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Viernes, 21 de octubre de 2005

CINE › “EL VIAJE INOLVIDABLE: PARIS/ARGELIA”, DE TONY GATLIF

El exilio como una excursión

Premiado en la edición 2004 de Cannes, el film del director de El extranjero loco trivializa la diáspora de etnias hasta el cliché turístico-musical, como una world music del cine.

 Por Luciano Monteagudo

En la edición del año pasado del Festival de Cannes participaron de la competencia oficial films del hongkonés Wong Kar-wai, del francés Olivier Assayas, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, del coreano Hong Sang-soo, del japonés Hirokazu Kore-eda y de la argentina Lucrecia Martel, por citar solamente aquellos nombres que propusieron el cine más singular y radical. Ninguno de ellos accedió a un premio de significación. La Palma de Oro fue para el documental Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, una decisión que pudo leerse claramente como una declaración política antes que cinematográfica. Mucho menos comprensible –en un jurado presidido por Quentin Tarantino– fue el premio al mejor director a Tony Gatlif por Exils, un estereotipado trip turístico-musical que ahora llega a su estreno comercial en Buenos Aires bajo el título El viaje inolvidable: París/Argelia.
Alguna vez, en tiempos de El extranjero loco (1997) y Gitano (2000), sus dos únicos films conocidos en Argentina (algunos más se vieron hace un par de temporadas por TV5), se pensó que Tony Gatlif (Argelia, 1948) era un director si no importante al menos valioso, por la visceralidad con que iba en busca de sus raíces gitanas y de las culturas de la diáspora diseminadas por los rincones de Europa. Pero lo que antes podía parecer potente y original ahora se revela, en Exils, como una fórmula, un cliché, una idea de producción premoldeada que viene a enancarse en la moda de la world music y la comida étnica.
El punto de partida es simple y contundente, como siempre suele ser el cine de Gatlif. Una mañana, la cámara se despierta en la habitación de una pareja joven (Roman Duris, Lubna Azanal), de cuerpos desnudos y sensuales. La ventana deja ver un suburbio triste, gris de la periferia parisina y, sin mediar explicaciones el bueno de Zano le propone a Naïma abandonar ese paisaje sin horizontes, del que sólo parecen poder escapar entre los pliegues de la cama, y se lanzan a la ruta, a la aventura, desandando el camino de sus ancestros. Ambos tienen sangre árabe, se sienten perdidos en el mundo en el que les tocó nacer y no reconocen como propio y se ponen como meta Argelia, sin tener dinero siquiera para un pasaje.
Será así como desandan la ruta del exilio, atravesando primero el sur de Francia y luego España, para terminar cruzando el Mediterráneo en un barco equivocado, que los dejará en Marruecos, desde donde volverán a intentar ingresar a Argelia, a pesar de que las fronteras están cerradas. En el camino se cruzan con todas las minorías étnicas imaginables, que les ofrecen no sólo su simpatía y solidaridad sino también un despliegue de músicas dignas de un compilado en CD, que van desde el rudo flamenco de Macanita hasta la percusión hipnótica de una ceremonia sufí, donde la cámara y los personajes entran en trance (en la que quizás sea la única secuencia auténticamente intensa de la película).
Por lo demás, Exils es un film más bien tosco, elemental, al que se podría considerar ingenuo si no fuera porque hoy mismo, mientras en la pantalla Zano y Naïma se dedican a vagabundear frívolamente por las míticas fiestas de la Carbonería, en Sevilla, cientos de miles de africanos se agolpan contra el alambre de púa de Ceuta y Melilla, tratando de escapar del hambre y la miseria de la que esa pareja ni siquiera parece haberse anoticiado.

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Zano (Roman Duris) y Naïma (Lubna Azanal), los jóvenes que quieren ir a Argelia sin dinero.
 
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