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Viernes, 28 de marzo de 2008

MUSICA › ANDRES CALAMARO, DESPUES DE HABER GANADO SU SEGUNDO GARDEL DE ORO

“Los cacerolazos son para las dictaduras”

 Por Karina Micheletto

Andrés Calamaro está exultante. Feliz, sin más, sin preocuparse por disimularlo, portador de un tipo de felicidad expansiva. Pasaron pocos minutos desde que se anunció que La lengua popular lo hizo ganar su segundo Gardel de Oro, después del de 2006 (Charly García es el otro único doble ganador del galardón dorado, con la diferencia de que aquel doblete se dio en épocas de menor legitimación mediática del premio). Los camarines del Gran Rex, dispuestos en medio de un intrincado laberinto de pasillos de metal, parecen devolver el espíritu de fiesta que intentan transmitir los Premios Gardel, y que en el desarrollo de la entrega se hace tan difícil de sostener. Aquí, en cambio, hay ánimo de vestuario ganador: llegan los cantitos de la barra de Bajofondo, hay abrazos varios, sonrisas por todos lados. La de Calamaro, entre ellas. Ya en su camarín, el músico descorcha un champagne y propone: “Brindemos porque, a pesar de todo, existe una noche para la música”. Su noche, claro.

Rodeado de algunos periodistas, Andrés Calamaro está con ganas de hablar, y esta vez sin el mail de por medio, su vía dialógica favorita para dar forma a las entrevistas. Hace un rato, les dijo a los que lo escuchaban agradecer su premio: “Ahora pueden volver a sus casas o irse a algún piquete paquete”. Así que el tema de los piquetes paquetes, además de ser el tema nacional del momento, también es el que elige Calamaro para empezar a bajar a la realidad en medio de tanta expansión celebratoria. “No hay que fiarse de la reacción de Buenos Aires, ya sabemos cómo votó hace poco. En ese sentido, es una ciudad que se parece mucho a Madrid”, comienza su reflexión. “Como a todos, me sorprendieron las imágenes que mostraba la televisión, me sorprendió este fenómeno que se dio. Vi que los primeros que salieron con un micrófono fueron los de CQC. Otra vez, apareció el humor como la forma más seria de meterse con algunas cosas. Todo lo que vi por tele me trajo imágenes del pasado, me recordó esa guerra que nunca ganamos en las Malvinas o al Mundial teñido de sangre. ¿Qué es lo que pienso de todo esto? Que los cacerolazos hay que hacérselos a las dictaduras, nunca a la democracia. Y por suerte o por desgracia yo tengo años suficientes para recordar el silencio con el cual se toleró el período más trágico de nuestra historia.”

Y sigue Calamaro: “Acá hay un tema técnico que es la Sociedad Rural y la Federación Agraria juntas. Desconozco la interna de las negociaciones de la protesta, desconozco qué es lo que empuja a la gente a celebrar nuestras tragedias. Tampoco sé cuál es la verdadera tragedia, si hay tragedia en las retenciones o en la falta de alimentos en las góndolas. Pero estoy seguro de que desconfío de un piquete en Callao y Santa Fe, o en Las Cañitas, o en Recoleta. Lo dice él, un chico de departamento de Barrio Norte, que tantas veces habló y cantó desde esa sensibilidad. Y lo reafirma: “Yo soy del centro y sé cómo es esa gente...”.

–Entre sus palabras de agradecimiento habló del fin del disco, y dijo que no ve solución al problema. ¿Realmente no ve ninguna?

–Es que sé que no hay solución. Hay debates en la blogosfera que proponen una suerte de David y Goliat. En todo caso, el momento para abrir ese debate hubiese sido diez años atrás. Ya pasó el tiempo. Sabemos lo que significa el disco, es el envase de nuestra cultura. La pérdida del disco como objeto físico y la proliferación absoluta de la música ofrecida en un formato virtual es un hecho. Esto ya no va a cambiar. Y no es el negocio del disco lo que se acaba, porque sabemos que hace décadas que las antiguas compañías de discos fueron absorbidas por las multinacionales, que quién sabe qué ramificaciones tienen. Suena frívolo que diga que faltó un piquete contra el IPod a tiempo... Pero el disco para nosotros era como un cuadro o un libro, y que desaparezca es tan grave como si desaparecieran los cuadros o los libros. Crecimos mirando vidrieras de disquerías, yendo a preguntar si ya salió el disco que esperábamos, yo hice todo el circuito de discos usados de Parque Rivadavia o Parque Centenario. Y no me parece justo ni poner al músico en papel de víctima, ni pensar que tocando en vivo se van a salvar todos. Entre otras cosas porque yo hace 25 años era un delfín de Miguel Abuelo, y en 25 años voy a tener 70 años. Y me va a pesar tener que vivir de las giras, ¿no?

–La Cámara del Disco Argentina, que es la que organiza estos premios, tiene una única estrategia: la denuncia a la piratería. ¿Le parece una buena estrategia?

–Yo no tengo una estrategia para salvar el oficio artesanal de los músicos que grabamos discos. Hace ocho años edité en forma de disco quíntuple una solución que pensé posible para mí, que era la anarquía y el caos absolutos. En aquel momento pensé que el CD tenía un sobreprecio digno del tráfico de armas. Fue la solución que se me ocurrió entonces. Ahora, no se me ocurre otra.

–Al recibir el premio también recordó a Miguel Abuelo. ¿De qué manera estuvo presente para usted en esta noche?

–Hace un par de semanas me di cuenta de que esta noche coincidía con el aniversario redondo de la muerte de Miguel. Por eso escribí esto: “20 años no es nada según Gardel, pero son muchos años sin Miguel”. Miguel nos faltó cada día de estos 20 años y nos quedó mucho por descubrir de él. Fue un poeta fértil de verdad, auténtico, valiente, profundo. Y en estos 20 años fue recordado sólo dentro del marco de los ’80, de Los Abuelos, salió perjudicado por el mal uso de la palabra pop. Para mí sólo existe el rock. Una prueba la tuvimos en estos premios: Emmanuel Horvilleur ganó como mejor artista pop; Dante estaba ternado en rock. No tiene ningún sentido, si son hermanos de la misma costilla.

–Ganó dos Gardel de Oro, en poco tiempo pero en momentos bien diferentes de su carrera. ¿Qué diferencia al de 2006 de éste?

–Aquel Gardel era épico, heroico. La Bersuit lo había ganado el año anterior y me ofreció su amistad y su infraestructura moral y artística para tocar. Pero, después de tanto tiempo sin tocar, la sensación de estreno era pesada. Aquel año, la mochila era haber dejado las giras por cinco años. Y una cosa es dejar de andar en bicicleta cinco años; otra es volver a andar con cinco mil personas mirándote fijo, a ver si te caés. Esta noche, en cambio, yo me conformaba con aplaudir a mis colegas y amigos, a Bajofondo, a Catupecu, a tantos, y espero estar acá para aplaudirlos el año que viene.

Ya es madrugada, queda mucha gente esperando para felicitar al Gardel de Oro, y la manager de Calamaro llega al camarín para anunciar que, afuera, “los piqueteros están bajando por Corrientes”. Y que es mejor desalojar el teatro pronto. La estrategia da resultado y Calamaro deja de hablar, toma el último sorbo de champagne, saluda con amabilidad, agradece. Lo espera su esposa detrás de la puerta. Afuera del teatro no hay ningún piquete, claro. Sólo los técnicos desarmando las últimas escenografías, los teatros de Corrientes ya cerrados y la ciudad preparada para pasar la madrugada.

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El músico lucía exultante en los camarines del Gran Rex, con las cinco estatuillas obtenidas gracias a La lengua popular. Pero no se privó de hablar del tema del momento: “Yo soy del centro y sé cómo es esa gente...”.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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