MUSICA › ESTEBAN MORGADO
Hasta las ballenas escuchan sus tangos
El guitarrista y compositor presenta hoy en La Trastienda Es lo que hay, su nuevo compacto, enteramente instrumental.
Por K. M.
Parece armado para la nota por algún prensero inspirado, pero no: Esteban Morgado llega al bar donde se pautó la entrevista y suena Cuesta arriba, interpretado... por él mismo. El guitarrista y compositor tiene en sus manos una copia de su flamante disco, Es lo que hay. Hoy a las 21 lo presentará en La Trastienda (Balcarce 460), acompañado por Walter Castro en bandoneón, Quique Condomí en violín y Horacio Hurtado en contrabajo. Además de un buen título, el CD –enteramente instrumental– tiene un cuidado especial en los arreglos y colores logrados, y está concebido con mitad de clásicos (Por una cabeza, Golondrinas, Niebla del riachuelo) y la otra mitad de temas de autoría de Morgado, como el que da nombre a la placa (una frase que, aclara el músico, no tiene que ver con el conformismo, ver aparte).
Morgado –que también se está presentando en Madero Tango con el ciclo Domingos a la carta– cuenta que aprovecha para componer en los viajes, por ejemplo, lo que hizo con su cuarteto en el crucero a la Antártida donde los suelen contratar y donde surgió la frase del disco como broma. “Ahí parecemos 5ª B, rodeados de viejitos ingleses”, dice el guitarrista. Entre los títulos de los temas aparecen historias como la de un viaje a Puerto Pirámides, donde fueron a tocar no frente, si no para las ballenas, en pleno mar. “Empezamos a tocar y las ballenas se acercaron. Supongo que era la primera vez que cuatro enfermos iban a tocar para ellas”, cuenta Morgado sobre el origen del vals Ballenas y pirámides.
–En su disco encara nuevas versiones de tangos muy escuchados. ¿Es un peso extra para el arreglador?
–No pesa más, pero sí ocurre que, aun sabiendo eso, uno pretende redescubrir el tema. De El día que me quieras debe haber millones de versiones, algunas insuperables, pero nunca se pierde la esperanza de sumar una más, y de que el esfuerzo valga la pena. No hay forma de que uno no quiera meterse con las cosas alucinantes que hay en el tango. Los arreglos de Gardel los escribí a pedido de Silvina Chediek, para un homenaje que le hizo en su programa. Por una cabeza quise hacerlo más tradicional, y Golondrinas, lo abordé como lo que es: un poema, una letra perfecta.
–¿Y la hora de la selección privilegia música o letra?
–Los instrumentistas le damos bola a la música, y hay tangos berretas con hermosas melodías. A veces ocurre al revés: descubrimos la poesía cuando nos llama la atención un tema musicalmente. Hay temas que son postales en música y letra, como Niebla del riachuelo, que es algo increíble: ese “turbio fondeadero donde van a recalar, barcos que en el muelle para siempre han de quedar”, y en el medio la mina que se va y dice adiós, y llueve sobre el puerto, “torvo cementerio de las naves que al morir, sueñan, sin embargo, que hacia el mar han de partir”... ¡Por Dios! Es una pintura naïf del Docke, tremenda. Si le das bola a la letra, tratás de captar el clima a la hora de hacer el arreglo.
–Usted trabajó con Cadícamo. ¿Lo consultó sobre ese tema?
–Una vez me animé y le pregunté: Maestro, ¿cómo se le ocurrió eso que cuenta en Niebla...? Lo único que me dijo fue: Y, pibe... Como diciendo: ¿qué me preguntás, tarado? ¡Andá y viví!