Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
MUSICA › MARIA ESTELA MONTI Y SU PARTICULAR ACERCAMIENTO AL TANGO
En su disco Bajoflores, la cantante se anima a varios clásicos del género, tratando de aportar otra mirada: “De alguna manera, al tango hay que animarse a faltarle”, argumenta.
María Estela Monti es una de las voces femeninas del tango actual y una de las que se animan a grabar temas nuevos dentro del género, aunque no sean propios. “No me considero buena escribiendo ni componiendo, y habiendo tanta gente que lo hace bien, ¿para qué voy a hacer pavadas?”, admite, con gracia y sabiduría. Su nuevo disco se llama Bajoflores y el nombre no remite al título de un tema, sino a un paisaje que marcó su vocación de cantante: el de la casa de Flores de su abuela paterna. La radio, su padre y sus tíos, cantantes aficionados, le hicieron conocer allí los sonidos que irían trazando, mucho más tarde, un camino artístico. En Bajoflores, editado por Epsa, Monti dejó registradas sus versiones de grandes clásicos como “Nostalgias”, “Volver” y “Palomita blanca” y de temas de nuevos autores como Raimundo Rosales, Marcela Bublik o Javier Sánchez. No estuvo sola: la acompañaron invitados como Bernardo Baraj, Daniel Rabinovich, Jorge Waisburd y La Cachiporra Trío.
“Elegir el repertorio es la parte más difícil, porque intervienen un montón de factores, además del gusto personal, que sería lo de menos”, advierte la cantante. “El disco tiene que tener una dirección y una mirada determinada, un concepto global, también tiene que ver con la búsqueda sonora que estés haciendo en ese momento, y habría que agregar la expectativa de la discográfica, que aunque no condicione ni opine para nada, uno sabe que existe”, detalla. Monti, que también es maestra de canto en forma particular y en el Instituto Superior de Música del Sadem, acaba de llevar sus tangos por distintas ciudades italianas, en presentaciones que se extendieron entre julio y principios de este mes.
–¿Cuál es la mirada global que buscó darle a este disco?
–Este es el primer disco en el que incluyo muchos temas nuevos, y es un lío buscar una coherencia desde ese lugar. ¿Cómo comparás un tema tan clásico como “Rubí”, de Cobián y Cadícamo, con “Bailarín”, de José Ogivieki y Adela Balbín? Están compuestos de manera muy diferente, corresponden a distintas maneras, de hacer y entender el tango. Lo que hice fue sentarme con Nicolás Guerschberg y Alejandro Manzoni para encontrar una unidad y un criterio estético por el lado de los arreglos, eso fue lo que terminó dándole una coherencia al disco.
–¿Cómo selecciona los tangos nuevos?
–Tengo la suerte de que me llegue el material para elegir. A través de Raimundo y Marcela (Rosales y Bublik, pertenecientes a la asociación Letrango, que nuclea a nuevos autores) fui conociendo a otros autores que me fueron mostrando temas. Si los intérpretes no asumimos el compromiso de difundir lo nuevo, el tango va a seguir mirándose el ombligo y repitiendo obras maestras, que en algún momento alguien estrenó y cantó por primera vez. Hablo de un compromiso placentero, no de una carga pesada, porque hay letras maravillosas. ¡Por ahí éstas son las obras maestras del 2040!
–¿Y los viejos?
–También van apareciendo... “Volver”, por ejemplo, fue a pedido de Daniel Rabinovich. Cuando le mostraba los temas que podía grabar él me decía: “Yo soy un señor grande, a mí me gustan los clásicos... busquemos algo de Gardel...” Un día me lo encontré en la Peña del Colorado y le di mi disco anterior, me mandó un mail diciendo que le había encantado, me invitó al teatro y estuvimos charlando en el camarín. Ahí me dijo: “Tengo unas ganas de cantar un tango...” “Bueno, te invito al próximo disco”, le dije. Así que desde antes de pensar el disco ya sabía que iba a estar Daniel.
–Un tango tan clásico implica un desafío mucho mayor. ¿Cómo lo encara?
–Primero trato de escuchar muchas versiones del tema, todas las que pueda y encuentre. Después, dejo de escuchar por un tiempo largo, para que se me quede pegada una versión. Vos escuchás un tango por el Polaco Goyeneche y ya está, se te queda pegado así para siempre. No hay forma de decir: ¿cómo mejoro esto? Es imposible mejorar, sólo te queda darle tu propia mirada, buscar qué te pasa a vos con el tema. Una vez que dejo de escuchar el tema, trato de pensar cómo me gustaría que sonara. Después puedo lograrlo porque tengo la suerte de cantar con músicos con los que comparto un lenguaje, una estética y una mirada. Ese es el secreto.
–¿Hay algún otro, tratándose de un género difícil para un intérprete?
–Al tango tenés que entrar con mucha humildad, pero sin miedo. Si no, empezás a copiar fórmulas efectivas. Salvando las enooormes distancias, si Piazzolla es el músico que es, es porque en algún momento se animó a faltarle el respeto al tango. Como intérprete, uno le puede dar una mirada propia, ni mejor ni peor que otras, la de uno. Y por ahí uno se equivoca y resulta que termina aportándole algo al género. Siempre con muchísimo respeto, por supuesto, por la cantidad de intérpretes maravillosos que existieron en este país. Y sabiendo que uno no es más que un vehículo de lo que un letrista y un compositor, en algún momento único y mágico, quisieron transmitir.
–Suena bastante poco estelar.
–¡A pesar de mi nombre! (Risas.) Yo sé que si sos artista y te subís a un escenario es porque querés que te quieran y te aplaudan, eso es obvio. Pero yo creo que trabajar con la música también es un servicio: es devolverle a la música lo que te da de antemano. Porque nadie empieza a cantar para subirse a un escenario, uno canta porque le da placer. Al menos eso es lo que me pasa a mí.
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