Miércoles, 17 de octubre de 2007 | Hoy
MUSICA › BALTASAR COMOTTO, ENTRE SPINETTA Y EL INDIO SOLARI
El guitarrista, que toca con dos de los “próceres” del rock nacional, acaba de publicar su primer disco solista: Rojo.
Por Cristian Vitale
A Baltasar le incomoda un poco la sonoridad japonesa de su apellido: Comotto. Llueve, mientras él toma un café con leche en un bar de Chacarita, y aclara, insiste: “Es italiano, va con doble te”. A juzgar por sus ojos –verdosos, poco horizontales– más un acento porteño irrefutable, está diciendo la verdad: Comotto viene del país de los fideos. Pero es apenas un detalle genético. Lo que importa es que ya no resuena como un apellido más entre los tantos del planeta rock. En un año, fugaz pero intenso, fue guitarrista del Indio Solari –a quien todavía acompaña– y de Luis Alberto Spinetta. En el 2002, el creador de Kamikaze lo citó para integrar la banda viajera que presentó Para los árboles; y el Indio, para grabar –y después presentar– El tesoro de los inocentes. “Yo nunca me conformo con nada –sorprende él–, siempre estoy buscando nuevas situaciones. No está bueno quedarse en el pasado... todavía estoy empezando.” Como fuere, no es un pormenor. El guitarrista, incluso, conserva intactas ciertas imágenes de ese punto de inflexión en su vida. “Con el Indio en Montevideo fue algo inolvidable: las banderas, la transpiración de la gente, el humo después de la lluvia”, eterniza, con plus romántico.
–¿Y en La Plata? Aún resuenan los ecos del pogo más grande del mundo, con “Jijijí”. ¿Temblaron sus piernas?
–Sí, claro. Pero no de miedo, porque tuvimos mucho ensayo previo para ese momento. Llegamos con entrenamiento, y los temas salieron por inercia. Esas noches –fueron dos– fueron una bomba: la gente, el pogo, las zapatillas volando. Era su primer disco solista y ya lo había vendido como pan caliente. La gente cantaba todos los temas, conocía las melodías de las guitarras... fue un desafío.
En medio de ese clima nacieron las canciones que integran su flamante debut solista: Rojo. Un fino trabajo en el que conviven las dos matrices estéticas del autodidacta Comotto –jazz y rock– más lindes funk, hip-hop y electrónicos. “Es un poco la síntesis de lo que viví hasta hoy”, define. Rojo, que será mostrado el jueves 25 en Makena (Fitz Roy 1519), es el resultado de un esfuerzo a pulmón y de la fraternidad de amigos que el guitarrista fue cosechando: aparecen Nico Cota tocando el synth, Patán Vidal en los teclados, Ayelén Zuker haciendo coros y una banda con nombre propio: Los Dragones Albinos. “El disco en estudio está más trabajado, pero ahora no vamos a usar máquinas. Los temas suenan más saturados, más rotos”, anticipa sobre el vivo.
–¿Usted viene del jazz o del rock?
–Del rock, totalmente. Cuando tenía seis años, mi viejo ya me llevaba a conciertos de rock... se copaba mucho. Los primeros discos de Hendrix que escuché fueron gracias a él. Charly Parker también... no sé, si bien él no era músico, sino abogado laboral, me pasó muchísima data de chico. Mi familia era y es musical, por suerte.
–¿Cómo llegó a Spinetta?
–Teníamos amigos en común: Nico Cota, Javier Malosetti... y le faltaba un guitarrista para la presentación de Para los árboles. El había grabado un montón de guitarras separadas, que era complicado de tocar en el vivo... por eso me llamó. Me dejó un mensaje en casa y a los dos días estaba ensayando con la banda. Era un momento de transición, porque no hacía mucho se habían desarmado Los Socios del Desierto. Estaban el Tuerto Wirtz, Cardone, Malosetti, el Mono Fontana, Judurcha, una banda rara.
–¿Se le complicó con las canciones? Se opina que es un disco “poco fácil”.
–Es un disco armónicamente complejo, pero dentro de su complejidad hay una coherencia de simpleza que ataja todo lo complejo. Yo saqué las canciones escuchándolas en casa y viéndolo tocar a él. Todo en un ámbito muy cálido... y el vivo fue muy de disco: creo que llegué a tocar “Ana no duerme” o “Me gusta ese tajo”, nada más. Me acuerdo de que ensayamos “Credulidad” para tocar en Cosquín, pero al final Luis la descartó.
–El Indio también exige mucho. ¿Tuvo que “hacerse el Skay”?
–No. Fue todo con mucho respeto... cada tema de los Redondos que sacamos, lo respetamos tal cual. Skay es irreproducible, nosotros encaramos todas las ideas tratando de respetar desde el audio hasta la expresión. Fue una experiencia intensa.
–¿Mucha presión?
–Bastante. Con Gaspar Benegas, el otro guitarrista, estábamos cubriendo el puesto de Skay y la gente espera todo el tiempo que vuelvan Los Redondos... de alguna manera éramos una incógnita, nadie nos conocía.
–¿Puede establecer alguna similitud entre Solari y Spinetta?
–Por lo que viví con ellos, los veo como dos personalidades diferentes, pero ambos tienen la misma pasión, el mismo compromiso con el arte: son los dos únicos músicos en Argentina que quieren hacer las cosas bien.
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