Paradojas de la cultura. Probablemente, incluso en el mundillo más íntimo del tango en su terruño, a pocos les suene este nombre: Haydée Alba. Pero –situación recurrente– cierto crítico de Le Monde la nombra como una de las mejores cantantes de tango de la actualidad. Al menos se trata de un llamado de atención. Es cierto, si bien hay una prehistoria profesional que la ata a sus orígenes como historiadora del género, actriz y cantante –recorrió todo el país interpretando poetas–, en 1986 viajó a Francia con apenas dos meses de contrato. Pero anidó y se evaporó de la escena criolla. Allí, anclada en París, grabó tres discos, ganó varios premios –entre ellos un Moliere, gracias a su participación en la obra Mortadela, de Aníbal Arias–, cantó en Bélgica, Finlandia, Alemania, Canadá, Suiza, Polonia, Inglaterra: en pocas palabras, se consagró. “Cuando me fui, aquí era muy difícil poder grabar tango y folklore; poder expresarse de una manera comercial, digo, para poder vivir de tu propio metier”, cuenta a Página/12.

Alba arribó al país con el objeto de presentarse esta noche a las 20 en la Alianza Francesa (Córdoba 946), en el marco del mes de la francofonía y la mujer, como inicio de una gira que proseguirá en Córdoba, Alta Gracia, Villa María, Bell Ville, Marcos Juárez, Rafaela, San Jorge y Rosario, entre el 25 de marzo y el 4 de abril. “Como en Europa generalmente hago un repertorio con casi todos tangos y alguna canción francesa, aquí voy a cantar mitad y mitad. Nadie me lo pidió, pero quiero mostrar cómo es la música que quería escuchar cuando llegué a Francia”, anticipa. El resto, o sea la mitad “no francesa” del set, estará compuesta por material de sus tres discos: Tango Argentino –una antología poética de su elección que va de Discépolo a Ferrer–, La época del tango, grabado en homenaje al “organito”, y su tercer y último disco, dedicado a Jorge Luis Borges. “No grabé tantos discos como hubiese querido, es que hay tanta variedad y calidad entre los poetas del tango que es increíble lo que se ha escrito sobre un mismo sujeto: por ejemplo, el abandono en el amor. Para un cantante es muy rico todo esto.”

–¿A qué refiere con “la época del tango”?

–Los domingos, en París, es algo tradicional ir a comprar a la feria y encontrarse con un organillero. Cuando iba a Montmartre, que pese a su modernización aún guarda un gran encanto, también me encontraba con organitos. Todo esto me dio nostalgia, porque me acuerdo de cuando mi mamá me daba una monedita para ponerle al órgano en San Telmo. Por eso, el disco está hecho sólo con este instrumento pariente del bandoneón.

–¿Se fue a París sólo por el contrato o porque tenía expectativas de radicarse fuera del país?

–Radicarme. Yo ya había viajado mucho por mi país para prepararme con ese fin. Siempre pensé que con una carrera internacional, uno puede hacer mucho más por el país que quedándose aquí. Más en la época en que me fui yo, en la que aún no había Internet.

–Debe pesar también el hecho de que en la época en que se fue, el tango atravesaba un momento oscuro. ¿Es consciente de que ahora cambió la situación?

–Sí. Y me llena de orgullo por todos aquellos poetas y músicos que nos han dejado un legado con tantas joyas que, injustamente, no tenían la difusión que correspondía. Es cierto que hay una popularización del género a través del baile y esto les genera trabajo a los músicos, pero falta. Igual, en el ’86 era todo más marginal.

–Se sostiene a menudo que el renacimiento del género tiene que ver con un rebote de lo que pasa en Europa. ¿Está de acuerdo usted que lo vive de cerca?

–Sí, y es una pena. El tango, en los países europeos, no es visto como una moda, sino como parte de la educación musical de los niños. Hay un concepto muy distinto del que se tiene aquí. En Francia tomaron al tango como propio porque realmente lo adoran.