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Martes, 6 de marzo de 2007

MUSICA › BALANCE DEL IX FESTIVAL BUENOS AIRES TANGO

Ecos de un clásico porteño

Durante diez días, el público disfrutó de una rica y heterogénea oferta tanguera. Pero habrá que corregir detalles para 2008.

 Por Karina Micheletto

La novena edición del Festival Buenos Aires Tango, el encuentro más importante de la música del género –la danza tiene su festival propio, durante el mes de agosto–, transcurrió con una programación variada y de calidad, pero sin lograr convocar a la cantidad de público para la que estaba pensado. Si durante los diez días de festival escenarios como el de la Rural quedaron demasiado grandes, la gran milonga al aire libre, que tradicionalmente llenaba la calle Corrientes o las diagonales cercanas al Obelisco, debió cambiarse de lugar a último momento por la lluvia del sábado pasado, con la lógica merma de público.

Si hay algo que abunda en esa “Buenos Aires capital nacional de tango” publicitada por el gobierno porteño son los extranjeros. Ellos fueron los protagonistas destacados de los escenarios del festival en los circuitos de Palermo, el Abasto y el centro de la ciudad. Junto a ellos, y siempre en mutua interrelación, los bailarines de tango, aguerridos fanáticos que se las ingenian para seguir los tangos que tocan las orquestas y los solistas, los más clásicos y los electrónicos, los que suenan grabados en las pistas entre artista y artista, todo lo que suene alrededor con ritmo de dos por cuatro. En el debe del festival quedará para próximas ediciones el desafío de ampliar el target por fuera de los circuitos for export, esos que llegan a Buenos Aires a buscar tango, y lo encuentran aunque no haya megafestivales gratuitos de por medio.

Los organizadores tomaron la decisión estratégica de distribuir los escenarios por 48 puntos de la ciudad, utilizando el circuito de centros culturales y teatros oficiales de la ciudad, pero también parques, plazas, pasajes y milongas de diferentes zonas, en la Biblioteca Nacional o en la Estación Constitución, donde ofreció un concierto la Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires. Tanta dispersión amplió la oferta a distintos barrios porteños, pero también hizo que se superpusiesen buenos conciertos en un mismo día y horario en lugares bien distantes de la ciudad.

A falta de una gran fecha que reuniese a las grandes estrellas del tango (y de maestros históricos como Leopoldo Federico, originalmente programado pero reemplazado por problemas de salud, o Mariano Mores), el festival ofreció un par de momentos emotivos. Entre los más destacados, la despedida del maestro Emilio Balcarce al frente de la Orquesta Escuela de Tango, la formación con la que durante siete años pasó la posta de los estilos de las grandes orquestas del tango a las nuevas generaciones. Más allá de la emoción que se hizo visible entre los músicos y el público, fue bienvenido el reconocimiento institucional (desde las autoridades del Ministerio de Cultura de la Ciudad hasta la Asociación Argentina de Intérpretes) a una figura como Balcarce. A la misma hora, en la Rural, brillaba otro maestro histórico, Osvaldo Berlingieri, aunque, lamentablemente, sin la convocatoria de público que hubiera merecido. Y, en la inauguración, el concierto de apertura de Rubén Juárez (que sigue siendo de los más rockeros del tango) hizo desfilar a invitados como Julio Pane, Gustavo Beytelmann y Berlingieri.

Más allá de la atinada programación que mostró esta edición, el carácter público de un festival como este, con un importante presupuesto asignado, debería habilitar otras jugadas artísticas. Cruces más fecundos, artistas que se pongan a trabajar creativamente para la ocasión y que no pasen por los escenarios simplemente para presentar sus últimos discos, uno programado detrás del otro. En ese sentido, proyectos como el de Ciudad oculta, comandado por el cantante y letrista Juan Vattuone, que reunió a la nueva poesía del género, y el estreno de composiciones del proyecto Creadores, apadrinado por Beytelmann, implicaron algún grado de compromiso mayor con la grilla artística del festival.

Que hayan transcurrido nueve ediciones ininterrumpidas no debería ser un logro a destacar, en una ciudad que tiene la suerte de contar con el presupuesto de Cultura más alto del país (mayor aún que el de la Secretaría de Cultura de la Nación). En la Argentina, sin embargo, este dato debe ser computado entre los pro del balance. Quedan, además, los números que también describen el trabajo: por esta novena edición del Festival pasaron 354 artistas, que integran 66 formaciones. Se ofrecieron 64 conciertos y 72 clases de tango abiertas y gratuitas, además de 65 clases temáticas aranceladas, y hubo siete muestras y exhibiciones relacionadas con el género. Faltará en un futuro llegar a una mayor cantidad de gente (los organizadores difunden que fueron 165 mil las personas que asistieron a todos los conciertos, aunque se hace evidente que el número no responde a la realidad) para transformar este festival en la “inmensa fiesta cultural” o la “enorme pista de baile” que anunció el jefe de Gobierno.

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Emilio Balcarce con Susana Rinaldi y Leopoldo Federico.
 
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