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Jueves, 11 de agosto de 2005

MUSICA › LA ORQUESTA WEST-EASTERN DIVAN SE PRESENTO EN EL COLON

La unión a partir de las diferencias

Jóvenes israelíes y de distintos países árabes hacen música juntos. Con eso alcanzaría. Pero la orquesta dirigida por Daniel Barenboim y creada por él y Edward Said es, además, excelente.

 Por Diego Fischerman

Podría tratarse de una orquesta excelente. No sería poco. Podría ser, simplemente, una orquesta juvenil. Y tampoco sería despreciable; al fin y al cabo, quién podría criticar el hecho de inculcar en los jóvenes no sólo la música sino la práctica orquestal. Que esa orquesta juvenil estuviera formada por integrantes provenientes de Israel, Palestina y otros países del Medio Oriente alcanzaría para que su peso simbólico fuera gigantesco. Pero la West-Eastern Divan Orchestra es todas esas cosas y cualquier mirada que no tuviera en cuenta cada una de esas variables sería terriblemente injusta.
Para hablar de ella no alcanza con saber que está conformada con músicos muy jóvenes y que ellos provienen de países atravesados por el miedo, la violencia, el desconocimiento y la desconfianza mutua. No es suficiente el efecto conmovedor de ver a una oboísta israelí abrazar a su compañero de fila, egipcio, después de su actuación como solista en la Sinfonía concertante de Mozart. Es necesario escucharla y comprobar que, además –o sobre todo–, es una gran orquesta. Daniel Barenboim, su director y creador –junto al ensayista Edward Said–, elige permanecer en un plano casi secundario. Se siente orgulloso de su criatura, a la que conduce con tanta meticulosidad y detalle como pasión y no reclama la atención para sí, sino que, más bien, la dirige hacia ellos. Que, después del bis y con el teatro de pie ovacionándolo, haya recorrido el escenario para darle la mano a cada uno de los más de cien integrantes es una buena prueba de ello. Disfónico, casi inaudible, de todas maneras Barenboim quiso hablar. Y habló, por supuesto, de ellos.
El concierto anunciado había concluido. La orquesta había interpretado la Sinfonía concertante de Mozart y la Sinfonía Nº 1 de Gustav Mahler, en una lectura rigurosa y brillante. Barenboim se acercó al borde del escenario y se refirió al coraje de los músicos, “que están muchos años adelantados a nuestros políticos” y al hecho de que “la música enseña no a aceptar el punto de vista del otro sino a respetarlo”. Y como para rubricar el efecto simbólico del concierto, se refirió al “horrible tabú que existe en Israel con la música de Wagner” y anunció que la orquesta tocaría el Preludio de Tristan und Isolde. Fue una interpretación inmensamente significativa. Fue un hecho histórico, podría decirse. Pero, también, fue una gran versión: clara en la definición de planos, exacta en su arco dinámico desde el comienzo hasta el final, sutil y, al mismo tiempo, capaz de acumular energía, de crear suspensos y de lograr una cierta clase de contención expresiva, siempre al borde de la explosión.
Si una de las preocupaciones de Beethoven fue la de pensar la forma de una manera que se adecuara a sus necesidades expresivas, colocando focos de atención en los movimientos finales de las obras –que tradicionalmente eran conclusiones más bien rituales–, Barenboim, un músico sin duda beethoveniano en cuanto a su visión del lenguaje como campo de ensayo filosófico, logró una traslación casi exacta de esa preocupación a otra forma ritualizada, la del concierto. Si habitualmente el final es poco menos que una fanfarria y el bis apenas una breve exhibición de virtuosismo, en este caso tuvo un signo absolutamente contrario. El Preludio de Tristán no sólo aportó quince minutos más de música, sino que se trató de música de alta densidad. La orquesta, homogénea en todas sus fils y brillante en las cuerdas y percusión, tiene en ese sentido unmérito doble. En organismos como las Filarmónicas de Berlín o Viena, todos los músicos provienen de las mismas escuelas instrumentales. Los viejos integrantes son los maestros de los nuevos y ciertas tradiciones interpretativas se mantienen desde hace casi dos siglos. La West-Eastern Divan fue creada desde la nada y, por definición, a partir de las mayores diferencias imaginables. Que con ese punto de partida se haya logrado un resultado como el que pudo escucharse en el debut porteño de la orquesta se debe, sin duda, a la claridad de objetivos y al talento musical de Barenboim –además de un notable preparador–. Pero también al empuje de sus integrantes que, al tocar allí –y al hacer música juntos–, se juegan mucho más que la simple pertenencia a una gran orquesta.


10-WEST-EASTERN DIVAN ORCHESTRA
Obras de Mozart y Mahler
Concierto del ciclo del Mozarteum Argentino
Director: Daniel Barenboim
Lugar: Teatro Colón. Martes 9
Nueva presentación: Hoy a las 12, en el Teatro Gran Rex (concierto de cámara con integrantes de la orquesta). Entrada gratuita

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Daniel Barenboim dirigió con detalle y pasión en el debut de la orquesta en Buenos Aires.
 
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