MUSICA › OPINION
El oficio de la libertad
Por Manolo Juarez
La irrupción de Astor Piazzolla marcó un antes y un después en el tango, conmoviendo las estructuras tradicionales y produciendo de inmediato un profundo malestar en el ambiente tanguero. A modo de un coro de tragedia griega, se alzaron voces de protesta que constantemente exclamaban a manera de sentencia: “Eso no es tango”. La gran mayoría de los músicos desaprobaban a este compositor-instrumentista, sorprendidos e indignados, además, por la propuesta de una libertad formal que no era la usual. Al respecto, siempre tengo presentes las palabras que alguna vez dijo el compositor checo Leos Janacek (1854-1928): “La música nació libre y conquistar la libertad es su destino”.
Al instalar Astor la forma-libre, en donde los parámetros temporales eran distintos en cada caso, para aquellos que seguían utilizando exactamente duraciones que oscilaban entre los 03:00 y 03.30 que les legó el disco de pasta de 78 rpm en sus históricas versiones, se instaló también el rechazo. A manera de ejemplo es oportuno recordar las diferentes duraciones de sus distintas versiones de Adiós Nonino. Ese miedo a la libertad –en el sentido en que la frase fue utilizada por Erich Fromm– fue uno de los motivos por los cuales el tango no avanzó instrumental ni formalmente, en la medida en que lo hacían sus grandes músicos y poetas. Si nuestro concepto valorativo estuviera determinado por el mero hecho de calificar favorablemente todo aquello que cumple acatadamente las pautas tradicionales, cometeríamos un grave error. Piazzolla, en muchas de sus obras, utiliza procedimientos armónicos que provienen de la música barroca, no teniendo mayor prurito al hacerlo. Ese intercambio, asimismo, está presente en el jazz, donde nadie cuestiona que se instale un circuito de comunicación con el pop o la bossa nova, ni que el flamenco utilice secuencias rítmicas de la música tropical, pero, en cambio, parecería que el tango es un territorio minado en donde es riesgoso apartarse del sendero que tradicionalmente muchos han recorrido y delimitado.
Adrián Iaies tomó la peligrosa determinación de ser libre. En sus interpretaciones de temas clásicos del tango toma estas composiciones como eje central en el que convergen aportes estéticos de otras geografías musicales. Su concepto formal es de una cuidadosa libertad en la que se establece un orden estructural que sirve de molde a su constante creatividad. Su juego de elaboración armónica es de una riqueza no usual en este género, asumiendo la dificultad de hacer esos desarrollos en temas tangueros que forman parte de nuestra memoria cultural. En el folklore, la impronta de relacionar armonías y estructuras no usuales ya ha sido efectuada por Eduardo Lagos, Dino Saluzzi y más recientemente por el formidable aporte del guitarrista y compositor Daniel Homer, y nadie se sintió molesto, pero, nuevamente, en el tango pensar distinto constituye una traición. Todo esto no habla en desmedro de las estructuras tradicionales, puesto que, a la inversa, cometeríamos el mismo error de aquellos que niegan otras formas de expresión. La presencia de Iaies es importante en el panorama musical argentino y su claro mensaje es motivo más que suficiente para que dejemos nuestras armaduras en el hall de entrada.