierra natal (la Palestina de sus padres, hoy Israel) en busca de su lugar en el mundo. Tendencia extraña, se confirma, que los realizadores palestinos tengan que irse a Europa para poder rodar. El film se entreteje con fragmentos de la adolescencia del director como prisionero político, evita el registro periodístico para meterse en la vida cotidiana de su familia, hace un rodeo frente a los lugares comunes en este tipo de material corrido por la urgencia política o denunciante. ¿De qué se trata El techo, entonces? De la mirada de un director palestino, que estuvo preso en Israel, se fue a vivir a Alemania, donde aprendió cine, y ahora quiere desmenuzar la idea de un país hecho cárcel.
–¿De dónde es usted?
–Nací en Ramla, al borde de Israel, donde se hizo el film, que también tiene partes hechas en Haifa. En este momento vivo en Alemania.
–En su trabajo no hace política ni periodismo, sino que tiene una mirada más profunda sobre la vida cotidiana. ¿Fue intencional?
–La idea inicial del film fue hacer un documental sobre mi etapa en prisión. Estuve en prisión siete meses, y hay muchos palestinos jóvenes que estuvieron en la cárcel. Cuando volví a hacer el film estaba intentando hacer algo sobre esa realidad, pero finalmente no salió algo directamente sobre la prisión concreta, sino que creo que el país en su totalidad se está convirtiendo en una gran prisión. El film cuenta mi vuelta a Palestina y la búsqueda de la gente que vive en la “normalidad”.
–¿Quién es la gente que filma?
–Es mi familia: mi padre, mi madre, mi hermana. La opinión de los palestinos está interrumpida, encuentro una conexión muy fuerte entre esto y la idea de la prisión.
–Hay un recorrido de profundo peso político, cuando usted transita en un auto por al lado del muro que está construyendo Israel. Así mostrado, es una manera de decir, sin decir expresamente.
–Ese es el lugar donde yo viví. André Bazin dice que el cineasta tiene que mostrar no la superficie sino la base, lo sustancial. Aquí, después de 1948, este país se desarmó. Yo mostré mi vuelta, mostré cómo vivía mi familia, e hice un recorrido por los alrededores del muro. Es una especie de voyage.
–¿Cuándo se fue a Alemania? ¿Cómo se sintió volviendo?
–Me fui en 1999, tengo 34 años. Lo curioso es que muchos palestinos quieren volver, aun los que están en Palestina. Aun cuando viven en Palestina quieren volver: el lugar cambió, cambiaron los escenarios, Palestina se convirtió en Israel. La pregunta de la vuelta es poética y política: todos, incluso los que viven en Palestina, piensan en volver a su país. Viven como si fueran inmigrantes en su propio país, creo que queremos volver a algún lugar del pasado, pero es imposible.
–¿Quieren volver al pasado o a Palestina?
–La gente piensa en volver, pero creo que el significado de esa sensación es volver a tener dignidad.
–¿En qué contexto estuvo en la cárcel?
–Alguien de mi escuela me preguntó, en el contexto de la primera Intifada, si quería unirme a una organización palestina y les dije que sí, y esa fue la razón por la que me detuvieron. Muchos de mis amigos han sido detenidos por razones aún más idiotas. Por cualquier cosa lo pueden detener a uno.
–¿Cómo fue su estancia en la cárcel?
–Es algo muy extraño, porque me acuerdo de las cosas lindas, la gente que conocí, las cosas que aprendí. Pero la prisión es una prisión. Va en contra de la naturaleza del ser humano de ser libre. La razón por la que me fui a Alemania es porque estaba cansado de ser un extranjero en mi país, no somos aceptados como somos. No es razonable. Yo quería estudiar cine, así que me fui a Alemania a estudiar.
–En el film, Israel no está presente: parece más bien una presencia como el Gran Hermano. ¿Usted quería hacer eso?
–Las imágenes de Medio Oriente siempre muestran cuando alguien es asesinado, cuando una bomba explotó, pero tal vez la vida sea diferente. Quería mostrar cómo era la Palestina cotidiana, pero el control en Israel es –como usted dice– como el Gran Hermano. Todo está controlado en Israel por la policía secreta, una especie de racismo invisible. Aun si somos de ahí, no parecemos palestinos.
–La pregunta es ¿cómo defender una causa sin fomentar ningún tipo de racismo?
–Hice el film no sobre los otros, sino sobre mis sentimientos. Son culturas que deberían vivir juntas. Somos el mismo país, deberíamos convivir, deberíamos ser igualitarios. En el film hablamos sobre la gente, algo que no tienen intención de generar odio, sino amor. La relación es entre el padre y su madre, entre una persona y su país, todo lo que se puede sentir en relación a esto. Pero el clima no está sólo levantando los integrismos en el Líbano y Palestina, sino también en Israel. Los fundamentalistas no quieren ninguna regla. Mi opinión personal es que ojalá algún día podamos vivir en igualdad, sin odiarnos entre nosotros. Pero siento el peligro. La pregunta palestina es sobre la gente que está siendo ocupada y expropiada de su dignidad. Me desagradan los fundamentalismos.
–¿Y el cine qué puede hacer?
–Por lo pronto, el cine tiene que tener la posibilidad de preservar la memoria de la gente. La cultura, el cine, es una herramienta. Pero no creo que el cine pueda dar una solución al problema. Puede dar nuestra mirada, yo siempre estoy volviendo, aunque en realidad nunca me fui... (piensa) ¿O será que nunca estuve en Palestina?
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