Viernes, 20 de julio de 2007 | Hoy
PLASTICA › CRONICA DE UNA INTERVENCION DE ARTE CALLEJERO EN VIVO
La enigmática Pum Pum critica el blanqueo a la cal a cargo de los punteros políticos y analiza el furor del street art, pedido como decoración para fachadas y bares: “Demandarle compromiso parece viejo. No quiero decir que sea vacío de contenido, pero que esté bien hecho y sea estético también significa algo”.
Por Julián Gorodischer
La rubia que espera, apaciblemente, en la esquina de Córdoba y Humboldt está a punto de dar comienzo a su intervención a pedido de Página/12. Agradece el incentivo, porque hacía tiempo que venía postergando la tarea, y se necesitaba con urgencia un retoque en el inmenso mural esquinero, que quedó tapado a la cal durante la última elección porteña. Desde entonces, en vez de su rubia despampanante, esa lolita que se repite en distintos barrios de la ciudad, llamada Big Flequi (un alter ego infantilizado), pudo leerse en el mismo espacio en blanco la palabra “Telerman”, escrita en letras de imprenta.
La aparición del vecino, dueño de la fachada (el señor Santiago), despierta en Pum Pum una alegría infinita: es el encuentro con su benefactor, el hombre que baldeó con un fervor insospechado la cal volcada por los punteros, hasta hacer reaparecer el mural a pincel que se ve en la foto: un cielo lleno de nubes, marco para la presencia de la divinidad Flequi, enredándose en su melena rubísima (tan rubia como la esquiva Pum Pum, que nunca revela su nombre y su rostro ante las fotos, como legado de su arte en muchos casos contravencional). La diosa infantilizada, cual plaga, se extiende por Palermo, reviviendo paredes en torno de las vías, sólo variando sus remeras, que pueden ser cándidas en tonos rosita como homenaje a la mítica Hello Kitty o atestadas de calaveras y leyenda LIMP BIZKIT.
–Hola, mi nombre es Santiago... En tiempos de las últimas elecciones me levanté una mañana y vi que estaba todo blanqueado y decía “Telerman”. Pero el mural de Pum Pum estaba bien hecho y le daba una buena imagen a mi casa; estaba trabajado con ganas. Entonces, tiré agua, pasé la escoba, detergente; se lastimó un poco la pintura y dejé de darle cuando vi que se estaba por salir.
“El enemigo número uno es la campaña política”, se suma Pum Pum, abandonando el trazo sobre el contorno negro de la diosa flequi, notoriamente desgastado. Se avecina un tiempo difícil para el artista callejero, que podrá esperar sólo un par de meses de esplendor para sus criaturas, porque los días previos a octubre arrasarán con Big Flequi, los ratoncitos a cargo del colectivo Buenos Aires Stencil, los rostros de American Dad extendidos por San Telmo a cargo del artista Diéguez. Posiblemente todos ellos desaparecerán, pero no hay lamentos excesivos; lo efímero es condición de existencia, también en el caso de las obras expuestas por primera vez en el ámbito de la universidad pública, en el Centro Cultural Ricardo Rojas (ver aparte), que volverán a cero una vez que la muestra se termine. Esa exposición es un hito (el ingreso a la sala de exhibición estatal) y pauta el buen momento del street art, que dispone de una galería propia (Hollywood in Cambodia), multipresencia en las calles y proliferación de grupos de graffiti (aerosol a pared), tag (trazo rápido de firmas o dibujos), pincel (pintura más elaborada sobre el muro) y stencil (sellado en pared de dibujo y leyenda). Los artistas, por primera vez, empiezan a pasar de un amateurismo placentero y elegido al profesionalismo que dan los contratos con líneas de ropa, bares, arquitectos, que reparten los bocetos entre la tela, la fachada y el interior de los baños de un bar como Mondo Bizarro (que Pum Pum acaba de llenar de niñas muertas “elegidas de acuerdo con la oscuridad del lugar”). La abundancia de motivos hace cada vez más frecuente la pregunta sobre el duelo por la obra extinguida en tan poco tiempo, a lo que la rubia responde:
–Barrio por el que paso, abro la cartera y siempre tengo marcadores para hacer nuevos dibujos. Es una locura; me gusta mucho andar en bici. Paro y en cualquier lado planto un conejito.
La superficie naïf es engañadora: Pum Pum siempre traiciona su aparente candidez. El osito es escupidor y llena de saliva el contexto del dibujo; la niña flequi viste frecuentemente calaveras; el cielo mismo de esta pintura de Humboldt y Córdoba, en el que se inserta, suspendida, la cabezota, da la pauta de que podría estar muerta, divinizada o mártir. Poco proclive a interpretar, con esa reticencia a encontrar sentido que se escucha con tanta frecuencia entre muchos artistas, ella prefiere elogiar el escenario de la esquina: “¿La esquina? Se ve mucho; parás en el semáforo y la ves. Muchos me dicen que los alegra cuando van al trabajo”. Ahora que se la interrumpe en el trabajo, Pum Pum asume que es una fervorosa defensora del pincel, subgénero no muy afín a los graffiteros hombres, que suelen exaltar el repentismo y hasta la situación física del aerosol contra el muro, que se encolumnan detrás de los clásicos del graffiti neoyorquino, desdeñando la supuesta deformidad de pincelar en la calle, sin atril ni lienzo. Si el aerosol, la tiza, el marcador grueso ejercen el dominio de las calles, si pelean su hegemonía en arte en vía pública y se escudan en el más puro sentido común (no es conveniente el choque de las cerdas contra poros y grietas en la pared), Pum Pum insiste con su retoque del contorno de Big Flequi, prolija y constante, así como se la ve.
–Tengo que repasar todos los negros –dice– para que vuelva a tener fuerza, y algunos amarillos del cabello. Es látex al agua para exteriores. Primero lo planteo con tiza, luego me ocupo de los colores del relleno y, por último, del delineado en negro. Lo angelical fue sólo una excusa; había que plantear un tema de unión con la rubia que pintó Jaz (otro artista) en la misma pared (más señora, esbelta y de una belleza de tipo tradicional).
–¿Flequi es una divinidad?
–No, no –insiste su creadora–, o en este caso sí, porque la planté en el cielo. A mí me gusta jugar con su pelo; se presta a la deformidad, Está fuera de escala; ella es cabezona y los pelos vuelan. Me gustan las formas, lleno la melena de la leyenda pum pum, porque mi seudónimo me causa gracia. Me lo puso mi amigo Ricardo porque soy muy tranquila, pero si me pongo loca empiezo pum pum, a los tiros. Tranquila hasta que me saco... En un principio no decía ni siquiera que era mujer, sólo pum pum.
–¿Le gustaría aprovechar esta producción de fotos de su proceso de trabajo para hacer un coming out dando la cara y su nombre real?
–No, estoy bien así. Si puedo causar simpatía o ternura a través de mi oso escupidor, mi niña flequi o mis conejtos, eso ya es todo para mí.
Cambia el cliché: ni proclamas revolucionarias, ni comentarios mordaces sobre la política, ni agresiones a otro bando, otro equipo, otro partido. Pum Pum, una de las artistas callejeras más conocidas de la Argentina (junto con Buenos Aires Stencil, Nasa y Diéguez), coloca el yo en primer plano, desprejuiciada en su autorreferencialidad, expandida ella misma por esquinas, murales, paredes de baldíos, fachadas de casas, baños de bares. Es ella, con muchos años menos, fusionada con la nenita ficcional Rainbow Brite, con Hello Kitty, con Sarah Kay, convencida de que “demandarle compromiso y contenido al arte callejero parece viejo”. “No quiero decir que sea vacío de contenido, pero que esté bien hecho y sea estético el dibujo también significa algo.” La que se ve en la pared es una caricatura de sí misma, petisa, cabezona, “como un mini me” –dice–, ojitos estrellados, en convivencia simbólica con sus otros fetiches mortuorios.
–A veces las hago gruñendo o con una calavera en la remera, es la flexibilidad de jugar o deformar; me cuelgo con los matices, con esto de poner los tags adentro. Trato de darle identidad al pelo. Mi influencia es de la infancia: Hello Kitty, Rainbow Brite. En realidad, Hello Kitty a full..., cruzada con una cosa punk rock que tuve en mi adolescencia. Una kitty escuchando Limp Bizkit. ¿Por qué el pincel? Me considero ilustradora; me gustan el tablero, el plumín, la tinta china. El traslado a la pared es una diferencia de escala. En vez de un pincel finito en mi taller, uso uno mucho más ancho.
Su ingreso al mercado, en 2007, le plantea algunas dudas. En un contexto en el que las marcas demandan a los graffiteros, Pum Pum no se dibujaría a sí misma con unas Nike puestas, al lado de un logo, porque Flequi es su alter ego y no acepta sponsorearlo. Pero accedió a idear un par de colecciones para otra marca, porque le dieron la libertad creativa de plantar osos escupidores llenando de saliva la lengüeta. “Desde el año pasado se está viviendo una explosión de street art; me gusta dibujar y lo hago público, pero odio las etiquetas. Si puedo vivir de esto, estoy caminando hacia la felicidad.” Tal vez lo que ocurre sea igual al boom de publicistas y diseñadores en los ’80, sospechado o reivindicado por su asimilación a las leyes de la venta, abandonando en algunos casos o atenuando su espíritu contestatario propio de la creatividad sin límites de cualquiera que sea capaz de hacer los collages de Nasa o de Diéguez, o de fusionar la emoción y el sarcasmo como Pum Pum. Tal vez sólo sea un destape pasajero, un ingreso fugaz al negocio de ropa carísima en Palermo Soho, a la fachada de la “señora bien” que se imaginó su casa rosita pum pum. Podrían volver luego a las calles, a los trenes, a los baños de estación, clandestinos porque deberán huir de una contravención que prohíbe la pintura en paredes de espacios públicos. O tal vez, todo ocurra en simultáneo; sin interferencias. Lo evidente es que el campo se diversifica, se agranda, a ritmo veloz. “A veces me pregunto: ¿estaré haciendo bien? Trato de proteger el mundo pum pum; de poder ser yo. Si tuviera que hacer a Flequi con unas Nike puestas, ahí diría que no. Porque ese muñequito ¡soy yo!”
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