Lunes, 26 de febrero de 2007 | Hoy
MUSICA › ECOS DE LA SEGUNDA JORNADA DEL IX FESTIVAL BUENOS AIRES TANGO
De tarde, clases gratuitas de baile. A la noche, shows marcados por la heterogeneidad: desde los arriesgados sonidos de Fain-Mantega en el Julián Centeya hasta la propuesta rioplatense de Omar Giammarco y Malena Muyala en la Rural.
Por Cristian Vitale
Sábado. 21.30. Un contrabajista de pelo algo largo, con bastante historia en el rico under tanguero, toca y habla sin parar. Se llama Cali Canestrari y unas 200 personas, en el Centro Cultural del Sur, se ríen –o no– de sus anécdotas, pero disfrutan de su música sin excepción. El cuarteto acaba de editar su disco debut –Cantar– y suena parejo. A veces melódico, otras lúdico, otras lúgubre. El del violín que saca chispas se llama Lisandro, el del bandoneón, Luciano, aunque las divas de la clara noche son dos japonesas: Sayaka y Naoko. Una danza cuando el compás lo permite, y la otra toca el piano. Tiene, esta última, dos discos editados solo en Japón (Tierra querida y Buenos Aires mi refugio) y provoca abundante baba en Canestrari en los momentos extramusicales. “Ella toca como Salgán, qué quieren que les diga.” Un hombre, 60 años aproximadamente, no resiste el desboque. Se levanta de la silla, toma a su mireya, hace un ademán raro, y se retira enojado. “Nadie puede tocar como Salgán... qué es esto.” En fin, pequeñas anécdotas de uno de los tantos episodios tangueros que vivió la ciudad durante la segunda jornada del IX Festival Buenos Aires Tango, en su sede más sureña.
La seguidilla de eventos –muchos de ellos simultáneos– había empezado muy temprano para el reloj tanguero. A las 3 de la tarde, ya estaba la gente de La Viruta acerando el suelo de la Rural con una clase abierta muy concurrida. Y, durante toda la tarde, el baile se propagó como pólvora en mecha por toda la ciudad. El binomio Games-Angió prosiguió en el bunker de los ganaderos y, casi a la puesta del sol, apareció el pibe de Avellaneda luciendo sus atildados pasos. Marcelo Salas guió a novatos y expertos en La Glorieta. El Parque Chacabuco se convirtió en milonga cuarentista, pero abierta y a pleno sol, al comando del tándem Federico-Ariadna, mientras la Plaza de Mayo recuperó el perfume de antaño con un flor de bailongo motorizado por la academia de Ana María Schapira. Pequeñas bombitas de tango explotaban así, dispersas, foquistas, en el último día de carnaval. De día para el baile y de noche, poco después del crepúsculo, para el oído.
Porque mientras el verborrágico Canestrari hacía enojar a la gente con sus ironías, dos dúos transformaban el bello Julián Centeya en un trampolín de sonidos arriesgados. Uno en especial: Fain-Mantega. Ella, Paulina, es flautista. El, Exequiel, pianista. Y ambos presentan su disco +Tango. La simbiosis da una rareza que felizmente el tanguero de hoy acepta, banca y permite. La flauta traversa le queda muy bien a “El choclo” o a “Flor de lino”. Los arreglos, muy originales, de algunos clásicos de Astor Piazzolla y el estilo, casi único, de los temas propios convierten a la dupla en un recipiente de atención colectiva: al menos la de las 200 personas que hay en el Centeya. Para cuando sube a escena el segundo dúo (Rivas-González), Página/12 ya está surcando asfalto hacia el norte. El calor sofoca la ciudad y un mundo de gente gana las calles. Las plazas están atestadas. Se ve mucha policía y proliferan los corsos. En Gallo, casi Santa Fe, hay que desviarse porque es territorio de murgas, espuma y bombos. Igual que en Corrientes y Medrano o Avenida de Mayo y 9 de Julio, donde el carnaval pisa fuerte y templa el cemento. Comentario al paso: Momo está recuperado.
Sede principal: la Rural. Más de 2 mil personas presencian dos números clave: el Omar Giammarco Quinteto y Malena Muyala. Mucho sudor colectivo y rica bebida en abundancia. Giammarco le agrega otra tendencia al dos por cuatro. O al menos lo reencuentra con su vieja raíz candombera. El ensamble suena fresco, muy rioplatense. Acuerda con el carnaval de las calles, transformando el clima de la ciudad en unívoco. Omar propone historias que evocan “el ser” del barrio. Ontología que un pibe, remera de Intoxicados, traduce en mundana: “Esto es tango chabón, loco”. Set impecable. Después sube, en sintonía estética, Malena Muyala. Canta, compone y es uruguaya. Su voz es refinada, climática, encantadora. Cautiva por su timbre. Encara tangos, milongas, algún vals y siempre subyace un aura afrouruguayo. ¿Canta como ninguna? Los sostenidos aplausos tras cada tema parecen afirmarlo.
Ultima parada. Epílogo. Allí cerca de donde la avenida Córdoba quiebra el brazo, se levanta otro de los Espacios Culturales que programó actividades para el festival de tango: el Carlos Gardel. La propuesta, ahí, es heterodoxa. Cuasirockera. Se llama Falsos Profetas, pero el icono eterno de Carlitos les sonríe igual. Claro, porque también hay cierto tango, cierto candombe, cierta milonga. Diez años de trayecto, tres discos editados en forma independiente –el último, Tranquila corazón, producido por Acho Estol– y un repertorio que los convierte en exponentes casi únicos de un rock con olor a tango que parecía haber muerto en expresiones añejas del movimiento. Alas, por ejemplo. O Invisible. La propuesta hubiese merecido más que las cien personas que “despoblaron” el Gardel. Injusto final de un recorrido que recién comienza... como el eterno retorno.
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