El primer director de la Filarmónica de Nueva York, Ureli Corelli Hill, había nacido en esa ciudad. Fue una excepción. Esa orquesta, fundada para parecer europea, tuvo entre sus directores a Antonin Dvorak y a Gustav Mahler pero, hasta Leonard Bernstein, no hubo más neoyorquinos en el podio. Y, después de él, tampoco. Pierre Boulez, Zubin Mehta, Kurt Masur y, actualmente, Lorin Maazel, de 77 años, fueron los directores principales de la orquesta. Pero su sucesor a partir de 2009, según se anunció ayer a la mañana, no sólo es un nativo de Nueva York sino que, podría decirse, nació en la propia orquesta.

Alan Gilbert, que firmó su contrato anteayer, es primo del director de operaciones de la Filarmónica de Nueva York e hijo de dos de sus violinistas, Yoko Takebe y Michael Gilbert –que dejó su atril en 2001–. Cuenta, además, que cuando era chico, durante las giras internacionales, era él quien se encargaba de entregar los pasaportes a los músicos. A los 40 años, el nuevo director fue designado para el período 2009-2014 y conducirá la orquesta durante doce semanas por año. También se anunció que el principal director invitado será Riccardo Muti. Tanto él como Gilbert alternaron durante los últimos años el podio con Maazel, titular desde 2002.

Gilbert comenzó sus estudios musicales con los padres, continuó su formación en la Universidad de Harvard y en el Curtis Institute of Music de Philadelphia. Durante ese período fue violinista suplente en la Orquesta de esa ciudad y, más tarde, se graduó como director de orquesta en la Julliard de Nueva York. Fue director asistente en la Orquesta de Cleveland, entre 1995 y 1997, y desde 2000 se desempeña como director principal de la Orquesta Filarmónica Real de Estocolmo donde su mujer, Kasja William-Olsen, es cellista. A partir de 2003 es director musical de la Opera de Santa Fe y un año después fue designado como principal director invitado de la Sinfónica de Hamburgo. Además, su elección pone en evidencia la crisis de la industria discográfica: Gilbert carece de grabaciones comerciales. Lo que, hasta hace pocos años, hubiera bastado para descalificarlo.