Sábado, 3 de febrero de 2007 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A MACEO PARKER
El saxofonista recuerda sus giras con Brown, incluyendo su pasión por multar.
Por Diego A. Manrique *
Maceo Parker lucha por dejar de ser “el saxofonista de James Brown y George Clinton”. El músico también pretende ampliar su paleta: al frente de una flexible agrupación alemana, la WDR Big Band, se aproxima al jazz orquestal. Está presentando en Europa un disco que incluirá versiones de Ray Charles, junto a 20 músicos germanos, el bajista Rodney Skeet Curtis y el baterista Dennis Chambers. Próximo a cumplir 64, Parker es un hombre reflexivo y modesto: “Tocar jazz no es una imposición de la edad; mentalmente, resulta más agotador que tocar funk. Espero que el público acepte verme en una onda diferente: la WDR Big Band es algo serio, acompañó a Eddie Harris y Joe Zawinul. Cuando me ofrecieron trabajar con ellos, inmediatamente pensé en montar un homenaje a Ray”.
Recrear canciones de Ray Charles lo lleva a sus años tiernos. “Yo era un adolescente cuando Ray lanzó su primer gran éxito, ‘What I’d say’. Mi hermano Melvin y yo volvíamos del colegio y, como mis padres trabajaban, teníamos que limpiar la casa. Lo hacíamos con la radio puesta. El día que el locutor puso ‘What I’d say’ se nos olvidó todo. ¡Sonaba tan excitante! Era como estar en la iglesia pero hablaba de mujeres, de... ¡sexo! Nos sentimos intoxicados.” De gira por Europa, una noche pudo darse el placer de actuar con Ray: “Fuimos sus teloneros durante unas semanas y llegamos a conocerlo... hasta donde se dejaba conocer, no era muy accesible. Le pedí que me dejara tocar un tema con él y accedió. No lo podía creer: ‘Aquí estoy, al lado del Genio’. Fue una sensación de plenitud tal que olvidé qué canción era”.
Como sesionista, Parker participó en tantas grabaciones que es frustrante preguntar por un disco determinado: “Creo que toqué con Keith Richards, pero no recuerdo mucho. Generalmente, me llaman cuando el tema ya está y me piden que llene un hueco. Ya está calculado: ‘Aquí, un solo de Maceo’. Y no podés salirte del esquema. Por eso acepto pocas de las ofertas. Si el dinero está bien y las fechas me coinciden, puedo llegar a hacerlo. Pero prefiero una situación en la que deba ponerme a prueba: disfruté con Ani DiFranco o con Living Colour”. Pero Parker deja todo cuando lo llama Prince: “Con él hay que usar todos los recursos, todas tus reservas; es como si fueras un nadador y te llevaran al decatlón. Cuando salís al escenario podés terminar tocando rock, pop, jazz, rap, soul, funk, disco, blues, lo que se le ocurra. Se salta las categorías raciales y generacionales, es un prodigio. Cuando te llama para grabar te concede un gran honor. Y hay que estar preparado para tirarse a la pileta: te pide un sonido específico o te da margen para que hagas lo que quieras”.
Y hay que hablar de James Brown. “Su muerte nos dejó boquiabiertos. Parecía indestructible: siempre creímos que nos sobreviviría a todos, que llegaría a los 250 años. Como artista tenía una fuerza sobrenatural. En el estudio sabía cómo extraer lo mejor, lograba que tocáramos partes que jamás habríamos intentado. Para él, la banda era un ser vivo: esperaba a que alcanzáramos un nivel de energía y en medio de la gira nos metía a grabar. Me la pasé intentando descifrar sus secretos en vivo: cómo adivinar lo que necesita un público, en qué momento alargar una canción, cuándo tocar una balada, dónde dar rienda suelta a un músico. Para él, era algo innato.” Una vez emancipado, Maceo no tocó mucho con Brown: “Girar con él tenía muchos inconvenientes. El sueldo era escaso y nos multaba por lo que consideraba indisciplina. Por ejemplo, no podíamos abordar a una chica si íbamos de uniforme. ¡El uniforme facilitaba las cosas! Muchas de ellas nos usaban, querían intimar con James. ¡Pero ni siquiera él podía satisfacer a tantas mujeres!”. Tras el régimen cuasi militar de Brown, Maceo pasó a las filas de otro gran funkero, George Clinton: “Te daba toda la libertad, quizá demasiada. Si querías salir desnudo no te obligaría a taparte. Su teoría es que si los músicos lo pasaban bien, el público se contagiaría. Era verdad, pero la buena onda se terminaba a la hora de cobrar: George era tan tacaño como James. En el estudio, sus métodos no tenían nada que ver: Clinton era como un científico loco, siempre mezclando pistas y tomas. Y drogas, claro”.
Maceo dice que no tiene sensación de haber crecido en las últimas décadas: “Cuando encontraste tu voz como instrumentista, sólo se trata de encauzarla”. Eso tal vez explique su desinterés por la música nueva: “Ya no escucho discos cuando voy de gira. Me llevo un reproductor de DVD y películas”. ¿Le queda algo por probar? “A mi hijo Corey le gusta el hip hop y hemos grabado juntos. Me atrae explorar las posibilidades percusivas de la voz, utilizarla como un instrumento que aporta historias. Sería interesante juntar a buenos raperos con músicos. No me importa que usen mis grabaciones viejas, siempre que paguen. Me parece un delito que haya raperos millonarios que se aprovechen de músicos que cobrábamos unos dólares por cada tema.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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