MUSICA › LA QUINTA JORNADA DEL FESTIVAL PEPSI MUSIC, EN OBRAS
Un Ska-P en alta velocidad
Los españoles le pusieron intensidad a una fecha en la que también brilló Massacre. Hoy será el día del reggae.
Por Cristian Vitale
“Nos cagamos en el Día de la Raza.” Faltaba una hora para que el reloj marcara las doce y alguien tenía que decirlo. Mejor si era español, más si delante tenía cinco mil encendidos fans e imprescindible si al enunciado lo acompañaba una acción: Pulpul, cantante, guitarrista y fundador de la banda vallecana Ska-P, ofrendó un reggae –Seguimos en pie– “a todos los mapuches” y pidió perdón en nombre de sus antepasados por el genocidio que comenzó el 12 de octubre de 1492. No estaba descubriendo nada –como tampoco descubrió Colón, claro–, pero es bienvenido que alguien del mundo “civilizado” no se coma aún el caramelito de la civilización. ¿La acción?: toda la recaudación del segundo show –que concluía anoche– será destinada a la comunidad mapuche y a comedores escolares del Gran Buenos Aires. Fue el anuncio más celebrado de la quinta fecha del Pepsi Music que, por primera vez, concentró toda su actividad en el Obras techado. Otro anuncio operó como contracara: corría el rumor de que Ska-P, con diez años de carrera, cuatro discos editados y reconocimiento –casi– mundial, se iba a separar, hasta que el guitarrista Joxemi confirmó todo: “Nos vamos a separar y creo que elegimos el mejor sitio para hacerlo. Tal vez sean nuestros últimos shows”. Ni siquiera una versión uniguitarrística de I Wanna be Sedated, de los Ramones, consoló a la masa, y un reclamo tiñó la noche: “Ska-P no se va, Ska-P no se va”.
En rigor, lo que se vivió durante las dos jornadas funcionó como una auténtica fiesta de despedida. Obras lució atiborrado de niños –y niñas– exaltados, excitados, transpirados, que corearon sin pifiar ¡los 19 temas! propuestos por el octeto de ska-punk de puesta circense. Fue una velada de sudor, desparpajo y gota gorda; de pogo, mosh y lo que venga; de calentura intensa y desenfrenada. Es que la música de Ska-P se presta al descontrol: suena divertida, desfachatada, en agite permanente. Sea mediante lo más skatalítico (El gato López, Planeta eskoria, Wellcome to Hell), o con la veta punky-melódica de Niño soldado o Mis colegas, e incluso a través ritmos tradicionales célticos que introducen de a ratos y detonan directo en el cuerpo. Grandes dosis de punk al palo –cómo dudarlo–, pero también un refrito de ritmos populares y universales la transforman en una banda capaz de seducir a punks, curiosos y adrenalínicos sin retorno. “Fiesta y revolución”, es la muletilla de Pulpul, y opera como acertada síntesis para definir lo que entrega el grupo. Como ya dijeron Freire y Jauretche: hay que combatir con alegría.
Es que lo combativo tampoco es ajeno a la banda y no pasa sólo por deslegitimar el 12 de octubre. Juan sin tierra es un tema del disco Eurosis (1998), compuesto en homenaje a Víctor Jara, que halaga que los europeos también lo hagan suyo: “Fue asesinado por el fascista de Pinochet, lo torturaron, le cortaron sus dedos, pero hasta muerto gritó revolución”, introdujo Pulpul en otro momento álgido. Mapuches, Jara, fiesta y canciones como El vals del obrero o A la mierda: hasta allí todo bien, nutritivo para la conciencia. Pero el repertorio completo del grupo es fuertemente politizado y el riesgo es lo que ocurre a medida que pasan los temas: panfleto y redundancia. Cada letra, cada frase introductoria, cada arenga articulan un paquete que, al final, parece un diario de protesta. No hace falta ser un cráneo para saber que Bush es un asesino, que en Asia, Africa y América está todo mal, que hace falta más trabajo y menos policías, que la globalización favorece a pocos y perjudica a muchos, que el pueblo palestino es uno de los más oprimidos del mundo –le dedican Intifada–, que McDonald’s es comida chatarra, o que no estaría mal legalizar la marihuana. Pero Ska-P pierde mucho tiempo en repetirlo y el resultado es una sucesión agotadora de slogans, sketches –como el músico/actor que se desnuda en escena y amaga curtirse a un oficial–estereotipos y frases hechas políticamente correctas, cuyos efectos son contraproducentes. “Este habla de resistencia y tiene la bandera de MasterCard al lado”, dijo un fan consciente, mientras la multitud silbaba una versión adrede del himno yanqui.
Nada parecido sucedió durante el vermouth principal: Massacre. Ante un público menos ardiente, más sereno e introvertido, el grupo que colgó los skates hace rato fue un soporte de luxe. En una de sus frases descolgadas, el eterno Wallas dijo que la prensa estadounidense había señalado a “los” Massacre como “la mejor banda del futuro” y emprendió con una versión ajustadísima de Plan B: Anhelo de satisfacción. Habían pasado Nuevo día, 3 walls, Querida Eugenia y, a esa altura, el show de Massacre se perfilaba como uno de los mejores hasta la fecha. El resto lo confirmó: sonido único, antilugar común, letras lisérgicas y rebuscadas, resonancias psicodélicas, sonido vintage, riffs de guitarras que suenan como vinilos pasados al revés, desprejuicio sin fecha de vencimiento y hardcore al libre arbitrio hicieron olvidar rápido ciertos problemas de acople. “No hay drama, los Jesus & Mary Chain se hicieron famosos por los acoples, che”, tranquilizó Wallas, que de lejos –por pire y físico– parece el Gordo Casero. Ver para creer lo que pega adentro Sofía (la súper vedette), una balada climática y rarísima “casi para entendidos” o cómo encrespan esos raros peinados viejos ante Mi mami no lo hará o Te leo al revés, canciones compuestas cuando eran Massacre Palestina.
Villanos –sí, los de Sin mí–, Rescate y 12 Monos –que en realidad son diez– completaron la grilla. Anoche, en tanto, Obras se convirtió en un festipunk genuino, porque los encargados de secundar a Ska-P fueron Dos Minutos, que siguen presentando Superocho, y los ramoneros de Expulsados. Hoy es día de reggae: Holy Piby, ¡La Mosca! (¿?), Nonpalidece, Los Pericos, Los Cafres y The Wailers. Jamaica en Buenos Aires.