Lunes, 17 de septiembre de 2007 | Hoy
MUSICA › “WERTHER”, EN EL COLISEO
La ópera de Massenet, con puesta de Louis Désiré, se estrenó en el marco de la temporada del Colón.
Por Diego Fischerman
El centro neurálgico de la nueva puesta de Werther que el Colón estrenó en el Coliseo está en el preludio al tercer acto. En el extremo izquierdo del escenario, en la cama donde antes, en el comienzo de la ópera, han estado los niños, Albert hace el amor con Charlotte. La luz apenas muestra esa escena y, del otro lado, un jarrón con flores rojas. La escena siguiente, en que ella leerá una de las cartas que el poeta Werther le envía y que ella “no puede tirar”, cobra, en ese contexto, una significación sumamente especial. Tanto, en todo caso, como cuando antes de suicidarse, Werther se refriega el cuerpo con la ropa de cama de su enamorada. La ópera que Massenet escribió por puro placer –o convicción–, aun cuando los grandes teatros se oponían a “un tema tan deprimente”, es, sin duda, un drama erótico. Y ese erotismo tiene, en este caso, una carga poderosa. En el romanticismo, al fin y al cabo, el amor y el terror están lado a lado.
El excelente trabajo de Rubén Conde otorga a la visión de Désiré una corporeidad notable, disimulando incluso un cierto exceso visual del director de escena y escenógrafo. No siempre, en todo caso, las proyecciones agregan significado e, incluso, en pasajes en que la música y el texto son de por sí elocuentes, tienden a debilitar su efecto. El acierto mayor de Désiré, desde el punto de vista dramático, además de una muy buena conducción de un elenco dúctil, es el final à la Ghost, con el que soluciona uno de los grandes problemas de verosimilitud de esta obra. Entre que Werther se dispara un tiro en la cabeza y el momento de su muerte transcurre una eternidad que, a falta de algo mejor que hacer, el protagonista aprovecha para cantarse todo un dúo con Charlotte. En este caso, Werther elige como lugar para su suicidio la propia cama matrimonial de Charlotte y, al oírse la explosión del disparo, él se para sobre el lecho y baja de él, contemplando al bulto que ha quedado tendido. A partir de ese momento, y de la entrada de Charlotte, quien canta con ella es su fantasma. Jonathan Boyd, con bello timbre, buen fraseo y agudos algo estrangulados en el comienzo, fue ganando seguridad a lo largo de la función y, en los dos últimos actos logró una actuación de muy buen nivel.
Luciano Garay, como el marido de Charlotte, fue también un convencido actor, con muy buen manejo de los recursos dramáticos y, por otra parte, logró una interpretación impecable desde el punto de vista musical. Graciela Oddone, en el papel de Sophie, hermana de Charlotte, estuvo a la altura de las circunstancias. Mariana Rewerski fue, por su parte, una Charlotte de notable presencia escénica y sumamente sólida en lo musical. El Coro de Niños, preparado por Valdo Sciammarella, tuvo un muy buen desempeño y la orquesta, algo desajustada y poco convencida al comienzo, conducida con corrección por Arturo Diemecke, tuvo momentos de mucho vuelo. Los solos de violín estuvieron, en ese sentido, entre lo mejor de la noche.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.