Sábado, 3 de febrero de 2007 | Hoy
CINE › “MORIR EN MADRID”, DESDE MAÑANA CON PAGINA/12
El legendario documental de Frédéric Rossif sobre la Guerra Civil Española, según un texto magistral de Homero Alsina Thevenet, publicado en el momento de su polémico estreno.
Por H. A. T. *
Ningún documental de los últimos tiempos ha suscitado una controversia tan febril como éste. El simple motivo es que todos los registros de la guerra 1939-45, del nazismo, de los campos de concentración, caen hoy sobre un público que puede recordar aquellos hechos, pero que ha perdido ya su asombro y su apasionamiento sobre una etapa clausurada. La España de Franco, en cambio, se ha mantenido durante 25 años sin cambios de mayor entidad en el gobierno, y así un documental sobre la Guerra Civil Española (1936-39) es para los franquistas, para muchos católicos y para muchos anticomunistas, un recuerdo ingrato de una lucha fratricida. En 1936 los franquistas fueron a la guerra civil contra la República, en nombre de la unidad española, en nombre de la religión, en nombre de la propiedad, en nombre del orden. Consiguieron la desunión de millones de familias, consiguieron la bendición de la Iglesia para sus armas (que eran las de un solo bando), consiguieron la destrucción de edificios en todo el país, consiguieron un millón de muertos. Todas sus objeciones ante los desórdenes previos permitidos por el gobierno republicano, que tenía incuestionablemente de su lado a una mayoría de votantes, palidecen ante las consecuencias de la guerra civil.
Hoy pueden alegar ciertamente que del lado republicano se alistó la Unión Soviética, que en aquel momento había adoptado una bandera antifascista de la que prescindiría estratégicamente en un período posterior (septiembre 1939 a junio 1941). Pero en el lado republicano estaban también Federico García Lorca y Miguel de Unamuno, incontables intelectuales de Europa y América, miles de estudiantes y profesionales y simples ciudadanos de diversos países, que sintieron la necesidad de apoyar a la República, detener al fascismo, impedir que en España se afianzara el poder de Hitler y de Mussolini, quienes pusieron el apoyo alemán e italiano del lado franquista. La guerra española fue así el prólogo a la guerra mundial, un primer campo de batalla en el que se debatió con mucha sangre uno de los mayores conflictos ideológicos del siglo.
Para el franquismo aquella guerra civil es hoy un recuerdo incómodo, que no le permite siquiera conmemorar los triunfos militares, porque todos ellos son una alusión a la muerte de otros españoles. Y así se entiende que ante el estreno de Morir en Madrid se haya despertado la reacción del franquismo y en cierta medida la reacción de la Iglesia. Después de otras polémicas en Francia y en Italia, el film provocó en Buenos Aires un incidente de secuestro de la copia, luego liberada por orden judicial, y provocó en Montevideo una actitud más cautelosa de la Embajada de España, que repartió a los críticos cinematográficos, en sobre cerrado, la transcripción intencionada de algunas opiniones contra el film. La consecuencia de esas polémicas, proseguidas en opiniones personales de diversos particulares afanosos de publicar sus puntos de vista en la prensa, ha sido previsiblemente la de obtener para el film un formidable éxito comercial.
Lo menos que cabe decir de Morir en Madrid es que constituye un modelo de film de montaje. En algunos detalles, en algunas omisiones, puede apoyarse la tesis de que su causa es la republicana, especialmente porque suaviza los desórdenes sociales previos a la rebelión franquista y así disminuye a ésta su histórica razón de ser. Pero salvo los detalles, aquí está toda la guerra civil, desde que la monarquía fue sustituida por la república en 1931, hasta el triunfo de los franquistas en 1939. El gran asombro que causa el film es la abundancia de su material, recopilado en archivos soviéticos, americanos, alemanes, italianos, en buena medida inédito o apenas conocido: no había constancia previa de que tantos camarógrafos hubieran registrado tanto. Tras la abundancia de material, una segunda virtud es la sabiduría de su compaginación y el hábil agregado de fotos fijas para registrar episodios intermedios, como el fusilamiento de García Lorca por los franquistas o como el discurso de Unamuno al bando rebelde (“Venceréis pero no convenceréis”). Y sobre la imagen hay además una tercera virtud de banda sonora: un comentario musical melancólico y pausado, para el que suele bastar una solitaria guitarra, y un comentario verbal que dice hechos y cifras, prescindiendo de opiniones y de toda retórica.
Con singular honestidad, el film apunta objeciones para ambos bandos, destaca por ejemplo la resistencia heroica de Madrid ante el ejército franquista, pero señala también que los comandos republicanos ordenaron destrucciones en Toledo durante un prolongado sitio militar. Y al margen señala aún, significativamente, la actitud de gobiernos extranjeros frente a la guerra española, sin esconder los datos procedentes: el apoyo soviético a los republicanos, el apoyo italiano y alemán a los franquistas, la gran farsa de la No Intervención que acordaron Francia e Inglaterra, sin haber advertido todavía hasta qué punto el fascismo se preparaba contra ellos.
El drama se extiende desde el documento y algunas imágenes de acento personal como las viudas que lloran junto a los cadáveres de sus maridos, o como el éxodo final desde Cataluña hasta la frontera francesa, enriquecen el film con singular calidez. Es fácil entender la resonancia de Morir en Madrid en millones de espectadores; también es fácil entender la virulencia con que franquistas, conservadores y católicos militantes han atacado a un film que cuenta lo que hicieron Franco y la Iglesia antes de llegar a los así llamados 25 años de Paz.
No es probable que el film se exhiba en España, desde luego, ni es probable que su realizador Frédéric Rossif pueda entrar siquiera al país.
* Revista Tiempo de cine, marzo de 1965.
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