MUSICA › MERCEDES SOSA HABLA DE SU ULTIMO DISCO, “CORAZON LIBRE”
“Canto cada canción como si la compusiera yo misma”
Volvió a cantar ayer, en un show homenaje en el Salón Blanco de la Casa Rosada. La Negra cuenta cómo sobrelleva sus problemas de salud y de qué modo concibió un CD en el que interpreta a clásicos del folklore y a jóvenes autores.
Por Karina Micheletto
Durante las últimas semanas, el living del departamento de Mercedes Sosa se transformó en una sala de ensayo, con equipos de dimensiones importantes y sillones fuera de lugar. Ocurre que ayer la tucumana cantó en el Salón Blanco de la Casa Rosada, en una presentación que marcó el comienzo de un retorno paulatino a la actividad. Pasó un año difícil, con internaciones, deshidrataciones y descompensaciones varias, agravadas en el último tiempo por sucesivas caídas en el baño de su casa. Pero se la ve entera, fuerte a pesar de los dolores de espalda que la hacen estar más tiempo sentada del que desearía. Y ahora dice que está lista para volver a lo suyo. Claro que Mercedes, la Negra –como todos la conocen, como les pasa a esos pocos artistas que pasan a ser un nombre o un apodo cercano para el público–, ya volvió a lo suyo. Lo hizo con Corazón libre, un disco editado por el prestigioso sello alemán Deutsche Gramaphon, que la eligió por considerarla “una de las mejores voces del mundo entero” (ver recuadro). Este es el primero de un contrato por tres discos: “El segundo va a ser más de canciones, y el otro... veremos”, cuenta la cantante. El arte de tapa del disco es un bello dibujo que recorta su figura de espaldas. Su autora es nada menos que Joan Baez, con quien Mercedes compartió giras y una amistad duradera. En el living está enmarcado el original, con una dedicatoria de la cantautora norteamericana: “Love to Mercedes, Queen of Them All!”
“Ya estoy para empezar a largar la carrera de nuevo. Todos me están esperando”, sonríe la tucumana, bastante más flaca, aprisionada por una faja ortopédica que, cuenta, la hizo adelgazar tanto como las recaídas. “Usted no sabe lo que transpira el cuerpo el corset, pero es lo que me ha hecho curar de la espalda. En la última caída en el baño, por un poquito no me lastimé la columna...”, lamenta, pero enseguida se anima repasando las invitaciones que se acumulan para cantar por el mundo: “El problema es que en el verano hay aire acondicionado, y a mí me hace muy mal, soy alérgica. Entonces tengo que ir siempre cuando haga frío”, explica. Toma un sorbo del jugo de mandarinas que indica la dieta médica y que le alcanza María, su empleada y compañera de años, y pregunta: ¿qué quiere saber de mi vida?
La conversación va y viene. Entonces, Mercedes se remonta a la muerte de su segundo marido y representante, Pocho Mazzitelli, y de algún modo la liga al cigarrillo. “Lo que he fumado yo, lo que he hecho con mi garganta, no tiene nombre. Pobre mi marido, que no fumaba. Lo último que me dijo fue: ¿por qué le das tanta ventaja a la gente? Debía ser a los otros que cantan. Cuando murió mi marido llegué a fumar cuatro paquetes por día. Claro que los prendía y los apagaba, era un impulso, una desesperación, un dolor tan grande que solamente yo lo sé. Porque no era mi marido solamente: era mi compañero, mi representante. Y después ya dejé de fumar, cuando hicimos Corazón americano con Milton y León, en el ’85. No me salía bien la voz de Sólo le pido a Dios, porque fumaba. Empecé a sentir una falta de aire, como asma. Y dejé para toda la vida el cigarrillo. Cuando usted lo deja no hay que agarrarlo nunca más, ni prenderle a otro, no, no... No se debe jugar con lo que es un enemigo de uno.”
Entonces, Mercedes vuelve a ser aquella viuda con una vida y una carrera por delante: “Después que murió mi esposo, en el ’79, tuve que irme sola con mis valijas y mis bolsos a Madrid. Y allá me fui. Anduve bastante tiempo hasta que conseguí que me hicieran el permiso para que viajara Fabián (su hijo y actual representante), que era menor. Ahí anduve manejando yo sola, si Fabián hace cuatro años que aprendió. Porque a mí me gusta manejar, con locura. El auto era muy nuevo, precioso, corríamos como locos por las autopistas de allá. Llegábamos a Bordeaux, por ejemplo, y parábamos, tomábamos un vinito y seguíamos. Así he pasado muchos años de mi vida, viajando con mi auto, sola mi alma. Sola paraba a cargar gasolina y sola sabía cuántos kilómetros tenía que hacer. Cada uno tiene sus cosas, yo me acuerdo que era fan de la gasolina Total, entonces buscaba las surtidoras que tuvieran Total, cargaba ahí, comía unos sandwiches, unos caramelos, y seguía... ¡Cuánto tiempo ha pasado!...”
–Y ahora vuelve a la carretera con un disco.
–¡Ah, sí! Cuando pasan esas cosas es cuando uno tiene que decir “gracias a la vida”. No es solamente por lo que habla la canción: gracias a que tengo vida. Yo me enfermé cuando vine de Europa, de cansancio, de agotamiento físico y mental. Resulta que grabé la primera canción de este disco y me fui a comer pizza: comí un poco de maní y me intoxiqué. Y en ese momento, Fabián dijo: no va a grabar más como antes, tres canciones de una sola vuelta. Y empecé a grabar un tema por semana. Por eso también demoró mucho este disco.
–Esta nueva forma de trabajo es más relajada.
–En realidad, yo cuando canto estoy muy relajada. No permito que me pongan las grandes iluminaciones que hay en las salas de grabaciones. Tengo una sola luz que alumbra la carpeta, y le doy la espalda al Portugués, que es el jefe de grabación. Y así canto, de espaldas a todos los que están con las máquinas. No los veo a ellos. Antes me prendían la luz roja ésa y tenía que entrar toda asustada. Ahora no lo permito más. Empieza a tocar el guitarrista y ya sé que tengo que entrar ahí. Y así puedo meterme adentro de mí para cantar.
–¿Cómo es eso?
–Estar adentro de uno para poder soñar la canción. Para soñarla más. No me había dado cuenta, pero en Tonada del viejo amor, que hicimos con Falú, él me dijo: “Qué bien, Merceditas, que romántica la parte ésa que hizo”. Claro, porque para mí es como si fuera una canción de un amor otoñal, el otoño del amor, o la pérdida de un amor, en una playa... Yo lo siento así. Cada canción para mí significa algo. Tengo una canción preferida, Lapachos en primavera, de (Marcelo) Perea, es una hermosura. Después tengo amor por Corazón libre... No hay ninguna canción que no quiera. Es un disco hecho con el corazón.
–En este disco grabó temas de varios autores nuevos. Suele decirse que cuando Mercedes Sosa toma un tema para interpretarlo lo está volviendo clásico. ¿Siente esa responsabilidad cuando selecciona el repertorio?
–No, ninguna. Sería tomar las responsabilidades de otro. Yo canto cada canción como si la compusiera yo misma, pero la responsabilidad es de cada autor cuando compone. Yo canto, nada más. Es difícil tener responsabilidad con algo tan simple como cantar.
–Este es un disco despojado, con pocas intervenciones instrumentales. ¿Fue algo buscado por usted?
–Sí, aparte la gente de la Deutsche Gramaphon pidió “Mercedes Sosa clásico”. Pidieron que no haya teclados, que se haga con guitarra acústica y percusión. Claro, ellos no pueden hablar de percusión porque no saben, pero Chango Farías Gómez y Facundo Guevara sí saben. Debe ser despojado porque con una sola guitarra siempre es despojado un disco, y a mí me gusta así. Y cuando entra la percusión siento ese golpe así... Pero yo no los veo a ellos, ¿eh? Solamente estoy cantando con el guitarrista, a él sí lo veo, por un costadito. Pero no veo al resto de la gente que graba. La percusión y todo lo demás lo ponen después que yo me voy. Entonces cuando después escucho la canción, yo me admiro. Porque ni siquiera conozco a los que están tocando conmigo. No conozco a Facundo (Guevara), ni al extraordinario guitarrista que es Luis Salinas, porque yo estaba enferma cuando ellos grababan. Lloré mucho cuando escuché la milonga de Nahuel (Y la milonga lo sabe): A veces canto en milonga... (canta). Porque me hace acordar a Zitarrosa. Esa fue la primera que grabé, y salió perfecta. Después tuve que esperar mucho para que vaya con las otras canciones.
–¿Qué otras canciones o discos suyos le gusta escuchar?
–El que adoro es Gestos de amor. Cuando estuve enferma en el ’97, dormía y dormía, no comía. Me agarró una depresión enmascarada. Y lo único que quería escuchar era Gestos de amor, a tal punto era lo que lo amaba. Y después de que me levanté de esa enfermedad grabé Al despertar, un tema que me hizo Peteco Carabajal, hermoso. Ahí vuelvo a descubrir la media voz que tuve toda la vida, y que por cantar tanto en giras había perdido. Es maravilloso descubrir que en vez de largar el grito así, usted larga despacito la voz. Es un trabajo de profesores y de alumna.
–¿Y usted sigue tomando clases?
–Claro. Porque usted sola no se escucha, tiene que ser escuchado cuando larga la voz, media voz, voz plena, voz suave... Por eso un cantante tiene que estar trabajando con profesores toda la vida. Y el que no canta toda la vida con profesores, la paga muy caro. Porque después le empieza a temblar la voz. Yo voy una o dos veces por semana, media hora. No hay que estudiar más porque una se puede quedar afónica, estudiar canto no es como cantar, que se pueden pasar horas.
–¿Qué pidió el 9 de julio, cuando sopló 70 velitas?
–Por ahora pedí que se me vaya este dolor de espaldas y de cintura, porque es muy difícil levantarme de una silla con este corset. Pido la salud, que es lo que me está faltando últimamente, porque uno puede cantar muy bien, pero si no se puede levantar de la cama, para qué....
La conversación sigue yendo y viniendo. Mercedes continúa fascinada con el misterio de las grabaciones, con discos que se hacen por partes, de un lado y otro del océano, o entre intérpretes que nunca se vieron las caras. “Igual, las grabaciones de estudio son mucho más fáciles que cuando se graba del vivo”, aclara de pronto. “Yo soy una de las pocas artistas que graban en público. Después no cambio ni agrego nada, todo queda exactamente como se escucha en el disco. No toda la gente puede hacer eso, porque a veces sale mal. A mí es una de las cosas que me salen bien, y es una suerte realmente. Y lo que he grabado en vivo nunca lo vuelvo a tocar, porque la gente ya tiene ahí lo que canté. Una sola vez toqué La estrella azul en el bombo, nada más”...
Llega el momento de las fotos y la charla deriva en Mujeres asesinas, el programa que Mercedes y María no se pierden por nada del mundo. “Ahora también estoy leyendo el libro. Yo no entendía cómo una mujer puede llegar a matar a su compañero, pero ahí se entiende, cuando el marido le ha pegado toda la vida, porque claro, el hombre siempre es más fuerte físicamente”, dice la cantante. Con la cronista y la encargada de prensa, son cuatro las mujeres entusiasmadas con el tema. Entra Fabián Matus, el hijo de Mercedes, y le sugiere al oído al fotógrafo: “Vámonos de acá...”
Producción: Facundo García.