Miércoles, 21 de marzo de 2007 | Hoy
MUSICA › LA BANDA OJOS DE BRUJO LLEGA POR PRIMERA VEZ A LA ARGENTINA
Banda de culto aquí, en Europa acredita un sólido prestigio, a partir de su ambicioso crossover genérico, que incluye desde flamenco hasta hip hop. “Barcelona es caldo de cultivo de muchas culturas”, dice Ramón Giménez, su líder.
Por Mariano Blejman
Nacido en el corazón del mestizaje catalán, el colectivo Ojos de Brujo representa sin duda musicalmente lo más jugado que ha dado la cruza de géneros que nació a mediados de los ’90 en Barcelona y se consolidó a principios de la primera década del 2000. Ojos de Brujo (ganador del premio al mejor grupo World Music 2004, nominado otra vez en 2007, que vendió cerca de 100 mil discos en Europa con Bari) demuestra que se puede hacer hip hop con una sólida base flamenca, inspirado en el son cubano, y que suene a rock furioso. La suma de las partes es algo más que eso. Ojos de Brujo es un experimento musical que dio sus frutos con apenas tres discos oficiales: el iniciático Vengue, el maravilloso Bari (que también cuenta con una versión remixada) y su tercera grabación Techari, que sigue en la línea del segundo trabajo. Ojos de Brujo es una de esas cosas que –hasta ahora– ha permanecido en el boca a boca, incluso en Argentina. Si bien recién se acaba de editar el segundo disco Techari en este país, con su inminente llegada a La Trastienda el domingo y el lunes próximos a las 20, la banda cumplirá con un sueño de esos que se cuentan de a poco; será cuando se devele finalmente la puesta escénica de Marina “Las canillas”, con la solidez musical liderada por el polifacético Ramón Giménez, quien habla para Página/12.
–Cuando arrancaron, en el ’92, formaron parte de la génesis de lo que después se etiquetó como “rock mestizo”. ¿Les pesa o les suma?
–No es una banda que son cuatro y empiezan a tocar por tocar. Quisimos buscar diferentes génesis. Tuvimos una formación de grupo, que sería el primer trabajo discográfico, Vengue. La idea era hacer fotocine de todo lo que había pasado. A partir de ahí empieza la semillita. En el ’99, cuando empezamos como proyecto, que aun así estaba indefinido, con ese trabajo entre las manos, es como que de repente se abre una puerta y renunciamos a la compañía que nos había editado el disco. Nos enfrentamos a los intereses de la discográfica, jugamos una carta de libertad, y se abrió una puerta de concepto que teníamos que elaborar como grupo autogestionado. Así que Bari es como si fuera un primer disco. Ha sido una piedra angular del grupo, y el cariño de fuerza, un saco de ideas. Fue un segundo inicio.
–¿Cómo es el recuerdo de ese momento iniciático?
–Está muy latente. Pero no cambias de rol, tus premisas son artísticas, no tienes a nadie que te filtre las ideas, sino que somos nosotros mismos lidiando con nuestros propios límites y nuestras propias posibilidades. Ese recuerdo está muy latente, lo que es la repercusión va cambiando. A medidas que vas haciendo tu camino, y sigue el pie, donde quieres, el recuerdo de ese principio es el mismo que el de ahora, aunque hay gente que no está militando aquí. Ojos de Brujo es una banda abierta. Seguimos con el mismo talante, un dejarse llevar, y ahora estamos en un tercer trabajo, investigando.
–¿Cómo fue el crecimiento?
–Ha sido un proyecto muy paulatino. Al principio nos daba lo mismo Francia que ir pa’abajo o pa’rriba. Lo que quieres es mostrar tu música. La primeras giras eran en tres furgonetas, y vamos palante, y vamos a ver lo que tiramos. Y ese ímpetu que tiene el músico es lo que ha permitido poco a poco llenar el presente en cada momento; de pronto nos nombran como “mejor grupo europeo de World Music” (2004, entregado por la BBC). Al principio nuestra propuesta fue vista desde la World Music, pero cada vez se han ido integrando más en el concepto Ojos de Brujo. En Holanda, por ejemplo, no es sólo una sintonía musical, sino desde el punto de vista de investigación que hemos estado compartiendo, y sienta muy bien.
–Pareciera que en un mundo global funcionan mejor los proyectos con marcada presencia local.
–En los últimos cinco años se ha producido una aceleración en la interconexión cultural, una estandarización superficial de concepto a todos los niveles. En el plano musical y cultural, también se ponen de manifiesto las cosas de cada sitio. En un grupo como Ojos de Brujo, cuyos integrantes han militado en muchísimas bandas de muchos estilos, el usar el flamenco es lo que refuerza esa dualidad. Por un lado está teniendo influencia de muchísimos sitios, el rock, el hip hop y el funk, y esa localidad, por ese prisma de identidad, evidentemente puedo hacer Solá por bulerías, un perfume de hip hop que se pone de manifiesto justamente.
–¿Cómo influye musicalmente la inmigración?
–Es difícil saber las variables. Si bien no es totalmente determinante, sí es un condicionante muy alto. Barcelona es una ciudad de puerto, caldo de cultivo de muchísimas culturas, y ya no sólo para Ojos de Brujo. Ese caldo de cultivo cultural, y en este caso musical, coincidió en el tiempo con esa “Barcelona mestiza” que estaba estallando después del ’92. El hecho de compartir público en un momento concreto hace que en algún instante se crucen cosas. Desde el flamenco hacia otros sitios ida y vuelta, con características distintas del resto, de diferentes estilos, se pone de manifiesto mucha interacción musical. Por otro lado, de coincidir en ese momento hace que se cree un halo, que pasen muchas cosas, pero se pone el acento en un sitio o en el otro. Lo que se cuece aquí también se cuece en Londres, Madrid, Buenos Aires y en otros lados. Si bien es cierto que tiene la peculiaridad típica que es de aquí, sustancialmente está pasando lo mismo en cualquier barrio céntrico del planeta.
–¿Y cómo se sienten con el mote de “world music” a sus espaldas?
–Partimos de que todo es world music hasta que se demuestre lo contrario. En un principio los estereotipos son mayores cuanto mayor es la distancia. Se mira por la peculiaridad y, si hay sustancia, se sabe con el tiempo. No es que toma, que toma, y olé y olé. Puede ser que al principio, donde es totalmente desconocido, hay un atractivo físico. Pero desde luego hay mucho más. Lo mismo, sustancialmente, está también en Argentina o en Estados Unidos. Simplemente es una cuestión de intentar ampliar. Si bien es cierto que en este caso concreto ha venido de fuentes diversas, como que se ha aprovechado a entrar por el territorio de la world music, desde el flamenco, también en Estados Unidos, de esa onda expansiva, y de hip hop, o desde el rock. Es indiferente, desde el punto de vista más amplio, la cuestión geográfica.
–¿Para estar en el “negocio” hay que pasar por el tamiz europeo?
–Hay una vía ya marcada, la industria ha marcado unos focos de entrada. Eso es más bien con un mercado que con la música y esos focos de entrada. Porque poco a poco se van destruyendo caminos y se van generando otros nuevos. Es un momento importante de transición discográfica, el cd, y el abaratamiento de la tecnología, que permite a los grupos con muchísimo menos recursos grabar una maqueta aceptable, recursos como Internet a nivel de promoción de los grupos, y los caminos que poco a poco irán cambiando. Es producto más de una inercia, la relación inherente entre el arte y el marketing.
–¿Cuál es la apuesta de distribución en ese sentido?
–Nuestra premisa siempre fue mantener el paraguas artístico. Evitar la influencia del productor que dice qué vende y qué no. Nosotros teníamos unas primeras ideas a nivel gráfico, y la compañía dijo “no, por aquí, no”. Si quieres hacer lo que para ti tiene criterio, pues hazlo tú, es un paraguas artístico para no tener filtro. Y ha sido gestado fuera de la gran industria. Es un proceso más lento, pero más seguro, donde la gente se entera bien quién eres, y luego te das cuenta de que vas pillando más terreno. Estás pasando el mensaje de háztelo tú mismo, vas gestando tu proyecto, no era algo a hacer en primera instancia. En nuestra vida cada uno tenía su diferencia. Y había sintonía con colectivos sociales. Entonces va tomando cuerpo, y se van juntando las necesidades. Y lanzas un mensaje interesante no a nivel musical, sino a nivel vital, el estar a expensas de tú mismo, pensar globalmente pero actuar localmente.
–¿Es una apuesta a la tolerancia?
–Cuando se habla de apuesta, se habla de genética. Y no es una apuesta, es una realidad. Igual que musicalmente, pero no es que vaya a mezclar a la carta. Los músicos que tenemos en Ojos de Brujo se aprendieron lenguajes indios, otro estuvo viviendo en Cuba, y fue uno de los primeros cajoneros flamencos en España. El Chavi, por ejemplo, es un dj, que pasa de bajista de un grupo funk en los ’90. En el caso de Marina viene del mundo del teatro, aprendió flamenco, estaba conectada con el hardcore. En mi caso, el flamenco es la música de cuna, pero con 15 años me metí con el hip hop en la cabeza. Durante cuatro años sólo existía el baile, me puse funky, rock, aparecí versionando. Es una realidad, no se viene de ningún sitio, sino de tu propio background. Es exactamente lo mismo, más que una apuesta de “tenemos que ir hacia allá”. Musicalmente vamos sobre nuestras raíces.
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