Martes, 17 de abril de 2007 | Hoy
MUSICA › AEROSMITH Y VELVET REVOLVER PUSIERON FURIA EN EL FINAL DEL QUILMES ROCK
La banda de Steven Tyler se apoyó en una lista de hits tribuneros; Slash y los suyos dieron lecciones de hard rock.
Por Javier Aguirre
La exitosa noche final del Quilmes Rock 2007 confirmó la atracción que los colosos internacionales del rock generan en el público argentino, dato no menor en medio de la actual bonanza en lo que hace a estos grandes festivales: uno de cerveza ahora, otro de gaseosa a fin de año, uno en Córdoba y uno en la costa en el verano. Mientras que las bandas argentinas, con diferencia de pocos meses y según el caso, “se guardan”, “abren”, “cierran”, “ascienden” y “descienden” en los carteles de las distintas fechas festivaleras, una presencia como la de los históricos Aerosmith no resulta indiferente, y cuando la banda de Steven Tyler y Joe Perry salió al escenario, cerca de las once de la noche, River se mostró llenísimo, con las plateas completas, el campo atestado, y una convocatoria final de alrededor de 60 mil personas.
Los Aerosmith llevan consigo a todas partes, cual cucarda del reviente, la mitología que los erige como veteranísimos sobrevivientes a tres décadas y pico de excesos y rock vibrante: pocas bandas de rock han grabado y tocado en vivo ininterrumpidamente desde los ’70 para acá, y algunos de sus integrantes ni siquiera vivieron para contarlo. Pero la particularidad del repertorio poblado de hits que Aerosmith ofreció en Núñez es el dato de que la mayoría de sus clásicos provienen de la segunda mitad de la carrera del grupo, cuando ya eran “mayorcitos” y, en la cara de Tyler, las arrugas ya se destacaban tanto como su bocaza. Y más allá del rock and roll excitante y hasta sobreactuado de la banda, es insoslayable que sus canciones son, al rock de estadios, lo que los tanques de Hollywood al negocio del cine. Temas como “Crazy”, “Cryin’”, “Dude Looks Like a Lady”, “Love in an Elevator” o “Janie’s Got a Gun” alcanzan para certificarlo. El show tuvo cierto bache, sí (los años no vienen solos y hay que recuperar un poco el aire), pero nadie podrá decir que Aerosmith no ofreció en el Monumental todo el desenfreno y el rock and roll tribunero que su trayectoria prometía.
El aporte de Velvet Revolver, en cambio, fue un estertor de hard rock, incesante pero breve: poco más de una hora (acaso pesó la “fecha propia” que la banda agregó, ayer, en el ex estadio Obras). Su set en River, de todos modos, dejó claro que Velvet Revolver no tiene nada que ver con esa idea de que un “supergrupo”, constituido por ex integrantes de bandas famosas, es un conjunto de veteranos talentosos pero pachorrientos. Sus líderes –el “recuperado” ex cantante de Stone Temple Pilots, Scott Weiland, y el “irrecuperable” ex guitarrista de Guns n’Roses, Slash– se cargan el equipo al hombro y saben cómo hacerlo: el primero, movedizo y lookeado como el policía de Village People; el segundo, como un gigante escondido debajo de una galera con rulos. Un par de clásicos de los Stone Temple Pilots, un par de temas (no hits) de los Guns, guiños a los Doors, un inesperado cover de Pink Floyd (“Wish You Were Here”) y chau. Rápido, furioso, y a otra cosa.
El show metalero y darkie de Evanescense, en cambio, fue más generoso en cuanto a duración, y –con la excepción de Aerosmith– el que más público propio atrajo: miles de adolescentes con sombra de ojos y ropa negra que emulaban a la carismática cantante y pianista Amy Lee (una mezcla del Joven Manos de Tijera y la Bruja Cachavacha que, a pesar de eso, se ve sensual). La principal arma de la banda es, justamente, la voz de Amy, cuyos agudos no sólo deben haber ahuyentado a todos los mosquitos del barrio de Núñez, sino que en algún momento resultaron inclementes para los humanos.
La espectacular puesta de escenario, luces y láser contrastaba con los baños de River que, inundados y hediondos, recordaban los peores/mejores días de Cemento, seguramente muy lejos de lo que los sponsors (cerveza, celulares, cigarrillos, merchandising, discos, radios... sólo faltaba una AFJP) hubiesen querido. Sin embargo, la parafernalia escénica no lucía tanto cuando todavía era de día, momento en que tuvieron su momento las bandas locales. Turf no fue muy bien recibido, y el público hasta retomó malditas costumbres de los recitales ochentosos, arrojándoles cosas a los artistas menos queridos. Después, Ratones Paranoicos, que en algún otro festival fue número de cierre o de semifondo, esta vez salió a escena bajo el sol de las 17.30, minutos después de que Mauro Rosales anotara el empate para River en el superclásico: gol que acaso impulsó la cara de malo con la que apareció el reconocido hincha boquense y líder de la banda, Juanse. Con una lista de temas bien rockera e indestructible –“Isabel”, “Ceremonia”, “Rock del pedazo”, “Enlace”, “Sucio gas”, “Estrella”–, los Ratones coronaron su paso por el Quilmes con Juanse subido a las torres de iluminación, a más de diez metros de altura, probando que las posibilidades de trepar del Homo sapiens siguen tan intactas como hace 30 mil años.
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