Dom 07.01.2007
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MUSICA › ENTREVISTA A JOSE PALAZZO, EL “GRINBANK CORDOBES”

“Al convocar a Callejeros no le provoqué un mal a nadie”

Histórico productor del Cosquín Rock, el empresario cobró notoriedad cuando organizó el retorno de Callejeros. Redobló la apuesta convocándolos para la próxima edición de su festival, en febrero. Palazzo se defiende y trata de conciliar: “No pretendo pasar por alto la realidad de los padres de las víctimas”.

› Por Cristian Vitale

Para que Callejeros volviera a tocar, 21 meses después de la tragedia de Cromañón, debieron darse varias coincidencias. Por un lado, cierta “audacia” política que llevó a unir criterios entre dos figuras antitéticas: Luis Juez, intendente de la ciudad de Córdoba, y De la Sota, el gobernador de esa provincia. También, un repliegue de padres “anti”, que bajaron sus pretensiones de incendiar la provincia o volarle la cabeza al frontman de Celina, Patricio “Pato” Fontanet, para no ir a parar al lado de Omar Chabán. Pero el regreso no hubiese sido posible sin la mayor coincidencia: el riesgo que asumió José Palazzo –cara visible de la productora Nueva Tribu, especie de Grinbank cordobés– para organizar el recital en tres días y convencido de “darles una mano” a Callejeros, sin temer al boomerang mediático. Palazzo es hoy, más allá de histórico productor del Cosquín Rock y responsable de que el rock, en Córdoba, compita con el cuarteto, el empresario que posibilitó el regreso de Callejeros en el Estadio Córdoba. “Fue un año polémico y difícil para mí, pero todo lo que hice lo hice convencido”, dice a Página/12 un mes y medio antes de la 7ª edición del Cosquín Rock, con Callejeros en la grilla.

–Callejeros dividió al país y usted, al organizar el primer recital de ellos después de Cromañón, se puso claramente de su lado. ¿Por qué?

–Muchos amigos me llamaron y me dijeron “no lo hagas, porque te vas a enfrentar con mucha gente” y otros, lo contrario. Lo hice, en verdad, porque creo que no le provoqué un mal a nadie. También creo que, más allá de la coyuntura judicial que les toca vivir a los pibes, Cromañón no es una situación de la que el rock nacional haya estado ajeno. Los conciertos de rock, todos sabemos, tenían patrones populares, y las bengalas pasaron a ser desgraciadamente algo popular. Ellos quedaron solos y nadie quería meterse en sus proyectos. La verdad, me pareció una situación injusta. Ojo, siempre pongo el ejemplo de mi mamá: a ella se le murió un hijo a los tres años y no se olvida de él ni un día... no pretendo pasar por alto la realidad de los padres de las víctimas.

–¿Cómo fueron los prolegómenos?

–Primero intenté hacerlo en Jesús María y me dijeron que no. Después, me dieron el okay para hacerlo en San Roque, pero montar la estructura para hacer el show era tan caro, que resultó inviable hacerlo. Iba a ser un fiasco económico, porque había que desmalezar, señalizar las calles, montar la estructura de iluminación... Estábamos pensando eso cuando me llamó De la Sota y me dijo: “El mejor momento para hacerlo es el 21 –de septiembre– porque nosotros tenemos montado un operativo cerrojo enorme por el día de la primavera. Convencelo a Juez y lo hacés”. Lo llamé al intendente cuando ya había anunciado la novedad.

–Una decisión espontánea...

–Fue muy loco, porque los pibes de Callejeros se habían juntado con Juez y les había dicho: “No lo tomen a mal, pero ustedes son un fierro caliente, no los agarro ni en pedo”. Pero en tres días, cambió de opinión.

–¿Temió un atentado? Righi, uno de los padres más desaforados, amenazó con incendiar la provincia.

–Fue una carta brava. En un momento, la SIDE informó que podía pasar algo grave. Por suerte, fueron rumores.

–¿Ganó plata?

–Poca. Pero ya lo sabía de antemano. Una entrada de 15 pesos y una capacidad máxima de 17 mil personas, alcanzó sólo para cubrir los costos y ganar dos monedas.

Pese a las críticas, Palazzo fue a más y convocó a la banda de Villa Celina para tocar en el festival más importante del verano. Será una de las principales atracciones de la última noche –domingo 11 de febrero– junto a parte de la patria rolinga: Gardelitos, Jóvenes Pordioseros, El Bordo, Cielorrazo, más dos bonus: Caligaris y Miguel Botafogo, que será premiado por la ONU por tocar con un arma reciclada instrumento por un luthier colombiano. Pero la presencia de Callejeros tuvo efectos poco felices. Además de las ausencias de Charly y León –por otros motivos–, se bajaron Divididos y Catupecu Machu. “A Divididos no sé qué le pasó. En el Quilmes Rock, Mollo dijo desde el escenario que no iba a tocar por estar en desacuerdo con mi filosofía de trabajo. Me quedé helado, porque yo no había hablado con ellos. Pero Catupecu sí. Me llamó Fausto, el manager, y me dijo: ‘Si toca Callejeros, nosotros preferimos no tocar’.” Las ausencias explican por qué el festival, que en las últimas dos ediciones había juntado más de cien bandas en cinco días, bajó la oferta a tres días –viernes 9, sábado 10 y domingo 11– y con un número mucho menor de grupos.

–¿Cuál es el costo de no tener a Divididos?

–Muy grande. En el interior los adoran y la gente me reprocha a mí no hacer las gestiones necesarias para que estén. Van a tocar en el festival de peñas, que es simultáneo al nuestro. Una melange, porque tocan Piñón Fijo, Soledad, La Barra, La Mona Jiménez y conduce Valeria Lynch. Imaginala presentado a Divididos (risas).

–¿Es cierto que en las últimas dos ediciones del festival perdió plata?

–Sobre todo en la del 2005. En la anterior salimos hechos, pero tuvimos dos jornadas épicas: la apertura con el show de Skay y la consolidación de los escenarios temáticos, donde el reggae y el heavy fueron vedettes.

Las razones que expone el empresario para justificar el sapo económico se relacionan con la manutención del enorme terreno, rodeado de lagos y montañas, que la productora compró cuando Jorge Guinzburg y la Municipalidad de Cosquín lo corrió de la Plaza Próspero Molina. “El predio se deteriora año a año por las inclemencias naturales. Ahora hay pinillos de dos metros y unas malezas terribles”, dice. Durante el año, según Palazzo, el terreno vuelve a su salvajismo natural porque el clima, ventoso y frío, complica la organización de shows. “En invierno, la actividad rockera se concentra en la Capital. Nosotros manejamos los pubs Capitán Blue y La esquina, y también organizamos fechas que mantienen la actividad en forma permanente. Este año trajimos a L. A. Guns, Maceo Parker, Deep Purple, La Renga, Cerati, Lalo Schifrin con la orquesta Sinfónica de Córdoba, Intoxicados, Las Pelotas y Almafuerte”, destaca.

–Sigue sin entenderse bien cómo un festival que convoca casi 100 mil personas provoca pérdida o empate contable...

–Una razón fuerte es que en el interior los sponsors no ponen el mismo dinero que en Capital. Otra es que el festival tiene gastos “ocultos” que son enormes: transporte, hotel, comida para las bandas. También, como la comuna no tiene alumbrado público, nosotros tenemos que montarlo: hay que poner generadores, postes de alumbrado, cisternas para regar el terreno. Todos esos costos que no se ven en el festival, porque no son cachet, publicidad, escenario, sonido y luces, son muy caros. Además, el precio de la entrada históricamente es barato. Es nuestra política. Hoy, un festival como éste estaría costando 50 pesos por noche y nosotros cobramos 30, o un abono de 75 pesos por tres días. Digo, vendiendo 50 mil entradas no juntás ni siquiera la mitad de lo que sale hacer el festival.

–¿Por qué lo hace entonces?

–Sinceramente, mis socios me plantearon “che, boludo... hagamos otro proyecto”. Pero yo creo que el festival va a ser rentable a futuro. Se va a ir consolidando, cuando pase la fiebre festivalera. Van a quedar uno o dos grandes en Capital y esta reunión comunitaria que implica Cosquín. Carpa, montaña y paisajes. Además, hay un plus emocional: nosotros lo vimos nacer. Y fue el puntapié inicial de los festivales de esta época. Digo: hasta que una empresa auspició la segunda edición, las marcas salían corriendo del rock. No quiero decir que fui un pionero, pero en ese entonces, el rock y las marcas no eran compatibles, hasta que Brahma decidió meterse en el rock y muchas empresas se dieron cuenta de que los rockeros compraban gaseosas, cervezas, ropa y hasta algunos andaban en auto. También logramos que artistas que se resistían a ser auspiciados se subieran a un escenario lleno de marcas. ¿Sabés cuántas horas hemos hablado con los músicos para explicarles que la idea era poder bancar el festival y no hacernos millonarios?

–¿A qué bandas convencieron?

–A Divididos, a Los Piojos, a la Bersuit. Hay un antes y un después de Cosquín. Desde que Julio Mahárbiz nos agarró en el aeropuerto y nos dijo: “Tienen que hacer el Cosquín Rock en la Próspero Molina, porque yo tengo la concesión”. Es más, fue quien nos prestó la grabación del grito. En el primer spot publicitario del festival del 2000, salía Mahárbiz gritando “Aquí... Cosquín” y yo detrás diciendo “shhh, ahora nos toca a nosotros”.

–¿Por qué no estuvo Charly García en la edición anterior?

–Porque nos da terror. Nos cagamos de miedo. En el primero, su recital fue gratis y él quería tocar a las seis de la tarde, pero llegó a las dos de la mañana. ¿Sabés lo que son 40 mil personas acordándose de mi mamá? Entonces, dijimos “Charly, nunca más”. El problema es que somos una empresa muy chiquita del interior y estamos al alcance de todos. Si te equivocás, la gente sabe que sos el responsable y te va a buscar.

–Gieco será otra de las ausencias notables...

–No coincidieron las fechas. Hubiese sido ideal que toque el mismo día que Callejeros, pero sabemos que durante el verano toca todos los días de su vida, de martes a domingo.

–¿Las fechas de un grupo son más redituables que el festival?

–Sí. A fin de año, cuando hacemos el balance contable, siempre aparece que las fechas son las que salvan el festival. Lo balancean.

–¿Es muy difícil competir con el cuarteto?

–Sí, muchísimo. Cuando hicimos el Quilmes Rock con Pop Art, metimos 15 mil personas y la semana siguiente, en el mismo lugar, un cuarteto metió 25 mil. Son imbatibles. Nosotros produjimos algunos números, que metieron 35 mil personas en el hipódromo. A full y ¡a las cuatro de la tarde de un domingo! Incluso, varios ámbitos rockeros están ocupados por cuartetos los sábados y los dueños no te dejan programar rock, porque no les sirve.

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