Miércoles, 25 de junio de 2008 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA NARRADORA Y POETA URUGUAYA MARISA SILVA SCHULTZE
En su flamante novela Apenas Diez, la escritora ficcionaliza el impacto que tuvo la dictadura militar de su país en cuatro generaciones de uruguayos. “Es importante que la memoria signifique hablar de aquello que nos duele”, subraya.
Por Silvina Friera
La llegada de Andrea, joven exiliada uruguaya de veinte años que vive en Suecia desde los tres, altera la vida de los miembros de su familia, fracturada por el terrorismo de Estado. Todo le parece ajeno, extraño; no tiene recuerdos de los paisajes de Montevideo ni de su gente ni de su padre. No se siente uruguaya; su patria quizá sólo sea su violín. Su padre, Gerardo, fue asesinado en la cárcel en 1973; su madre, Irene, primero se exilió en Chile, después en Suecia con su nueva pareja, Gonzalo, con quien tuvo a Fernando, pero en 1989 decidieron regresar a Montevideo sin Andrea, que prefirió quedarse sola, para continuar con su carrera como violinista en Europa. Su tío Ariel, que estuvo preso durante la dictadura y compartió la cárcel con su padre, no sabe si contarle a su sobrina lo que sucedió realmente con Gerardo. Su tía Adriana, su esposo Roberto y el hijo de ambos, Matías, son los que se quedaron, los que vivieron acorralados por el miedo y con la certeza de que “lo más peligroso era ser nosotros mismos, que nos descubrieran cualquier cosa, nuestro gusto por Zitarrosa”. La rama materna se completa con la abuela Lil, que crió a su nieta durante tres años. Por la vía paterna, sólo queda el abuelo Raúl, un ser quebrado por la muerte de su único hijo y que nunca se interesó en conocer a su nieta.
En Apenas Diez (Alfaguara), la escritora uruguaya Marisa Silva Schultze emprende una empresa poco frecuente en la narrativa uruguaya. La escritora ficcionaliza el impacto que tuvo la dictadura militar, que se extendió entre 1973 y 1985, en cuatro generaciones de uruguayos: abuelos, padres, hijos y nietos. La fractura entre el adentro y el afuera, los encuentros y desencuentros, las incomprensiones mutuas, los recelos agazapados estallan como si se destapara una olla a presión que tarde o temprano se iba a desbordar.
“Uno escribe siempre con los elementos de la realidad que conoce, los va mezclando y une fragmentos de aquí y de allá”, dice Silva Schultze, profesora de Historia, poeta y narradora, que estuvo presa e incomunicada casi dos meses durante la dictadura. “En Uruguay hay mucho material testimonial sobre el pasado reciente, y me parece muy entendible, pero esto es ficción pura, es una novela. En otras partes del mundo están acostumbrados a que se escriban ficciones o se hagan películas sobre la guerra de Vietnam o sobre la Guerra Civil Española. A nosotros nos cuesta más pensar que con esa materia prima sobre nuestro pasado reciente podemos hacer literatura”, señala la autora de Qué hacer con lo no dicho y La limpieza es una mentira provisoria, entre otros títulos, en la entrevista con PáginaI12.
–¿Por qué cuesta más hacer ficción con las dictaduras militares?
–Es un material muy reciente y aún no tomamos la distancia suficiente como para verlo como objeto literario. En Uruguay la frontera entre lo testimonial y la ficción es muy frágil y está muy desdibujada. La ficción permite problematizar el pasado. En esta novela inventé diez personajes y sus mundos internos. Cada uno habla del otro y dice lo que le pasa con el otro, cada uno da su versión e interpretación de los hechos, como sucede en todas las familias. La ficción permite ingresar puertas adentro de una familia. Sentí la necesidad de que la materia prima de mi literatura sea la familia, un escenario donde podemos poner la lupa y ver una serie de aspectos fundamentales del ser humano en relación. A mí no me gusta ahondar en el ser humano en solitario, creo que lo interesante del ser humano es cómo se vincula con los otros.
–La novela mete el dedo en la llaga en el tema de la traición entre los militantes de los años ’70
–Lo que la novela justamente problematiza es que no hay traición. Gerardo, uno de los personajes, cae preso, dos o tres días después dice algunos nombres, no acepta eso de sí mismo y se suicida. El resto de los personajes no lo sabe, excepto Ariel, que entiende que no es una traición. Como dices tú, quise poner el dedo en la llaga porque “de eso no se habla” y es importante que la memoria signifique hablar de aquello que nos duele. La literatura tiene que servir para hacer más complejos los asuntos humanos. Pero además hay otro tema: el secreto familiar. En la mayoría de las familias hay secretos, en esta historia se relaciona con la dictadura. Me interesa cómo se conforman las familias a través de la ausencia de palabras, de lo no dicho.
–¿Por qué transcurre en 1991?
–Ya habían pasado seis años de la dictadura y dos de la Ley de Caducidad, que significó muchos años de silenciamiento. La Ley de Caducidad no impedía que siguiéramos hablando, pero generó un desánimo tal que se hablaba mucho menos, cosa que hoy los jóvenes de 25 o 30 años no se imaginan que era así: creen que hace treinta años que estamos hablando del tema. La novela se desarrolla en 1991 porque es el momento en que se han encontrado los que se quedaron con los exiliados que regresaron, es el momento del encuentro y a su vez de grandes desencuentros. Me interesó analizar los conflictos generacionales y los vínculos con esos dos abuelos que también son distintos. Hay una abuela que se hace cargo de lo que le pasa a su familia, que acompaña, y el otro abuelo, el padre de Gerardo, está lleno de odio porque han matado a su hijo. Su bronca y su odio es individual, su memoria también es individual, pero quién le puede decir a ese hombre que no tiene memoria, que no es víctima de la dictadura.
–El discurso de ese abuelo resulta intolerable, sobre todo cuando se niega a que le pongan el nombre de su hijo a una calle...
–El no quiere que su hijo sea reivindicado por la memoria popular. Es un ser humano que está sufriendo y es muy difícil juzgarlo. Muchas veces identificamos sufrimiento con pensamiento, con ideología, y no siempre es así. Andrea ha sufrido la dictadura, aunque no sabe nada, y el abuelo Raúl ha sufrido, sabiendo muy bien lo que pasó, pero no estando de acuerdo con la opción de su hijo. Es interesante plantear que el sufrimiento no necesariamente tiene que identificarse con una de las posiciones ideológicas. Toda la sociedad sufrió la dictadura.
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