VIDEO › “CONSPIRACION”
Detalles sobre la banalidad del mal
El telefilm producido por HBO reconstruye la reunión en la que los jerarcas nazis decidieron la “evacuación” de los judíos.
Por Horacio Bernades
“En lugar de emigración, vamos a hablar de evacuación”, dice el hombre que preside el cónclave. “¿Evacuarlos a dónde?”, pregunta otro. “Esperemos que sea al infierno”, interviene un tercero. “¿Ellos tienen infierno?” “Ahora lo tienen, nosotros se lo proveeremos.” Todos celebran el chiste, exultantes, golpeteando la mesa con ambas manos. Si no fuera porque se trata del momento en que se decidió la suerte de 6 millones de judíos, leyendo la transcripción se podría pensar en un chiste de Woody Allen. Y si no se supiera que esa transcripción está directamente tomada de la versión taquigráfica de un tipeador, presente allí ese día, podría suponerse que ese horroroso sentido del humor es una típica exageración hollywoodense. Pero no, no hay exageración: ese diálogo tuvo lugar realmente el 10 de enero de 1942, en un antiguo palacio berlinés, ubicado junto a un lago paradisíaco.
La reunión, celebrada por la jerarquía del Reich en pleno, pasó a la historia con el nombre de “Conferencia de Wannsee” (tomando su nombre de la zona donde el cónclave tuvo lugar) y un telefilm producido por la cadena HBO la reconstruye en detalle. Se trata de Conspiracy, que en Estados Unidos se emitió en el 2001 y ahora el sello AVH acaba de editar (¡ay, doblado!) en la Argentina, con el título de Conspiración. Dirigida por Frank Pierson –el mismísimo Señor Presidente de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas– y con guión de Loring Mandel (que escribe para televisión desde los propios comienzos del medio), el elenco de Conspiración presenta a Kenneth Branagh como el general Heydrich y Stanley Tucci como Eichmann. Aunque sobre el mismo tema existe un telefilm alemán de mediados de los años ’80 –que llevaba el título de La conferencia de Wannsee–, los créditos de esta Conspiración no reconocen inspiración previa en él.
Casi como si hubiera sido pensada para convertirse en película, la famosa (e infame) “conferencia” se atuvo a los 90 minutos cinematográficos de rigor, por lo cual Conspiración está narrada en tiempo real. A la manera de Doce hombres en pugna, Pierson no pretende forzar ninguna falsa “dinámica cinematográfica”, aireando la acción o introduciendo flashbacks. Sabe que el mero intercambio discursivo entre esos cerebros del nazismo, sobre un tema tan álgido como es la llamada “Solución final”, es suficiente para revelar lo que podría llamarse “la razón aria”. Y eso es lo que importa develar aquí. Además de Heydrich, que la presidía, y de Eichmann, que funcionó como su asistente, a la “conferencia” (un término cuya asepsia provoca escozor) asistieron un representante del mariscal Göering, otro del Ministerio del Interior, un delegado del partido, algún especialista en leyes y jerarcas de las SS y la Gestapo. Aprobada el acta y disuelto el cónclave, poco más tarde los trenes de la muerte comenzaban a partir hacia Auschwitz, Treblinka y restantes campos de exterminio, para cumplir con la “evacuación” resuelta esa tarde en ese barrio residencial berlinés. A propósito del término “evacuación” y en tren de detectar perversiones del discurso, resulta imposible no asociarlo con esa otra invención encubridora, la palabra traslado, más cercana en el tiempo y el espacio para el espectador local.
Todos sentados alrededor de una mesa, en ese palacio expropiado a una rica familia de origen judío (otro de esos datos que parecerían inventados por un guionista desmedido, pero son estrictamente reales), más allá de algún uniforme y alguna apelación a la disciplina militar, esta pragmática reunión de caballeros no se diferencia en nada del meeting de directorio de cualquier gran empresa. Lo cual no hace más que acentuar el retortijón estomacal que provoca. Hasta el corte para comer bien y libar licores se parece al de un almuerzo de trabajo. En una palabra, lo que el espectador de Conspiración presencia es la banalidad del mal en acción: no resulta para nada casual que haya sido a propósito de Eichmann que Hannah Arendt acuñó ese concepto. Banales son los chistes, comentarios ácidos, monstruosas muestras de humor y disquisiciones burocráticas. Como la de querer determinar distintos grados de judaísmo, de acuerdo con el parentesco y la consanguinidad, o la explicación científica sobre el modo en que el monóxido de carbono funciona sobre el organismo.
¿Habrán sido parecidas a ésta las reuniones de la alta jerarquía militar argentina, en los primeros meses de 1976? Cambiando las delikatessen por el asado, cabellos rubios por bigotes y la sonata de Schubert que Heydrich pone al final por la Marcha del Ejército, no hay ninguna razón para pensar que no.